jueves. 18.04.2024

En la muerte del maestro Pedro Sorela

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Escritor apasionado, viajero tenaz, periodista nostálgico de unos tiempos pasados. Gran conversador. Corrector exigente. Fumador. Ese fue Pedro Sorela. Un maestro que ha dejado huella

Cuando murió Juan Goytisolo, alguien sintetizó muy bien su manera de entender el mundo y la literatura refiriéndose a él como “el más ortodoxo de los heterodoxos”. Es una definición que encaja también a la perfección en la descripción de Pedro Sorela.

Fallecido ayer, de manera en cierto modo repentina -arrastraba un cáncer, pero parecía haberlo dejado atrás hacía meses-, Sorela, el profesor Sorela, el maestro Sorela, era como una de esas bebidas alcohólicas que uno prueba a escondidas cuando es niño: de primeras son amargas, y te hacen arder el estómago y dan dolor de cabeza. Y juras no volver a probarlas. Hasta que uno se da cuente del problema: las ha catado demasiado pronto.

A Pedro Sorela, cuyas clases estuvieron durante años en el primer curso de Periodismo, el primer cuatrimestre también lo detestabas. Porque exigía lecturas que parecían imposibles, ejercicios de flexibilidad para los que no estábamos preparados; porque era capaz de doblegarte en medio de la clase con un breve comentario durante el cual ni siquiera había perdido la sonrisa.

Después, a medida que los cuatrimestres pasaban y tú crecías, te dabas cuenta de que él era de los pocos que te había enseñado algo útil durante la carrera: a salirte de ti para narrar, a buscar el punto de vista más original para una crónica, a arriesgarte con la entrevista imposible. Y hasta tal punto lo apreciabas que, como fue mi caso, acabas eligiéndolo para ser el director de tu tesis. Un acto masoquista, sí. También un acto de fe en sus cualidades.

Porque Pedro era tan exigente como desastroso con la burocracia. Tan puntual como intolerante con los que transitaban por los lugares comunes del pensamiento y la escritura. Tan duro con sus alumnos y al mismo tiempo tan bueno como profesor, que ayer consiguió ser tendencia en Twitter: ese paraíso de los anglicismos que tanto detestaba —de ahí que yo no diga trending topic, para no arriesgarme a una colleja— y la herramienta de una posmodernidad que detestaba y a la que nunca se acostumbró.

Porque Pedro Sorela fue siempre un clásico fuera de lugar. Educado, bilingüe, liberal, esteta, apasionado de la literatura. Más del siglo XIX que del XXI. Más feliz con un libro de Flaubert entre las manos que con uno de Barthes o Derrida.

Con él he peleado en los últimos tres años sobre párrafos, palabras e ideas. Hemos alabado a algunos héroes comunes -Hesse, Corto Maltés, Guy de Maupassant- y discutido mucho sobre un mundo que para él quizás cambiaba demasiado rápido y que a última hora veía muchísimo más negro que yo.

Leal a sus amigos. Defensor a ultranza del periodismo. La huella que dejó como maestro -y que fue clara ayer en las redes- no pudo dejarla como escritor. Hasta el punto de que uno piensa que Pedro, de poder volver y ser más sarcástico de lo que era en vida, podría parafrasear a Suárez y decir aquello de “quererme menos, y compradme más”.

Porque las últimas presentaciones de sus libros no fueron, precisamente, un éxito arrollador. Y la salida de Alfaguara después de la limpia que esta editorial hizo al pasar a manos de Random House le privó, además, de un socio que podría haber dado un buen empuje comercial a una narrativa que es, como él, heterodoxa, exigente y reñida con lo trivial.

Escritor apasionado, viajero tenaz, periodista nostálgico de unos tiempos pasados. Gran conversador. Corrector exigente. Fumador. Ese fue Pedro Sorela. Un maestro que ha dejado huella.

Descanse en paz.

En la muerte del maestro Pedro Sorela