miércoles. 24.04.2024
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Estamos todo el día pegados a nuestros teléfonos inteligentes, muchos de nuestros trabajos se fundamentan en estar pegados a la pantalla de un ordenador, vemos la televisión en pantallas que también son inteligentes, pedimos a dispositivos que se activen con la voz que pongan nuestra canción favorita e, incluso en algunos casos, tenemos totalmente automatizadas nuestras viviendas y podemos ver qué ocurre en ellas en cualquier momento a través de un dispositivo móvil.

De hecho, esta evolución que hemos vivido, de forma drástica y vertiginosa durante los últimos años, hace que vivamos en mundo extremadamente digitalizado y no seamos plenamente conscientes de ello. Muchas de las generaciones más recientes han normalizado hasta tal punto esta digitalización que no conciben un mundo diferente. Sin embargo, hace tan solo dos o tres decenios, la situación actual sería inconcebible.

En cualquier caso, esta sociedad digitalizada, con sus pros y sus contras, nos ofrece un sinfín de posibilidades que, generalmente, desperdiciamos o, al menos, no aprovechamos lo suficiente. Precisamente debido a esta creencia de que el mundo siempre ha sido así, o a la normalización de la situación en el caso de generaciones de más edad, hace que no valoremos, por ejemplo, la cantidad de conocimiento del que disponemos a tan solo unos clics.

Cuando hablamos de esta sociedad digitalizada es importante puntualizar que se sustenta, en gran parte, en las características de una herramienta como internet. Los avances tecnológicos, todo el hardware y software que se desarrolla día a día, tendrían poco sentido sin esa relación intrínseca que guarda con el mundo online.

De nuevo, son muchos los que no conciben un mundo sin internet, redes sociales, mensajería instantánea o plataformas de vídeo; pero es que WhatsApp se lanzó en 2009 (y en España no terminó de cuajar y generalizarse hasta un tiempo después), YouTube se lanzó en 2005 (y tampoco terminó de consolidarse hasta pasados unos años), Twitter en 2006, Facebook en 2004, Instagram en 2010 y TikTok en 2016. Hablamos de un mundo mucho más nuevo de lo que puede parecer, incluso para los que hemos ido viviendo todos estos avances de manera progresiva y recordamos perfectamente cómo era el planeta antes de que existiera siquiera la World Wide Web (esas “www” que aparecían antes en las URL).

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Unsplash, CC0 1.0

Cuando hablamos de un desaprovechamiento de las posibilidades que nos ofrece esta sociedad digitalizada nos referimos especialmente a aquellas cosas de las que disponemos actualmente de una manera sencilla y gratuita y que antes eran impensables.

Si hace veinticinco años nos dijeran que podemos acceder a todo tipo de obras, estudios, investigaciones, artículos a través de breves búsquedas en una cosa llamada Google (que, recordemos, se fundó en 1998, hace veintidós años), bien seguro no daríamos crédito.

De la misma forma que no valoramos la oferta de ocio y entretenimiento que tenemos a nuestra disposición. De nuevo, si hace unos años nos dijeran que podríamos jugar a juegos de casino online, con crupiers de carne y hueso, en tiempo real y con un chat en el que los diferentes jugadores intercambian impresiones, tampoco nos lo creeríamos. Y ocurre más de lo mismo con la realidad virtual, la aumentada, los videojuegos, las aplicaciones, los juegos gratuitos online… y un sinfín de alternativas de ocio que están a nuestra disposición.

Y cuando la tecnología, el ocio y la cultura se mezclan en una oferta combinada, en la que podemos, por ejemplo, visitar un museo a través de una ruta de realidad virtual, viajar a cualquier parte del mundo o sentarnos en el sofá y ver a través de unas gafas una película como si estuviéramos en el cine, esa sociedad digitalizada de la que hablábamos se hace todavía más real y presente.

Es precisamente en este aspecto donde el nuevo mundo en el que vivimos nos ofrece infinidad de posibilidades. Solo necesitamos querer para aprender a tocar un instrumento, no es una cuestión de recursos, como hace años; ahora lo único que necesitamos es una pantalla, conexión a internet y muchas ganas. De la misma forma, ya no es necesario cambiarse de ciudad, con todos los gastos que eso conlleva, si queremos estudiar en una universidad, podemos hacerlo desde casa a través de universidades online como la Universidad Nacional de Educación Distancia (UNED).

En definitiva, la oferta es tan amplia y enriquecedora que cuesta creerse que no valoremos un poco más esta sociedad digitalizada que, como decíamos al comienzo de esta publicación, tiene sus pros y sus contras, pero está repleta de posibilidades.

Las posibilidades del mundo online en una sociedad digitalizada