viernes. 29.03.2024

Después de la multitudinaria manifestación independentista del 11 de septiembre, Artur Mas acudió a la todavía capital de España para dar una conferencia y ser entrevistado en la televisión pública del Partido Popular que pagamos entre todos. Con la “brillantez” que le caracteriza y esa cara de seminarista benedictino que le delata, el Sr. Mas aseguró que entre España y Catalunya está ocurriendo lo mismo que entre el Norte y el Sur de Europa, es decir que los ricos y serios países del Norte de España y de Europa se han cansado de sostener a los vagos, tontos y pródigos del Sur. El razonamiento de Mas es tan agudo como peripatético, porque del mismo modo podríamos justificar que los honrados ciudadanos del barrio de Sarriá de Barcelona declinasen poner una pela más para sostener a los gandules e inútiles súbditos de Gavà o Sant Adrià del Besòs. Pero vayamos un poco más atrás, no por nada, sino para divagar.

En 1630, las arcas de Monarquía Hispánica estaban exhaustas debido al empeño de los monarcas germánicos que la gobernaban en sostener las guerras imperiales europeas. Castilla no podía dar ni un ducado más –aunque la iglesia seguía cobrando sus impuestos sin ningún problema– y el Conde-Duque de Olivares pensó en la posibilidad de que los otros reinos, entre ellos el Principado de Catalunya, aportasen su parte al sostenimiento de la guerra. Resultaba que Catalunya, desde el siglo XV, atravesaba una tremenda crisis y que tampoco de allí se podía sacar mucho. Aun así, a sabiendas, Olivares aparcó las tropas imperiales en las frontera con Francia obligando a los campesinos a darles alojamiento y comida. Las tropas mercenarias del rey de Castilla y Aragón hicieron lo que acostumbraban en cuantos lugares pisaban: Abusar en la guerra y en la paz de quienes nada tenían que ver con los conflictos sacro-dinásticos, hasta tal extremo que en 1640 los campesinos y segadores de Girona se amotinaron y a golpe de rabia, hambre y hoz llegaron a tomar Barcelona, asesinando al Conde de Cardona, Virrey de Catalunya. En principio, el patriciado urbano catalán vio la rebelión con buenos ojos y trató, como Artur Mas, de ponerse a la cabeza del movimiento, pero atisbando que los acontecimientos desbordarían sus objetivos y que la chusma pobretona se podría hacer con el poder, decidió en Barcelona poner a Catalunya bajo el yugo de la monarquía francesa. Entusiasmado Richelieu por tan genial decisión, Luis XIII fue coronado como Luis I de Catalunya y las tropas francesas entraron a saco en el Principado, robando, rapiñando, imponiendo cargos y productos franceses y aboliendo todos los derechos y constituciones del mismo, lo que sumió al país en uno de los periodos más tristes de su historia. Posteriormente, las tropas de Felipe IV expulsaron a los franceses, pero al firmarse la Paz de los Pirineos Catalunya y la Monarquía Hispánica tuvieron que ceder a los Borbones el Rosellón y la Cerdanya, siendo la primera vez que los territorios imperiales fueron seccionados a la fuerza. Desde entonces, 1659, en esos territorios la monarquía francesa suprimió los Usatges catalanes y el uso oficial del catalán. Ni la Revolución francesa, ni la III ni la V República reconocieron nunca los derechos catalanes ni permitieron que el catalán fuese utilizado con normalidad, hasta el extremo que a día de hoy sólo un 3% de los habitantes del Rosellón habla catalán.

Y en esto murió Carlos II sin descendencia alguna. La guerra de Sucesión –que no fue otra cosa que una guerra civil con implicaciones internacionales– estalló en medio de otros conflictos de carácter europeo. La oligarquía catalana apostó por los Habsburgo, por mantener el modus vivendi de los Austrias frente al centralismo borbónico. El patricio Rafael Casanova se erigió en líder del movimiento, pero nunca en defensor de ninguna independencia, sino de las antiguas constituciones de los reinos de España. Es ante el monumento que se le dedicó en el siglo XIX donde los catalanes recuerdan “sus libertades” perdidas, libertades que en realidad sólo disfrutaba el patriciado urbano, el clero y la nobleza, como en el resto de los dominios hispánicos; libertades que la Santa Inquisición se saltaba cada vez que le venía en gana pues desde su introducción en la Península vía Catalunya, tenía jurisdicción para todo y en todos los territorios: El catolicismo, en la raíz de cualquier problema, nunca fue objeto de rebelión alguna en Catalunya ni en ningún otro lugar porque las clases dominantes de todos los territorios de los reinos de España profesaban, y profesan, esa ideología.

Tras el triunfo de los Borbones, Catalunya perdió buena parte de sus Derechos, pero al mismo tiempo su oligarquía comenzó a participar de manera creciente en los negocios de Ultramar, abriéndose un periodo de pasividad “nacionalista” de casi dos siglos. Es a partir de la Renaixença, con Aribau, Verdaguer, Maragall, Almirall y Prat de la Riba, cuando la alta burguesía catalana, enriquecida con los negocios coloniales e influida por las teorías reaccionarias de Herder, puso en marcha un nuevo movimiento que reivindicaba un pasado tan glorioso como idealizado, el valor de la lengua y las costumbres catalanas como signos de identidad común. El desarrollo industrial, que siempre contó con el apoyo de la monarquía borbónica, hizo que miles de personas procedentes de todos los puntos de Catalunya de Espanya se hacinaran en los barrios que iban surgiendo alrededor de Barcelona. Las condiciones laborales y de vida, la explotación a que la burguesía catalana sometía a los trabajadores llegó a tal extremo que éstos vieron en las ideas anarquistas y en la acción directa la forma más eficaz de organizarse para defender sus derechos. La Renaixença, el hecho nacional y los Jocs Florals pasaron a segundo plano, recurriendo de nuevo la burguesía catalana a la monarquía de Alfonso XIII para acabar con el movimiento obrero, acordando –tras la huelga de la Canadiense de 1919– nombrar Gobernador Militar de Barcelona a uno de los generales más bestias de la Península: Martínez Anido, decisión que no fue nada fácil dada la altísima competitividad que en ese sentido había en el gremio. La ley de fugas, la tortura, las detenciones ilegales, el cierre patronal y el disparo a bocajarro fueron el orden constitucional vigente decidido por los antecesores de Artur Mas, también el paso previo a la dictadura de Primo de Rivera en la que el brutal general ocupó la cartera de Gobernación.

Tras el enorme esfuerzo de la II República por dar una solución definitiva al problema catalán y al de la vertebración definitiva de España, vino la guerra civil –auspiciada por los militares africanistas, el clero y la plutocracia– y el nacional-catolicismo, modalidad española del fascismo que debe buena parte de sus hechuras a dos cardenales catalanes: Gomá y Pla i Deniel.  Muchos de los hombres de la Lliga Regionalista de Cambó se integraron con gran alegría en el régimen de terror franquista, aportando a un hombre de excepcional crueldad: Eduardo Aunós, ministro de Justicia franquista en 1943 y uno de los imputados por Baltasar Garzón en la causa que instruía contra el franquismo cuando fue expulsado de la carrera judicial.

El franquismo quiso de nuevo borrar la identidad catalana y anular su lengua, pero pese a su empeño no lo consiguió. La decisión de reindustrializar Cataluña, que tiene como punto de partida la implantación de la SEAT en Barcelona, produjo enormes flujos migratorios hacia la ciudad. Sirva como ejemplo: Casi un tercio de los habitantes de Caravaca –mi pueblo– marcharon a Barcelona y poblaciones limítrofes desde finales de los cincuenta hasta mediados de los setenta, de tal manera que hoy viven allí más indígenas caravaqueños que en mi propia ciudad. Las primeras elecciones autonómicas y todas las demás dieron el triunfo una y otra vez al partido nacionalista de derechas Convergencia i Unió, el cual dedicó todo su esfuerzo a crear una Catalunya a su imagen y semejanza. Dentro de ese partido pugnaban las dos corrientes famosas, la que quería que se reconociese a Catalunya su liderazgo en España y la que aspiraba al soberanismo, pero ambas utilizaron el agravio como arma eficacísima para transformar y conformar una nueva identidad catalana que se basaba en echar la culpa de todo lo malo a Madrid, no asumir ninguna responsabilidad sobre cosa alguna aunque fuese de su estricta competencia, la manipulación histórica, el centralismo barcelonés y un doble juego tan pueril como útil a sus intereses. Sin embargo, jamás en estos treinta y tantos años de democracia borbónica una ciudad española sufriría una transformación tan radical y positiva como la acaecida en Barcelona con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992: A base de cientos de miles de millones de pesetas, una ciudad bellísima pero ajada, desdibujada, perdida, recuperó su esplendor y se abrió al mar, dentro de un plan urbanístico sin precedentes en nuestro país.

Pero, en fin, todo esto son cosas del pasado y pueden no tener la menor importancia… La realidad hoy es que después de treinta y tantos años de gobiernos nacionalistas catalanes, es decir de gobiernos de la rancia burguesía catalana –en la que se han integrado muchos antiguos prebostes del franquismo como los Carceller, ministros, consejeros del reino, dueños de cervezas Damm, de las mayoría de las gasolineras de Canarias, accionistas de referencia de Gas Natural, Sacyr y otro montón de empresas–, Convergencia ha ido consiguiendo sus objetivos particulares, haciendo ver a una parte considerable de la población que el infierno está en los otros y en ellos el cielo por venir. Pero no todo son logros de la oligarquía catalana, la izquierda de ese país no ha sabido articular una alternativa creíble y aunque hoy surjan otras voces desde la CUP, quienes mueven los hilos a su antojo son los hombres de Mas. En cuanto a la derecha castiza castellana, qué decir, tan brutos como inútiles, tan dañinos como decadentes: A ella se debe la disparatada campaña de boicot a los productos catalanes, a ella los recursos contra el nuevo Estatut, a ella la sentencia del Tribunal Constitucional que negaba que Catalunya fuese una nación. No pueden ser más imbéciles ni más peligrosos para la convivencia en libertad de quienes habitamos esta tierra sufrida.

Dicho esto, convencido como estoy de que Convergencia ganará las próximas elecciones pese a ser el Gobierno que más daño ha hecho a los catalanes desde 1977, he de añadir que no encuentro la más mínima diferencie entre Artur Mas y Esperanza Aguirre, que es verdad que existe un sentimiento nacional catalán, pero también unos nexos de unión con el resto de España indiscutibles como son la corrupción política y económica, la destrucción de las costas, el abandono de los pueblos del interior –visitar Olot, Tortosa, Vilafranca del Penedés o Vic dan prueba evidente de ello–, la especulación financiera e inmobiliaria –que es allí también la parte principal de la crisis–, la influencia casi medieval de los mosenes, y el “amor” de los nacionalistas catalanes, al igual que los castellanos, a privatizar todos los servicios públicos: Hoy, un día de septiembre de 2012 hay más niños escolarizados en colegios concertados de curas en Catalunya y Madrid de los que había cuando murió el genocida Franco.

Sí, Sr. Mas, tiene usted razón, hay un cansancio, hay quienes estamos hasta los mismísimos de imbéciles, chorizos, malvados y aldeanos meapilas, sea cual sea su patria. Además, si por increíble que parezca, en un mundo globalizado por arriba en el que el capital actúa al unísono, hay en su tierra personas de izquierda –por cierto, no vi a ninguno de ellos escupir a sus consellers en esa manifa, ni siquiera llamarles por su verdadero nombre…– que piensan que Catalunya se salvará sola, lo lamento, pero con su pan se lo coman.

Buscando a Catalunya desesperadamente