jueves. 28.03.2024

La alargada sombra del fascismo

TRUMP

La decisión de Trump de procesar uno a uno a todos quienes pasen ilegalmente la frontera separando para ello a los padres de sus hijos menores es una muestra de terrible sadismo

Hace mucho que me di cuenta que tratar de entender a todo el mundo tenía algo de peligroso. Cierto que no es lo mismo comprender que justificar, pero a veces la frontera es tan fina que uno corre el riesgo de caer al otro lado de la raya y ser víctima de un relativismo que le lleve a dar por buenos, en base a razonadas causas antropológicas y sociales, comportamientos como, por ejemplo, los de Donald Trump o Matteo Salvini.

Porque ciertamente, ese odio a lo distinto que han manifestado sobradamente ambos políticos -sobre todo cuando lo distinto viene embadurnado por la pobreza- puede explicarse hablando del gregarismo innato en nuestra especie, del miedo a la libertad -sobre el que conviene consultar siempre a Erich Frömm- o del ego dañado de unos dirigentes que, para soportar la tortura de saberse mortales, necesitan amurallar su desnudez ontológica tras riquezas sin número, un poder insaciable y una pistola fálicamente represora.

Y todo eso está muy bien, y conviene verlo. Pero a cambio, como decía, de no caer del lado ni de la justificación ni del perdón. Porque si el miedo es disculpable, el desprecio que estos ateridos e histéricos hombres muestran por sus semejantes sólo puede ser pagado con un asco similar.

Así ocurre, por ejemplo, con la decisión de Trump -amparada por el Fiscal General Jeff Sessions, cuyo nombre conviene también mencionar, para que la Historia no lo olvide-, de procesar uno a uno a todos quienes pasen ilegalmente la frontera de los Estados Unidos y separando para ello en el momento a los padres de sus hijos menores, en una muestra de terrible sadismo en el que la peor parte se la llevan siempre los pequeños que quedan repentina e injustamente solos.

Y así ocurre también con la medida de Salvini de hacer un censo de gitanos -racista ya de base, pues sólo se hace el censo de una raza- para ver a cuántos de ellos pueden echar del país, aunque, como ha señalado grotescamente, «no tengan más remedio» que quedarse con aquellos que tengan la nacionalidad italiana.

Son dos muestras últimas de un fascismo -pero fascismo del bueno, no esa palabra que a veces, por abusar de ella, parece hasta gastada- que recorre Occidente como una plaga de langostas, para quebranto y pesar de las minorías. De Rusia a los Estados Unidos, pasando por Israel, Hungría, Polonia, Austria o Italia, millones de personas están viendo sus derechos fundamentales vulnerados por el hecho de ser de otra raza, religión, condición sexual o, muy a menudo, por ser sencillamente pobres.

Fiebre a la que no es ajena España -por más que Vox parezca no subir en las encuestas y el PP y Ciudadanos midan mucho sus expresiones más polémicas-; país que si ha recibido a un barco con más de 600 personas a las que no parecía querer nadie, mantiene también en marcha una política para con los inmigrantes de escasa concesión de asilo y seriamente represiva -CIEs donde mueren personas, concertinas, disparos con pelotas a quienes llegan a nado,…-.

Hoy, la Comisión Europea ha propuesto la creación de lo que eufemísticamente ha llamado «plataformas de desembarcos», que no son sino cárceles fuera de la propia Unión donde encerrar a los migrantes. El propósito es alejar de nuestros ojos las irregularidades, de manera que la conciencia salpicada por el dolor ajeno no nos lleve a cambiar el sentido de nuestro voto, o a armar una protesta. Mientras, en países tan cabalmente demócratas -nótese la ironía- como Turquía, Argelia o Marruecos, quienes huyen de la miseria y la violencia serán detenidos, maltratados y quién sabe si, al menos en ocasiones, también asesinados.

Conviene cuidarnos mucho de caer en esta fiebre que asola Europa y que afecta tanto a izquierda como a derecha, si no queremos vernos atrapados nosotros también en esa dialéctica tramposa y cruel del «ellos» y el «nosotros» y acabar peleando con quienes menos tienen por un curro de mierda; mientras los ricos son cada vez más ricos. Porque ese, y no otro, es el auténtico propósito del fascismo. Y al parecer, también de una Unión Europea que no tiene problema en seguir edificando su prosperidad sobre un muro cada vez más grueso de cadáveres. 

La alargada sombra del fascismo