sábado. 20.04.2024

Piensa mal, y acertarás

balcon

Llevaba más de un mes sin aparecer por aquí porque no quería ser otro aburrido que habla de lo mismo que están hablando miles de personas sin añadir, además, nada nuevo al panorama. Pero ciertas noticias de las últimas horas me han prendido la mecha y, como cantaba Enrique Bunbury, no conviene desaprovechar una buena erección. Así que aquí estoy, dispuesto a esparcir mi pesimismo.

Aunque reconozco que hubo un momento en que me lo creí. Uno veía a los niños con sus camisetas de arco iris y “todo va a salir bien”; a las gentes aflorando para aplaudir desde el balcón cada tarde a las ocho; a toda una ciudadanía resistiendo en casa por el bien común y decía, coño, al final va a ser verdad que vamos a salir de esta siendo un poquito mejores.

Lo único reconfortante han sido esas imágenes de animales recuperando los espacios que hace tiempo les arrebatamos. Fotos que nos permiten hacernos una idea de lo bonito que será el mundo cuando todos nosotros, lo humanos, nos hayamos ido por fin al carajo

Pero qué va. No hay nada como el tiempo para desengañarlo a uno y devolverlo, fortalecido en sus convicciones, al terreno de la decepción. Si no aprendimos nada de Auschwitz o Hiroshima, ¿qué vamos a aprender de este Apocalipsis tuiteado?

Primero fueron los tontos en bici o a la carrera; las gestapillos de los balcones, insultando y señalando a todo aquel que salía de casa, aunque fuera para ir a un hospital; y unos pocos policías entregados a subrayar como hiciera falta que la calle por fin era suya y que podían jugar a Harry el sucio.

Después vinieron los propagadores de bulos, inflando porque sí la sensación de peligro, inventándose casos, síntomas y remedios de la abuela; luego, los mentirosos al servicio de los partidos, difundiendo noticias falsas y convirtiendo los grupos de Whatsapp en un estercolero de patrañas y mensajes cuñados. Y por fin, mis preferidos, los que me han reconciliado con mi yo más puro y más descreído: los que han puesto carteles en los rellanos o lanzado misivas por debajo de las puertas de trabajadores de los supermercados y de enfermeros invitándolos a marcharse a residir a otro lugar, porque una cosa es aplaudirte a las ocho y otra distinta que te quiera como vecino, maldito ser infecto.

Esa mezquindad cobarde, que no da la cara; ese miedo analfabeto y vil, reconozco que me hizo sonreír torcidamente. Estos sí eran mis humanos de siempre, ruines y sin contaminar por momentáneas alucinaciones buenrrollistas.

Y desde luego, ha habido pequeñas guindas a este hediondo pastel. La Generalitat señalando lo poco casual que es que Cataluña haya recibido 1.714.000 mascarillas, cifra que recuerda a la, para ellos, nefasta fecha de 1714, lo que no creen casual. O Vox Asturias poniendo al servicio de sus militantes psicólogos ideológicamente afines no sea que un rojo les abra la mente y acaben votando al coletas. U otra de mis preferidas, la de señalar a Ana Pastor -convertida, con Ferreras, en la Iñaki Gabilondo de los noventa para el imaginario ultra- como la responsable de censurar los mensajes de Whatsapp después de que esta plataforma, para prevenir que los bulos corran tanto y tan rápido, anunciara la imposibilidad de hacer reenvíos masivos; algo que al parecer ha preocupado mucho a una ultraderecha que solo concibe medrar políticamente a lomos de la mentira y la propaganda más infame.

De modo que, al final, lo único reconfortante han sido esas imágenes de animales recuperando los espacios que hace tiempo les arrebatamos. Fotos que nos permiten hacernos una idea de lo bonito que será el mundo cuando todos nosotros, lo humanos, nos hayamos ido por fin al carajo.

Piensa mal, y acertarás