viernes. 19.04.2024

Cuarenta años después del 23F

Que varios partidos nacionalistas hayan decidido no asistir al acto conmemorativo del golpe de estado del 23F carecería de importancia si no fuese por las declaraciones con las que han pretendido justificar su ausencia. Según ellos el golpe protagonizado por Tejero, Armada y Milans del Bosch hace 40 años fue un encargo del Rey Juan Carlos con el propósito de afianzar su poder. El acto fundacional del sistema político vigente sería un golpe militar lo cual explica su posición contraria a la monarquía en particular y al “régimen del 78” en general, que, según ellos, no es una democracia o lo es de un modo parcial. Más sibilinos, otros señalan que aún no se conoce todo lo que pasó el 23F, dando a entender que se ha ocultado la participación del Rey en la preparación del golpe. En esta posición está también Podemos, lo cual añade gravedad al asunto por formar parte del Gobierno. 

Hacer política basada en un fake, o sea en una mentira disparatada, está reñida con las más elementales prácticas democráticas. La democracia se basa en la voluntad informada de los ciudadanos y cuando se intoxica a la ciudadanía con falsedades contrarias a los hechos se están debilitando los fundamentos mismos de la democracia en unos momentos en que ésta está siendo puesta en cuestión. 

Trump se marcó un fake proclamando a los cuatro vientos que, en las elecciones presidenciales americanas, se había producido un fraude masivo. Ni las autoridades electorales, ni los jueces encargados de dirimir las demandas, encontraron evidencias de ningún fraude masivo. Los hechos, tal y como quedaron establecidos por las autoridades encargadas de vigilar el proceso electoral y por los tribunales de justicia, no impidieron que Trump siguiera denunciando el fraude masivo y lanzara a sus partidarios a imponer por la fuerza sus tesis en el Capitolio. Trump estaba haciendo política contra los hechos. Y lo hacía no por ignorancia sino por conveniencia: a sabiendas de que no había habido fraude, proclamarlo era conveniente para intentar mantenerse en el cargo a pesar de haber perdido. El fake era una mentira conveniente para sus intereses y estaba destinado a presionar a las autoridades electorales, judiciales y políticas para que proclamaran un resultado distinto del que realmente se había producido. El problema es que una gran parte del electorado americano se ha tragado el bulo. En lugar de tener una opinión pública informada tenemos una opinión pública desinformada e intoxicada. Malo para la democracia. 

Un  fake de un tamaño similar es el que adjudica al Rey Juan Carlos el encargo del golpe del 23F. Es un fake conveniente para apuntalar la tesis de que esta no es una democracia verdadera, lo que da un basamento para justificar la secesión catalana y también explica su fracaso. Combatir el fake es muy importante por el bien de la democracia. 

El único punto de apoyo de este camelo real son las declaraciones de los golpistas que alegaron en su defensa que creían actuar en nombre del Rey. Jamás aportaron prueba o indicio alguno de que el Rey les hubiera ordenado, pedido o insinuado que se sublevaran. La defensa de los golpistas se basó en esta mentira porque era una mentira conveniente para los autores del golpe. Lo realmente pasmoso es que una mentira lanzada por golpistas convictos por un interés evidente haya sido acogida con entusiasmo por nacionalistas e izquierdistas de diverso pelaje y la repitan cuarenta años después contra los hechos establecidos por los tribunales y por los numerosos historiadores que han investigado el golpe. Nadie ha encontrado prueba o indicio de que el monarca participara en él, sencillamente, porque no lo hizo.  Pero los propaladores de bulos tienen otra explicación: no se sabe todo, al 100 %, de lo que sucedió el 23F, luego algo se oculta intencionadamente.

El 23F ha sido investigado por mucha gente. ¿Se sabe todo, todos los detalles de la preparación del golpe y de su desarrollo? Seguramente no, porque nunca se sabe todo, todos los detalles, de ningún acontecimiento político importante. Como ejemplo, hoy podemos asegurar que no se conocen aún todos los detalles de la preparación del golpe del 18 de Julio de 1936. No hace mucho, Viñas ha publicado un libro en el que detalla, documentadamente, la financiación del fascismo italiano en una de las conspiraciones que desembocó en el golpe de Mola, Sanjurjo y Franco. Que el fascismo italiano había intervenido se sabía. No se sabía quién, cuando y cuánto dinero exactamente habían recibido. Seguramente los historiadores nos irán dando más detalles, aunque probablemente algún detalle no se conocerá jamás. Lo cual no es óbice para que los hechos, los hechos verdaderamente relevantes, se sepan perfectamente. Y no, Franco, Sanjurjo y Mola no dieron el golpe del 18 de Julio de 1936 por encargo de Manuel Azaña, que hubiera sido el fake equivalente al de ahora. Dicho sea de paso, los golpistas del 36 dijeron actuar para fortalecer la tambaleante República, una mentira conveniente para recabar apoyos entre los militares que, sin excepción, habían jurado lealtad a la República. Unos cuantos generales hicieron honor a su juramento y se negaron a secundar el golpe.  Algunos lo pagaron con su vida. 

Desde noviembre de 1975 hasta bien entrado 1977 vivimos en una dictadura coronada. Juan Carlos I, nombrado sucesor por Franco, fue proclamado Rey por las Cortes franquistas. De acuerdo con la legalidad vigente entonces gozaba de poderes casi absolutos. Que aquello era una dictadura lo viví en mis carnes. En enero del 76 me detuvieron y me mandaron a Carabanchel por participar en una huelga, como si viviéramos en la dictadura de Franco. Pero el hecho es que, meses después de su coronación, el Rey, usando sus poderes, echó a Arias Navarro y nombró a Suarez, encargándole de desmantelar el aparato jurídico- político del franquismo y levantar en su lugar un aparato jurídico-político democrático, homologable al de cualquiera de las democracias de nuestro entorno. Lo que, entre otras muchas cosas, implicaba que el Rey perdía todos los poderes de que disfrutaba bajo el régimen franquista quedando como una figura representativa. 

Para los que nos estábamos batiendo el cobre en la oposición a la dictadura franquista y a la dictadura coronada que lo siguió, el giro del monarca fue un acontecimiento tan feliz como inesperado. Creíamos que el camino a la democracia consistía en una combinación de la movilización popular y la alianza con sectores del franquismo que evolucionaban hacia posiciones democráticas. En particular, buscábamos en el Ejército militares que asumieran posiciones democráticas. De lo primero había cierta abundancia. De lo segunda una espantosa escasez. De repente nos encontramos con que quien había evolucionado hacia la democracia era nada menos que el Jefe del Estado, que era jefe supremo de las fuerzas armadas, un detalle de cierto interés, dado que el franquismo había encomendado al Ejército ser el garante de la pervivencia de la dictadura aún después de la muerte del dictador. 

Como se sabe, Suarez se aplicó a la tarea encargada por el Rey, arrastrando con él a un sector del aparato político del franquismo. Otro sector (que entonces llamábamos el bunker y hoy la extrema derecha) se dedicó a agitar los cuarteles, recordando a los militares que, como garantes de la continuidad del franquismo, debían actuar. No es fácil describir hoy la agitación en los cuarteles, sobre todo después de cada atentado de ETA, que actuaba como bomba que cebaba el golpismo. Se puede afirmar que el golpismo gozaba de una simpatía muy amplia. Por el contrario, la opinión democrática era francamente minoritaria, a pesar de los meritorios intentos de la UMD, que tuvo escasa influencia, desgraciadamente. 

Suarez se convirtió, entonces, en la bestia negra y desde los primeros meses de su gobierno comenzaron las conspiraciones para dar un golpe de estado. Estaba bien claro que detrás de Suarez estaba el Rey, pero proponer un golpe contra el Rey era muy inconveniente dado que seguía siendo el jefe supremo de las fuerzas armadas. Algunas de esas conspiraciones fueron descubiertas y abortadas por las fuerzas de seguridad. Pero otra de las circunstancias del momento es que la agitación golpista también estaba en la policía, la guardia civil y en los servicios de información. No sabemos los detalles de hasta donde llegaron las tramas golpistas en los aparatos de seguridad del estado. Aquí puede encontrarse una razón para mantener secretas las actuaciones de la justicia. 

Llegados a este punto cabe afirmar que, si el Rey hubiese querido un golpe, este hubiese triunfado de manera fulminante, dado el estado de opinión de los militares y dada su posición en la cadena de mando. Por otra parte, hubiese sido del género tonto dar un golpe para recuperar el poder que tenía y que él mismo estaba cediendo. Además, estaba bien presente el ejemplo de su cuñado, el Rey de Grecia, que, apoyando el golpe militar, terminó perdiendo la corona. La monarquía no se afianza encargando golpes de estado. El Rey afianzó su corona, precisamente, por lo contrario: por haber parado el golpe. Es decir, la monarquía juancarlista se consolidó por ser un pilar fundamental de la democracia española. Es esta una verdad incómoda para quienes han hecho de la reivindicación republicana su principal bandera. Pero así es la verdad. 

Importa señalar que si el golpe del 23F fracasó no fue, precisamente, por la reacción popular. Viví la noche del golpe en la sede de CC OO, ocupado en mantener el contacto con los compañeros de las fábricas más importantes para dos cosas: ocultar o destruir todos los archivos y organizar la respuesta al golpe. Con el gobierno y los dirigentes de los partidos secuestrado, éramos los sindicatos quienes podíamos organizarla respuesta.  Pero lo que reinaba entre nosotros era el desconcierto. Éramos conscientes de que era imprescindible dar una respuesta, pero también lo éramos de que la gente no nos iba a seguir. Después de muchas horas de negociación CC OO y UGT acordamos hacer un paro de unas horas el día 24, poca cosa para oponerse al golpe. Si el golpe fracasó no fue por la movilización popular sino por la intervención del Rey, primero para evitar que a la sublevación se sumaran más unidades militares. Después, y una vez acotado el golpe en Valencia y en el Congreso, para confirmar la posición de la Corona en favor de la democracia y en contra del golpe. No se sabe el detalle de las numerosas conversaciones del Rey con los mandos militares. Y seguramente nunca se sabrán porque de ellas no saldrían bien parados algunos generales que, finalmente, quedaron del lado de la democracia. Pero el hecho es que, con el golpe en marcha, el Rey intervino para frustrarlo. ¿Tiene sentido seguir sosteniendo que el golpe fue un encargo del Rey cuando se sabe que el Rey, precisamente, fue quien lo paró? 

La reacción popular sí que se produjo en la enorme manifestación del 27 de febrero, la manifestación más grande la historia. Todos los partidos del llamado arco parlamentario, desde la AP de Fraga hasta el PCE de Carrillo participaron, así como los sindicatos y la patronal. Tuve el honor de estar en una de las pancartas de la cabecera de aquella manifestación. Creo que esta manifestación fue el verdadero acto fundacional de la democracia española porque expresaba muy bien el apoyo a la democracia de todas las fuerzas políticas, de la izquierda y la derecha, de los sindicatos y la patronal, y de la ciudadanía en general representada por una muchedumbre nunca vista hasta entonces.  

Cuarenta años después del golpe del 23F el apoyo a la democracia ha disminuido. Exactamente es eso es lo que han querido dejar claro los partidos que han optado por no asistir al acto conmemorativo del cuarenta aniversario del golpe. Lo hacen, además, extendiendo un fake, una mentira que contraviene los hechos bien establecidos. Una pésima praxis democrática. 

De los partidos que estaban representados en la pancarta del 27 de febrero, sólo el PSOE sigue existiendo. Y eso me lleva a pensar que el PSOE fue y es uno de los pilares en que se basa la democracia española. La evolución del resto de los partidos no ha sido igual.

El PCE, el PCE de Carrillo fue, hace 40 años, otro pilar de la democracia. El PCE de hoy, (lo que queda de él), ha renegado del papel del PCE en el advenimiento de la democracia española.  El nacionalismo democrático catalán de entonces se ha transmutado en nacionalismo secesionista que propugna la desobediencia a las leyes y ataca a las instituciones democráticas. Es decir, hace 40 años era un firme apoyo a la democracia y hoy es una carcoma de la misma. Y para remate, los herederos del bunker que hace 40 años agitaban los cuarteles llamando al golpe militar hoy están en Vox, una fuerza relevante en el panorama político que no se corta un pelo en apoyar posiciones golpistas y netamente antidemocráticas. La UCD, el partido protagonista en aquellos años, se deshizo víctima de sus divisiones internas. El PP es el continuador de la AP de entonces con algunos añadidos. Pero cuarenta años después, las derechas democráticas siguen divididas y a la búsqueda de su identidad. Podemos no es sucesor del PCE de hace 40 años. Él y Ciudadanos son en cierto modo partidos nuevos, con poco que ver con el pasado. Son partidos inmaduros pero que han entrado en declive antes de madurar.

Lo que hace 40 años fue un apoyo unánime a la naciente democracia hoy es un apoyo simplemente mayoritario, pero no unánime. Lo cual me lleva a la conclusión de que la lucha por la democracia es muy necesaria y para ello hay que distinguir quienes son los enemigos de la democracia y quienes sus apoyos. La democracia proclamada el 27 de Febrero de 1981 en las calles de las ciudades españolas, ha prevalecido durante 40 años sobre sus enemigos. Trabajemos para que prevalezca otros 40 años.

Cuarenta años después del 23F