viernes. 19.04.2024

Después del estado de alarma

El inicio del verano coincide con el final del estado de alarma. Importa insistir en que el fin de la alarma en España no significa el final de la pandemia. A escala mundial, la infección se sigue expandiendo y ahora podemos importar virus de un buen puñado de países. En aquellos países en que la infección se ha contenido, los rebrotes (en China o en Alemania, por ejemplo) nos indican que el virus sigue ahí.

En España, salimos de la alarma con un par de centenares de nuevos casos detectados cada día, lo que indica que el virus sigue circulando en nuestro país. Ahora, el control de la infección depende de cómo se comporte la gente, es decir, si adoptan los hábitos necesarios para frenar la propagación y de la capacidad de nuestro sistema sanitario para detectar con rapidez, seguir y aislar los casos que aparezcan. En definitiva, el país entra en la “nueva normalidad” bajo la posibilidad de nuevos cierres.

El control de la pandemia está ahora en manos de los gobiernos autonómicos. Madrid y Barcelona han sido los grandes centros de la infección. Ayuso y Torra tienen ahora el mando en la lucha contra la pandemia en sus respectivos territorios y esto es otro motivo de preocupación. Durante el estado de alarma Torra y Ayuso han destacado por sus constantes ataques al Gobierno que estaba al frente de la lucha contra la pandemia. No hablo de críticas puntuales, normales por otra parte, sino de una táctica política consciente y sistemática que no se ha prodicido en otras CCAA. Un disparate mayúsculo.  Durante la alarma, Ayuso y Torra han actuado más como agitadores políticos que como gobernantes. Afortunadamente, el decreto de alarma estableció una cadena de mando Ministerio – Consejerías de Sanidad. Cuando el mando vuelve a los gobiernos autonómicos, Madrid y Cataluña muestran gobiernos rotos, inoperantes. Son gobiernos zombis, que se mantienen en pie porque no hay alternativa, salvo ir a elecciones. Torra, además, tiene fecha de caducidad el próximo septiembre. En resumen, en Cataluña y Madrid están al frente de la lucha contra la pandemia personas manifiestamente inadecuadas para el cargo y que, además, presiden gobiernos inoperantes. Crucemos los dedos.

Consecuencia de las medidas necesarias para frenar la propagación del virus, la economía ha sufrido un parón. Ya tenemos los primeros datos de cuanto ha afectado a la actividad económica. Estamos, con toda seguridad en la depresión más aguda desde la guerra civil.

En la crisis de 2008 vimos como una crisis financiera se convertía rápidamente en una recesión sobre la que se aplicó una política desastrosamente equivocada, la llamada austeridad expansiva. La consecuencia fue una crisis social, que, a su vez, tuvo consecuencias políticas. La principal y más preocupante de ellas fue el ascenso de los nacionalismos reaccionarios. Ahora tenemos una crisis sanitaria que ha inducido una recesión más profunda que la de entonces. La buena noticia es que no vamos a aplicar el mismo remedio: casi nadie defiende ya otra ronda de austeridad expansiva. Por el contrario, desde el FMI hasta la UE se promueven políticas  expansivas.

El anuncio de Merkel y Macron de un plan europeo de recuperación es una decisión política de capital importancia. Ante la UE se abrían dos caminos: o bien cada país se enfrentaba a su propia crisis con sus propios medios o bien había una respuesta comunitaria. El primer camino, probablemente, hubiese conducido a la disolución de la UE. Por eso, el anuncio que hacen Merkel y Macron es, precisamente, que la UE siga adelante.

Merkel ha explicado en el Parlamento alemán las razones que le han llevado a apostar por un planteamiento que se sitúa en las antípodas de la austeridad de 2010. Lo que Merkel ha venido a decir es que si la crisis económica deriva en  crisis social, a continuación tendremos una catástrofe política, en la que “las fuerzas antidemocráticas, radicales y autoritarias pueden explotar políticamente la crisis económica”. Si dirigir es prever, indudablemente Merkel actúa como una dirigente en toda la extensión de la palabra. Es significativo que AfD, la extrema derecha alemana, se oponga frontalmente al plan Merkel-Macron. Otras derechas no tan extremas también se oponen al grito de “ni un euro para España (o para Italia, que para el caso es lo mismo)”. O ponen todo tipo de pegas, exigiendo condicionalidad y control, como si el Fondo fuese uno de libre disposición y no estuviese encaminado a fines y propósitos concretos y detallados. No deja de sorprenderme la posición del PP sumándose al coro de los que exigen más condicionalidad y vigilancia (en definitiva, más pegas) para “evitar que se gaste en ideología”. ¡Mira tú con lo que salen ahora los de la ideología de la austeridad!

Los llamados países frugales lo que buscan (y lo están consiguiendo) es obtener ciertos beneficios colaterales, ya que el fondo va  a beneficiar, sobre todo, a los países donde más duro ha golpeado la pandemia. Uno puede entender lo que buscan esos países: negociar su cacho. Pero no se me alcanza que busca el PP español en este asunto, además de tocar las pelotas al Gobierno de España, eso sí, quedando como Cagancho en Talavera. ¡Joder con los patriotas! Una vez más se confirma que las derechas españolas tienen los rumbos perdidos.

Ahora lo importante es que el Gobierno pacte con las empresas, sector por sector, cómo se va a hacer la recuperación de la actividad. En esa estamos.

El pacto político de todos ni está ni se le espera y conviene percatarse de por qué, más allá de los consabidos tópicos de lo malos que son nuestros políticos y otras sesudas reflexiones como esas. El sistema político actual es el resultado de la crisis económica y social de 2008 y contiene dos elementos perturbadores: Vox y JxCAT. El relato del primero es considerar ilegítimo el Gobierno de nuestro país con el que no hay nada que hablar ni nada que pactar. No es una anécdota que en medio de la mayor pandemia que ha sufrido España, la propuesta de Vox es que el Gobierno dimita y haya llegado a organizar manifestaciones para ello.

El segundo sigue instalado en el discurso de la secesión para lo cual, la confrontación con el Estado es la vía. Coincide con Vox en la conveniencia de abrir una crisis de Estado, aún en medio de la pandemia. De hecho Vox y JxCAT han venido votando juntos en casi todas las ocasiones en que se ha pedido la prórroga del estado de alarma. Lo que ese voto significa es que promueven una crisis política en medio de la pandemia, por alocado que esto parezca.

El problema de nuestro sistema político es la influencia que Vox ejerce sobre el PP y JxCAT sobre ERC, lo que hace muy difícil  que estos últimos se allanen a un pacto general con el Gobierno. Interesa destacar que en el Ayuntamiento de Madrid, gobernado por el PP, ha sido posible en acuerdo de todos los partidos, mientras que en la Comunidad de Madrid, también gobernada por el PP, Ayuso lo ha rechazo. El PP se mueve en el dilema clásico de toma criada o ponerse a servir. Por eso unas veces hace una cosa y otros días otra. Y lo mismo pasa con ERC. El papel, el triste papel de ERC es ser la caución de izquierdas  de una operación reaccionaria: mantener en el Gobierno de la Generalitat al partido más corrupto de Europa Occidental. Y eso le lleva hoy a pactar con el PSOE la investidura y mañana a votar en contra del estado de alarma. Para, después,  abstenerse.

Pero con estos mimbres hay que encontrar no ya otro Pacto de la Moncloa, cosa que la influencia de Vox sobre el PP y de JXCAT sobre ERC hace imposible, sino una mayoría, la que sea, con la que aprobar los presupuestos de la recuperación, un presupuesto encaminado a evitar el desastre que se avecina. Es difícil, pero no imposible. En ello el Gobierno se juega su futuro.

Después del estado de alarma