viernes. 29.03.2024

…Y votarán

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Periodistas e intelectuales de los grandes medios parecen haberse conjurado para callar cualquier razonamiento o denuncia que pueda parecer una ayuda al independentismo. O para ensalzar hasta el absurdo a quien argumente contra éste

Supongo que a estas alturas muchos en las CUP estarán pasando ya la gorra para hacerle a Rajoy un monumento en la Diagonal en cuanto Cataluña sea un país independiente. Ni en sus mejores previsiones podría haber planeado el ala más radical del independentismo catalán un escenario como éste, tan abonado para el mambo que persigue.

Pero lo cierto es que más allá de esa favorable voluntad incendiaria de Rajoy —y del mutismo calculado de Sánchez—, los nacionalistas catalanes tienen razones para el optimismo. El problema se ha enquistado tanto que ya casi cualquier resultado les convierte en ganadores. Sea porque el Gobierno cede y les deja votar, sea porque pueden vender al mundo la foto de un Guardia Civil quitando una urna rodeado de miles de personas con una papeleta en la mano, el dos de octubre estarán un paso más cerca de la independencia.

Mientras, en el bando unionista se repiten una y otra vez los mismos argumentos, algunos bien formados y otros más cogidos por los pelos. Entre los primeros yo destacaría la denuncia sobre las formas en que el referéndum ha sido convocado y legislado: con un claro atropello al derecho de las minorías y con unas instituciones que, aunque Puigdemont parezca creerlo así, han sido de todo menos neutrales. De los segundos destacaría el machacón tema de las urnas. El que dice que también ponen urnas Erdogan, Putin o Maduro. ¡Y hasta Franco las ponía! Es decir, que urnas no son necesariamente sinónimo de democracia. Lo que es verdad. Como también lo es que la ley no es igual que la justicia. Y si de ejemplos se trata, en los muy democráticos Estados Unidos hubo leyes de segregación racial hasta hace bien poco. Y no fueron derogadas, precisamente, sin lucha en las calles.

Lucha que en el caso de Cataluña, además, ha sido hasta hoy sorprendentemente pacífica. Más, al menos, que la de los luchadores por la unidad de España, que en cuanto han visto que, como en la Jungla de Cristal 3, la policía estaba entretenida en otra cosa, han organizado una algarada y han dejado bloqueados en un polideportivo a unos cuantos centenares de cargos electos. Que no quiere uno pensar que hubiera dicho el PP y sus medios afines si los cargos de turno hubieran sido de su partido y los de fuera, no sé, gente de Alsasua. Por ejemplo.

Pero el régimen está estos días muy unido, y no creo que nadie se salga de la fila para señalar cómo alimenta todo esto a la ultraderecha. A los primos de quienes en Alemania —y da miedo solo decirlo— ya copan el 13% de los votos. Periodistas e intelectuales de los grandes medios parecen haberse conjurado para callar cualquier razonamiento o denuncia que pueda parecer una ayuda al independentismo. O para ensalzar hasta el absurdo a quien argumente contra éste.

Porque si anda sobrado de voceros, lo que no tiene tanto el bando unionista son héroes. Ídolos. Toda vez que Rajoy, con su verbo de Casino de provincias del siglo XIX y su sesteo, no parece dar el tipo. De manera que cualquiera que salga, y más si es catalán, se convierte en seguida en portaestandarte de la unidad de España. En líder. Y hasta Serrat, que hace bien poco no era para muchos sino un sucio titiritero de la ceja, ha sido encumbrado a los altares por todos los medios del unionismo, de El País a 13TV, pasando por la oficial TVE.

A uno, que ha pensado desde pequeñito que el nacionalismo es una cosa de ricos y ha desarrollado, por supervivencia, cierto cinismo profesional, toda esta unanimidad mediática le escama, y la polémica empieza a parecerle no ya vieja, sino aburrida. Hasta el punto de que empiezo a preguntarme si de haber dedicado a aprender idiomas todo el tiempo que hemos dedicado a hablar sobre Cataluña, no hablaríamos todos ahora catalán mejor que Aznar en el 96. Y hasta vasco.

Hace una década, Sami Naïr escribió un maravillo e inteligente libro titulado en España “… Y vendrán”, en el que señalaba que por más alambradas, muros o policía que pusiéramos en la frontera, los migrantes seguirían llegando porque no hay motor más fuerte que el hambre y la desesperación. Sólo que el camino elegido tal vez supusiera que muchos más muriesen o cayeran en las manos de las mafias.

Hoy cabe vaticinar lo mismo sobre Cataluña. Podemos gritar mucho a este lado del Ebro, y hasta tatuarnos todos la bandera con el toro en el costado. Pero es absurdo engañarse. Más pronto que tarde —y aunque tengan que llegar a destino por el camino más arduo—, los catalanes votarán. Votarán incluso si continúan confiando su liderazgo a ese otro argumentador de segunda que es Puigdemont: el del No a la independencia del Kurdistán y del Sáhara; el único capaz de echar agua fría sobre los ánimos incendiados por Rajoy. Votarán incluso admitiendo que pueden quedarse fuera de Europa. Votarán, básicamente, porque no hay otra salida razonable.

Solo cabe esperar que, para entonces, el número de independentistas no haya seguido aumentando al ritmo que lo ha hecho en los seis años de Gobierno de Rajoy. El verdadero pare de la pàtria de los nuevos independentistas. 

…Y votarán