jueves. 28.03.2024

La crisis del coronavirus

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Foto: UME

La pandemia del COVID-19 no solo es un grave problema de salud pública que hay que resolver: es, además, el desencadenante de una nueva crisis económica que, con mayor o menor intensidad, afecta a casi todas las grandes economías del mundo. Muchos economistas han intentado predecir por donde vendría la próxima recesión. Ninguno podía siquiera imaginar que vendría por una epidemia.

La recesión se explica, de un lado, por la caída de la producción causada por la perturbación de las cadenas de suministros y por otro por la caída de la actividad en servicios como turismo, hostelería y transporte. A esto se suman los problemas en el sistema financiero que salió muy dañado de la anterior crisis financiera. La fuerte caída de las bolsas en todo el mundo es el pórtico de la nueva crisis en la que nos adentramos.

Lo gordo vendrá después de que acabe la emergencia sanitaria. Entonces habrá que hacer frente a un proceso de recuperación de la economía que, seguramente, no será ni fácil ni rápido

Antes que se declare la recesión (dos trimestres seguidos de contracción) todos los países se apresuran a adoptar medidas para combatirla. En España el Gobierno ha presentado un paquete de medidas, movilizando 200.000 m€ de los que 117.000 m€ son públicos, para hacer frente a la emergencia económica y social, en línea con lo que otros países vecinos han hecho. Su intención es conseguir que el frenazo de actividad sea temporal y no cause daños definitivos a la estructura productiva y apoyar a los que pierdan su empleo durante el tiempo que dure la emergencia. El paquete tiene el apoyo de sindicatos y patronal y, al parecer, también de los partidos de oposición. Está por ver si este paquete es suficiente para lograr los objetivos que se propone, pero el Gobierno ya ha anunciado nuevas medidas si fueran necesarias.

Lo gordo vendrá después de que acabe la emergencia sanitaria. Entonces habrá que hacer frente a un proceso de recuperación de la economía que, seguramente, no será ni fácil ni rápido. En todo caso, algo debemos tener claro: no volveremos al mismo punto de partida de antes de la emergencia.

La consecuencia de todo ello es que el programa de gobierno en el que se basaba el gobierno de coalición debe dar paso a otro programa, encaminado a la recuperación. Dado lo novedoso de la emergencia, no debería extrañar que haya largos e intensos debates en el seno de un gobierno que se creó para otra situación. La buena noticia es que, por ahora, el gobierno afronta unido la emergencia y eso hay que valorarlo porque el Gobierno se basaba en un programa de gobierno que el virus ha liquidado. No parece, pues, que a la crisis sanitaria y económica haya que añadir una crisis política.

Como ha apuntado Sánchez, la situación merecería un nuevo Pacto de la Moncloa, es decir, un acuerdo de (casi) todas las fuerzas políticas para impulsar la salida de la recesión. Recuerdo que hace 40 años dedique una parte considerable de mi actividad a explicar y defender el Pacto de la Moncloa, porque no eran pocos los que no lo comprendían. Hoy, con la perspectiva que da la distancia, me parece fuera de toda duda que aquello fue un logro de todos los demócratas. Y añadiré, como guinda, que firmamos entonces unos convenios colectivos cojonudos. Visto el tenor de los debates en las Cortes, no me parece imposible alcanzar un pacto de casi todos. En todo caso merece la pena intentarlo.

Para concretar ese programa, se necesita algo parecido a un plan acordado a escala europea. Por el momento, la UE se ha limitado a relajar las condiciones macroeconómicas para permitir a cada Estado miembro adoptar las medidas que juzgue oportunas para hacer frente a la emergencia. A la vez, el BCE provee la liquidez que sea necesaria. Pero sería necesario algo parecido a un gran pacto europeo para adoptar políticas nuevas. Y digo nuevas porque a todas luces es evidente que la austeridad fue un error que no hay que repetir. Me parece que de ello se debate, aunque ninguna decisión se adoptará hasta no ver cuál es la profundidad de la recesión. También sería necesario que hubiese decisiones a escala internacional, del G20, por ejemplo. El problema para ello se llama Trump que no lo va a poner fácil.

Hay quien dice que la crisis de 2008 supuso el final de una fase del capitalismo, caracterizado por el predominio de la ideología del fundamentalismo del mercado. Si entonces el sistema financiero no se hundió fue gracias a la intervención masiva de Estado, lo cual refutó definitivamente aquella ideología. Esta crisis no será, simplemente, un momento keynesiano, un momento de lo público, sino algo distinto. Es probablemente el momento de iniciar una nueva relación entre lo público y lo privado entre el Estado y el Mercado.

En relación con el COVID-19 en España, la principal decisión que ha tomado el Gobierno es hacer lo que los expertos dicen, es decir, dejarse guiar por la ciencia. Claro que entre los expertos no hay unanimidad y hay debate, lo cual es natural por la novedad de la situación y por las políticas aplicadas por unos países u otros. Cabe pues el debate científico, pero no tiene mucho sentido la discusión política. En ese sentido, me parece escandalosa la posición de Torra criticando la decisión de declarar el Estado de Alarma porque invade competencias de la Generalitat. Me recuerda lo que escribió Azaña en sus Memorias respecto del lamentable papel de la Generalitat durante la Guerra Civil. Preocupada muy mucho de salvaguardar sus competencias y poco o nada de contribuir al esfuerzo de guerra contra los fascistas, la Generalitat parecía más hostil al Gobierno de la República que al fascismo. El esfuerzo de guerra lo hicieron las milicias de los partidos de izquierda y de los sindicatos catalanes, pero no el Gobierno de la Generalitat. A la hora de enfrentar una emergencia como esta, el nacionalismo es tan útil como las rogativas con que la Iglesia se enfrentaba a la peste negra en la Edad Media.

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