viernes. 29.03.2024

Aznar y González, o la que nos espera

momias

Nos esperan, me temo, tiempos difíciles. Tiempos en los que quizás haya que elegir entre una opción mala y otra peor. Entre salvar la apariencia democrática o caer directamente en el neofascismo

En uno de esos foros que organizan los medios para que los lectores puedan preguntar lo que quieran a artistas y famosos, un (me temo) ingenuo lector le preguntó a Jorge Ilegal su opinión sobre unas declaraciones de Loquillo. La respuesta fue contundente, como siempre en este artista: “Opine lo que opine Loquillo, yo opino lo contrario”. 

A mí me han dado ganas de responder lo mismo cuando me han preguntado mi opinión sobre lo dicho por los señores González y Aznar en el encuentro propiciado por El País para cantar las alabanzas de la Transición: “Opinen lo que opinen estos dos, yo opino lo contrario”.

Porque, ¿cómo opinar lo mismo que el andaluz de los Consejos de Administración y las cenas con jeques? ¿Cómo opinar lo mismo que Aznar? No creo que les diera la razón ni aunque dijeran algo con sentido. Pero es que encima cuando se descuelgan con lindezas como que «el gran problema de España es la ruptura de las reglas del juego por el independentismo catalán», no me queda otra que reírme. O que llorar.

Pero es lo que pasa cuando uno vive saltando de avión en avión, de yate en yate, de cóctel en cóctel. Que se olvida de que además de políticos catalanes existe paro, pobreza infantil, recortes en Sanidad, ancianos a los que nadie cuida, despoblamiento rural y un montón de inmigrantes que llegan huyendo del hambre y de la guerra y a los que recibimos a porrazos. Se olvida de eso y acaba creyendo en serio que el mayor problema del país es Cataluña.

De Aznar uno no espera más, claro. Porque lo suyo siempre ha sido disertar sobre las esencias del españolismo, y cuando todavía era creíble sobre el milagro económico español. Ahora que ya sabemos que el mencionado milagro era una cagarruta de corrupción pintada de color dorado, sólo le queda presentarse como el paladín de la españolidad, nuestro Harry el sucio contra las hordas indepes, el cid del siglo XXI.

Pero de González uno todavía espera algo. No sé qué ni por qué, la verdad. Pero algo. Por ejemplo, que recuerde que su partido fue históricamente federalista y aún lo es en su estructura interna. Por ejemplo, que se acuerde de todos quienes en este país trabajan y trabajan y aun así no llegan a fin de mes. Por ejemplo que tenga en cuenta que además de la E de español, en las siglas de su partido está la O de obrero. 

Hubo una época en que Pablo Iglesias -el original, el fundador del PSOE- pasaba tanto frío en invierno que sus compañeros le compraron por suscripción una capa de paño. Hoy el otro Pablo Iglesias vive en un chaletazo con piscina, Felipe forma parte de no sé cuántos consejos de Administración y Pedro Sánchez consigue ser Doctor por una Universidad caramente privada y aún se acuerda de cuando estaba en Bankia, cobrando por hacer nada. Al menos Zapatero, y bien saben mis amigos que no es santo de mi devoción, sigue callado y echando una mano -lo mejor que sabe, aunque a veces yerre- por esos mundos de Dios. Pero de los currantes y de los pobres… de esos, me temo, no se acuerda ni Dios.

Y así está la izquierda en toda Europa, claro, hecha unos zorros de tanto bailarle el agua a los ricos y someterse al lenguaje y las normas éticas y estéticas del capitalismo salvaje. Y lo peor es que enfrente hay una derecha que, como en nuestro caso con ese Aznar rejuvenecido que es Casado, se ha vuelto a echar al monte del discurso fascistoide, esencialista y de confrontación. 

Porque no hay que engañarse. Para el PP Cataluña es la excusa como antes lo fue la ley de memoria histórica, el matrimonio homosexual o la ley del aborto. El caso es mantener la tensión entre los suyos mientras buscan la manera de volver a hacerse con el poder, que es lo único que les interesa. Sea en al Ayuntamiento de Torrelodones -«lo que queremos es la silla en la que te sientas»- o en la Comunidad de Madrid, donde una diputada se dejó llevar tanto por su afán de decir la verdad que acabó llamando a Franco, «el Caudillo». Y le faltó añadir aquello de «por la gracia de Dios». ¡Si hasta Casado se fue a Europa a defender a Viktor Orbán poniéndolo como ejemplo de liderazgo!

Nos esperan, me temo, tiempos difíciles. Tiempos en los que quizás haya que elegir entre una opción mala y otra peor. Entre salvar la apariencia democrática o caer directamente en el neofascismo. Cuando lo que uno desearía a veces es mandarles a todos al carajo y no hacer otra cosa que escuchar lo último de Ilegales: Lujuria y corazón. O apuntarse a un grupúsculo anarquista. Acaso ambas cosas sean lo mismo, ahora que lo pienso.

Aznar y González, o la que nos espera