viernes. 29.03.2024

Rajoy y las mujeres

A Mariano Rajoy le preocupa mucho la violencia de género, por eso no hace nada contra ella. A Rajoy cuando algo le preocupa, lo deja estar. Es lo que hizo con la corrupción, con la crisis o con José María Aznar.  Y por eso ahora sólo da calderilla para la lucha contra el machismo. Para que se solucione. Para dejarlo estar.

Es cierto, claro, que en 2016 las mujeres asesinadas estuvieron en torno a las 50, mientras que en sólo cinco meses de 2017 ya vamos por la treintena. Pero ¿qué se le va a hacer? pensará el Presidente. A veces llueve y a veces hace sol. Porque para él, el problema del machismo es un poco así, como el tiempo. Caprichoso y variable. Las cifras suben un año y bajan al siguiente. Y las mujeres son solamente eso, cifras. Víctimas casuales.

Lo decía también el académico Francisco Rico hace unas semanas en una entrevista con El Mundo: a la mujer no se le pega «porque sea mujer y hacerlo sea más fácil, sino acaso por la misma razón que se le pega a un árbitro de fútbol. Porque se es un bárbaro, un salvaje».

La naturaleza humana es así de caprichosa, y es mero azar, al parecer, que los golpes y puñaladas caigan siempre del mismo lado. O que un tenista se ponga a sobar en directo a una comentarista deportiva. O que una manada de chavales borrachos agreda sexualmente a una conductora de Metro. A veces llueve.

Se ve, en cualquier caso, que en la Real Academia, entre un quítame de ahí ese adjetivo y un ponme allá este neologismo, debaten mucho sobre el tema de la violencia de género. Que les preocupa. Que se lo toman en serio. Porque también Marías, Reverte y Vargas Llosa se pronunciaron hace poco al respecto. En su caso fue en una conversación para XL Semanal donde clamaban contra la manía de las feministas de poner en tela de juicio el amor romántico.

«Pero si el amor no es romántico, ¿qué cosa es? Es que sin amor romántico, simplemente, ¡ya no hay amor!», se indignaba Vargas Llosa, que como todo buen intelectual hispano se indigna mucho y casi a diario, conocedor de que, de Atapuerca para acá, la sociedad española no ha hecho más que empeorar. 

El intelectual español medio es así: un ser perpetuamente cabreado y que frunce mucho el ceño. De hecho, si haces un chiste en el parvulario ya no puedes optar jamás ni al Nobel ni al Planeta. Ni aunque después te pases dos años y treinta columnas mensuales quejándote de que, como a cualquiera de los clásicos, a ti también te duele España.

Con todo, puede que la matraca de las feministas con el amor romántico se deba  a que ese mito ha convencido a muchas mujeres de que hay una sola fórmula para alcanzar la felicidad, y que el ingrediente principal de la misma es el hombre, la media naranja, la mitad que te completa porque tú, pobrecita, naciste siendo sólo un cincuenta por ciento de persona.

Pero a veces llueve y a veces hace sol. Y las mujeres mueren por el mismo caprichoso azar que trae ciclones o terremotos. Son las cosas de la climatología. Y no hay nada que podamos hacer, salvo resignarnos y dejar que irremplazables decenas de mujeres mueran cada año a manos de los hombres. Y que otros cientos habiten a diario con la violencia, la humillación y el desprecio. Porque aunque a veces llueve al final siempre escampa.

Habría que legislar para que las noticias sobre violencia de género aparecieran obligatoriamente en el Marca, junto a las del Real Madrid. Así, al menos, nos aseguraríamos de que Rajoy las lee. O a lo mejor se cambia al As. O se pone a mirar por la ventana: a ver qué tiempo hace. 

Rajoy y las mujeres