viernes. 29.03.2024
pospandemia
Fotos: Pixabay

Aumentan las evidencias científicas que relacionan la destrucción de la naturaleza y el cambio climático con la propagación de pandemias devastadoras como la Covid-19 y otras futuras que ya se pronostican. La reconversión económica postpandemia y la transición ecológica requieren una profunda reparación de la biosfera. Y para eso es esencial potenciar el uso sostenible del patrimonio natural bajo la premisa de devolver la naturaleza más de lo que le quitamos y reconciliar nuestras vidas con Gaia, la Diosa Tierra.

No hay otra alternativa. Es la hora de la naturaleza. Y este es el momento de apalancar la anhelada gran transformación a lo largo de esta centuria. Los humanos formamos parte de una compleja red de seres vivos con su rica biodiversidad. Pero la “supervivencia colectiva” depende completamente de la utilización racional de los bio-geo-recursos del capital natural. Con la COVID-19, como se señala desde Naciones Unidas, “el planeta ha lanzado su advertencia más tajante hasta la fecha: la humanidad debe cambiar”. El Secretario General de la ONU Antonio Guterres, viene insistiendo recientemente en que “debemos hacer las paces con la naturaleza si queremos vivir en equilibrio con sus increíbles riquezas…, y  debe ser la máxima prioridad para todos, en todas partes”.

No es precisamente una idea nueva, sino que se viene desarrollando ampliamente desde hace más de medio siglo con el respaldo de la ciencia y la acción de los movimientos sociales. El reconocido científico y activista Barry Commoner ente otros, venía insistiendo desde la década de 1970, a través de sus importantes obras (El círculo que se cierra; En paz con el Planeta, entre otras), en la necesidad de acabar con la guerra entre la naturaleza y el hombre…, “esos ataques contra la ecosfera han desencadenado, a su vez, un contraataque ecológico”. Pero, como ya advertía Friedrich Engels mucho antes, no deberíamos vanagloriarnos en exceso de nuestras victorias sobre la naturaleza, porque por cada una de ellas, ésta toma venganza sobre nosotros. 

En la actualidad ya éramos conscientes de estar ante una emergencia planetaria provocada por un cambio global que marca la era del Antropoceno. Pero quizá el mensaje que nos envía la naturaleza a través de la crisis del coronavirus nos permita comprender mejor las interacciones entre los ecosistemas, la economía y la salud global (humana, animal y ambiental) y, lo que es más definitivo, el destino del sistema humano dentro de la biosfera que nos alberga.

  1. ACCIONES HUMANAS INSOSTENIBLES Y SOBREXPLOTACIÓN DE LA NATURALEZA

Las actividades humanas están explotando la naturaleza mucho más rápidamente de lo que puede ella misma renovarse. Casi tres cuartas partes de la superficie de la Tierra no cubiertas por el hielo ya se han visto significativamente alteradas (apenas quedan áreas vírgenes). Se han perdido más del 85% de los humedales y la mayoría de los mares están muy contaminados por el vertido de residuos, como los plásticos. La biodiversidad de nuestro planeta está disminuyendo a un ritmo nunca visto en cualquier otro momento de la historia de la humanidad. Según Naciones Unidas, cerca de un millón de especies han sido arrastradas al borde de la extinción desde 1970. Las poblaciones de todos los animales se han reducido en un 70%. Más específicamente, los sistemas humanos ya han causado la pérdida del 83% de todos los mamíferos silvestres y la mitad de todas las plantas (WWF, 2020) (1). Igualmente, los científicos constatan que la tasa actual de extinción natural es de decenas a cientos de veces mayor que el promedio de los últimos 10 millones de años, y se está acelerando.

residuos planeta

El crecimiento exponencial del uso de recursos parece imparable. Según datos de Naciones Unidas, el consumo mundial de materiales ya supera actualmente los 100.000 millones de toneladas anuales, habiéndose duplicado desde el año 2000 y triplicado desde 1970. Para el año 2060 se estima que se vuelva a duplicar llegando a 190.000 millones de toneladas. Aproximadamente la mitad de las emisiones totales de gases de efecto invernadero y más del 90% de la pérdida de biodiversidad y del estrés hídrico se debe a la extracción de recursos y la transformación de materiales, combustibles y alimentos.

La salud humana y nuestro bienestar global, en términos económicos, mentales, culturales, físicos y ecológicos, dependen de una naturaleza sana que mantenga sus capacidades regenerativas

Las mismas actividades humanas que originan la insostenibilidad global, por una voraz explotación del planeta, también generan riesgos de pandemias. Y a medida que destruimos los ecosistemas, como los forestales, aumentan las amenazas de enfermedades infecciosas y los síntomas de malestar de un planeta enfermo. La salud humana y nuestro bienestar global, en términos económicos, mentales, culturales, físicos y ecológicos, dependen de una naturaleza sana que mantenga sus capacidades regenerativas. Es una condición determinante para afrontar los desafíos del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la propagación de enfermedades devastadoras en un turbulento escenario de grandes transiciones de sostenibilidad.

Precisamente, en este escenario de mejor reconstrucción y renovación en fases de transición, como hemos puesto de manifiesto en varios artículos anteriores, se están creando muchas expectativas sobre las nuevas políticas postCovid para que incluyan paquetes de estímulo “inteligentes” en favor de la salud, la modernización económico-ecológica y la resiliencia de los socioecosistemas. Más que nunca, no solo es vital proteger, recuperar y revalorizar la naturaleza con mucha más ambición de lo que hasta ahora se había planteado tibiamente durante los últimos decenios, en especial a través de las políticas tradicionales de conservación y de corrección de impactos, sino “vivir plenamente con la naturaleza”.

  1. LOS ACTIVOS NATURALES Y LOS SERVICIOS ECOSISTÉMICOS: BASES DE LA RIQUEZA Y DEL BIENESTAR

Mientras que aumenta el reconocimiento de que la destrucción ecológica presenta profundos riesgos globales, se constata que la propia riqueza de las naciones depende de la fortaleza del capital natural y de sus aportaciones ambientales, sanitarias, socioculturales y económicas. En consecuencia, la conservación de los ecosistemas y la protección de la biodiversidad están totalmente justificadas desde el punto de vista económico global. Incluso, desde una perspectiva más funcional, la naturaleza tiene un significado trascendental como activos vitales, dado que, en gran medida, las actividades económicas, la cohesión social y territorial, y el propio bienestar humano están subordinadas al buen estado de los sistemas naturales y de los servicios prestados.

Dos tercios del PIB mundial se relacionan con los ecosistemas y la diversidad biológica del mundo, según Naciones Unidas. Múltiples sectores productivos dependen de genes, especies y servicios ecosistémicos que usan como insumos esenciales. En términos generales, World Wildlife Fund estima que la naturaleza proporciona 125 billones de dólares al año en apoyo gratuito a la economía mundial (WWF, 2020).

ecosistemas

Un análisis sectorial más específico del Foro Económico Mundial muestra que 44 billones de dólares de generación de valor económico, equivalente a más de la mitad del PIB mundial actual (80 billones de dólares), depende de la naturaleza y de los servicios que presta. Tres de los sectores económicos más importantes, como la construcción, la agricultura, y los alimentos y bebidas (con un valor agregado bruto, VAB, de los tres de 8 billones de dólares, aproximadamente el doble del tamaño de la economía alemana), son fuertemente dependientes de ella, algo fácilmente comprensible en la medida que son industrias primarias.

Pero, también las consecuencias para las industrias secundarias y terciarias pueden ser significativas por "dependencias ocultas” y otras derivadas de sus cadenas de suministro. Además, los riesgos de la naturaleza se vuelven materiales para las empresas a través de impactos directos e indirectos que pueden manifestarse como riesgos físicos y de mercado (WEF, 2020) (2).

  1. POR UNA GESTIÓN ÉTICA Y UN USO SOSTENIBLE DEL PATRIMONIO NATURAL

Las mejores “vacunas” contra las enfermedades del planeta residen en adecuar nuestros modelos mentales a un comportamiento económico y ético que posibilite la coevolución del sistema humano con la biosfera (3). Desde la perspectiva de la gestión económica, como señala el profesor Dasgupta, aunque la naturaleza es "nuestro activo más preciado", la humanidad ha administrado mal colectivamente su "cartera global" porque nuestras demandas superan con creces la capacidad de la naturaleza para suministrar los bienes y servicios esenciales. Para mantener nuestros activos naturales y evitar la degradación neta, nuestras demandas deben ser iguales o inferiores a la capacidad de regeneración de la naturaleza y del suministro de los bienes y servicios de los que dependemos inevitablemente.

De esta manera, la medición de la verdadera riqueza nacional tiene que computar adecuadamente los activos naturales, tradicionalmente poco considerados, y hacerlo conjuntamente con los otros activos más reconocidos para mejorar el bienestar, como las infraestructuras o los equipamientos de bienes y servicios. Este es precisamente el concepto de “riqueza inclusiva” que defiende Naciones Unidas.

Por tanto, estamos ante la necesidad no solo de conservar la riqueza natural, sino de aumentar urgentemente la oferta de activos naturales, especialmente los de alto valor ecológico, ampliando las áreas protegidas (terrestres y marinas) y aplicar un modelo económico regenerativo para restituir a la naturaleza más de lo que sacamos de ella. A, su vez, eso implica formas racionales de gestión y uso de los sistemas naturales desde la lógica de la sostenibilidad. En la publicación sobre el USO SOSTENIBLE DEL PATRIMONIO NATURAL (4), hemos tenido oportunidad de profundizar en el conocimiento de las causas directas y subyacentes de la degradación de los activos patrimoniales, la sobreexplotación de los recursos y la pérdida la biodiversidad.

sostenibilidad

La valoración socioeconómica del capital natural y la disponibilidad de marcos estadísticos y contables proporcionan herramientas útiles para abundar en la buena gobernanza de los socioecosistemas. Los avances en una Contabilidad Económica-Ecológica Integrada que se vienen impulsando desde Naciones Unidas son muy notables y se están ampliando con otras instituciones. En el cálculo del valor económico total (VET) del medio ambiente, se ha asumido un planteamiento mucho más integrador al incluir los componentes de “valor de uso” (directo, por aportaciones materiales; indirecto, por funciones ecológicas; y de opción para el uso futuro), conjuntamente con el “valor de no uso” (de legado para las futuras generaciones; y de la propia existencia).

La gestión del capital natural, entendido como la base de producción de la economía y el proveedor de servicios básicos para el desarrollo y el bienestar humano, exige una perspectiva sistémica con planteamientos integrados y flexibles que favorezcan la evolución de los socioecosistemas de forma sostenible, resiliente y equitativa.

Así, una de las principales cuestiones es la evaluación de costes y beneficios socioambientales, definiendo sobre quién recaen, cómo se reparten y si se enmascara su distribución mediante la valoración económica. De esta manera, es preciso hacer frente a los conflictos sociales y las desigualdades que secularmente se derivan de los tradicionales objetivos de conservación frente a la apropiación humana, superando esas contradicciones mediante soluciones de compromiso sostenibles.

No obstante, en muchas ocasiones, los beneficiarios de los bienes y servicios de los ecosistemas no son conscientes de los agentes que soportan los costes de su preservación frente a determinadas actividades antiecológicas. Aquí aparecen una serie de mecanismos de compensación para favorecer una gestión sostenible, tales como el Pago por Servicios Ambientales (PSA). Esto permite la internalización de las externalidades ambientales positivas, con la posibilidad de obtener fondos para la conservación, el desarrollo rural y el equilibrio territorial. De igual manera, otros mecanismos como la “Custodia del Territorio”, los “Bancos de Hábitats”, el enfoque de ecosistemas y la ordenación del espacio son potentes instrumentos de gestión. Pero, hay que evitar que la aplicación de la noción económica de capital al ámbito de la naturaleza se pervierta y aumente el riesgo de un indeseable proceso de “mercantilización de la biosfera”.

Estos mecanismos de gestión son importantes para lograr el uso sostenible de los recursos. Pero también hace falta incluir otros principios cautelares, debido a la insustituibilidad del capital natural, la irreversibilidad de los procesos y la incertidumbre del fenómeno del Cambio Global. Hay que definir “niveles mínimos de seguridad” para garantizar el mantenimiento de la vida y la continuidad del bienestar socioeconómico a lo largo del tiempo, lo cual entra en el campo de la ética.

Una visión sostenible y solidaria del futuro pasa por una nueva ética intergeneracional para conservar y preservar el patrimonio global y exige una concepción distinta de su pertenencia

Una visión sostenible y solidaria del futuro pasa por una nueva ética intergeneracional para conservar y preservar el patrimonio global y exige una concepción distinta de su pertenencia. Hay que concebirlo no solo como una herencia de nuestros antepasados, sino como un préstamo de nuestros descendientes a los que tenemos la obligación de devolverles íntegramente el capital natural prestado junto con parte de los intereses devengados y no consumidos en su mantenimiento.

También las cuestiones éticas tienen una gran transcendencia dependiendo del contexto, el propósito y del tipo de uso del patrimonio natural. Se suele dar por sentado que existe un argumento moral para que la humanidad sea un buen administrador del resto de la naturaleza, pero como señala el profesor James Lovelock, autor de la “Hipótesis Gaia”, quizá el ser humano debería ser menos pretencioso y contentarse con ser simplemente un buen “representante sindical” de la otras especies vivas.

Desde el Génesis se reconoce el dominio humano sobre la naturaleza (“creced, multiplicaos y dominad la Tierra”), y desde la tradición occidental se ha mantenido una visión arrogante de origen judeo-cristiano o más bien greco-cristiano como señalaba John Passmore, que empieza a concebir la naturaleza como pura utilidad, que vacía la relación entre lo natural y lo humano de todo contenido y moral. A ello se suma la corriente de pensamiento cartesiano que sitúa al hombre como dueño y señor de la naturaleza, utilizando el poder de la ciencia, con una concepción antropocéntrica y utilitaria. Con visión solidaria para un futuro común, ahora ya sería el momento de asumir un cambio ético sobre el mundo natural en base a una visión más “biocéntrica” para superar la visión occidental parcelaria y abundar en el planteamiento holístico de Arnold Leopold en su pionera obra de 1949 titulada Ética de la Tierra.

Aunando consideraciones ambientales, económicas y éticas, el conocimiento de las causas directas y subyacentes de la degradación del patrimonio natural, la sobreexplotación de los recursos y la pérdida la biodiversidad es la base de partida para encontrar las mejores alternativas políticas y estratégicas que contrarresten el progresivo deterioro de la riqueza nacional.

En el fondo lo que se plantea es un ambicioso cambio de paradigmas. Se trata de repensar el modelo económico convencional con una nueva visión ética para para integrar “la economía en la naturaleza” y no solo hacerlo en sentido inverso, como se plantea desde la moderna óptica neoclásica con la pretensión de incorporar parcialmente los bienes e internalizar las externalidades ambientales en la dimensión económica. A la espera de ese cambio paradigmático, en el corto y mediano, necesitamos un primer cambio transformador en la forma en que los modelos económicos, los mercados y la propia actividad económica puedan empezar a reconocer el verdadero valor intrínseco y patrimonial del capital natural.

Por este camino es posible contar con mejores herramientas para proporcionar “opciones de cambio” más amplias que puedan ayudar a impulsar las acciones políticas, inversiones y proyectos, tanto públicos como privados, en favor del capital natural. La cuestión es cómo se encajan dentro del marco de actuación para la recuperación postpandemia y las transiciones de sostenibilidad.

  1. PLANES DE RECUPERACIÓN Y SOLUCIONES CON LA NATURALEZA

Las respuestas para responder a las crisis actuales serán más efectivas si saben reconocer los vínculos entre el cambio climático, la destrucción de la naturaleza y las pandemias, haciendo que los enfoques transversales de sostenibilidad y resiliencia marquen las pautas de una mejor reconstrucción y preparación de las transiciones. La idea central es ir creando reservas estratégicas de amortiguación y capacidades de resistencia adaptativa a largo plazo. En este aspecto, para disminuir la vulnerabilidad y los riesgos de los ecosistemas la opción de “cultivar biodiversidad” es fundamental porque mejora su resistencia al estrés y a las fluctuaciones.

La búsqueda de soluciones integradas con el medio natural también tendría que ser un objetivo prioritario para abordar acciones que aprovechan las contribuciones ambientales. Igualmente, habría que destacar la importancia del fortalecimiento de sinergias entre las iniciativas sobre el cambio climático y la biodiversidad, añadiendo ambición y acción integrada, como señala un reciente informe del PNUMA-WCMC (2021) (5). Hasta ahora, la acción climática ha tenido una mayor atención política y empresarial. Las actuaciones en favor de la biodiversidad han estado más relegadas, ya que son menos visibles y más difíciles de medir, pero las consecuencias de la inacción son igualmente críticas para la sostenibilidad y el disfrute de estos bienes comunes globales.

Hay muchas expectativas modernizadoras en torno a la “recuperación verde” de la multicrisis. Sobre todo, contando con la disponibilidad de un gran volumen de recursos económicos, especialmente a través del Instrumento Europeo de Recuperación, que implicará para España unos 140.000 millones de euros en forma de transferencias y préstamos para el periodo 2021-26. Los denominados Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE), son aquellos que tienen un “carácter estratégico con gran capacidad de arrastre para el crecimiento económico, el empleo y la competitividad de la economía española”.

Pero según se empiezan a perfilar los tipos de proyectos, las inversiones sectoriales y la gestión de los fondos previstos aparecen sombras sobre las oportunidades que pueden ser mejor aprovechadas para construir verdaderas trayectorias de sostenibilidad y resiliencia. Lo que sí se perciben, por el momento, son numerosas “manifestaciones de interés” en proyectos destinados a la transición energética, especialmente energías renovables, movilidad eléctrica, infraestructuras eléctricas, redes inteligentes, hidrógeno verde etc., de los que pueden beneficiase grandes empresas privadas.

Pero, hasta ahora, no hay muchas expresiones interesadas en inversiones ambientales genuinas, como las destinados a mejorar el capital natural y sus ecosistemas. Pero, a medida que se encaran las políticas de recuperación postpandemia, las inversiones ambientales y las denominadas “soluciones basadas en la naturaleza” pueden tomar un mayor protagonismo mediante mecanismos de colaboración público-privada.

Los nuevos planes económicos de los gobiernos deben explotar el potencial de la creación de activos naturales, como las “infraestructuras verdes” y tener en cuenta las interacciones económicas positivas que se generan y que afloran nuevos yacimientos de empleo ambiental

Los nuevos planes económicos de los gobiernos deben explotar el potencial de la creación de activos naturales, como las “infraestructuras verdes”, esenciales también para la adaptación climática, y tener en cuenta las interacciones económicas positivas que se generan y que afloran nuevos yacimientos de empleo ambiental. Los proyectos basados en la naturaleza tienen una aplicación más inmediata y también tienen un importante efecto multiplicador. Además, una parte sustancial del capital natural total está constituida por sistemas cultivados. Y estos ecosistemas agrarios pueden aumentar sus capacidades por vías sostenibles, contando con la nueva “bioeconomía circular” como una pieza clave, más allá del beneficioso impulso que se está produciendo en la agricultura ecológica española (sector líder europeo con 2,35 millones de hectáreas de equivalente al 17,1 % del total de la UE). Todo ello, sirve tanto para asegurar una buena alimentación, propia de una vida saludable, como para contribuir a preservar la diversidad biológica, evitar la contaminación en los sectores primarios, combatir el vaciamiento demográfico y favorecer el progreso rural.

Desde esta perspectiva, la escala local y bio-regional adquiere un gran protagonismo. Por una parte, los sistemas urbanos son motores y laboratorios de la transición de una economía, ecológica, hipocarbónica y circular atendiendo a sus capacidades de cambio hacia modos de producción y consumo sostenibles. De otra parte, las nuevas políticas de recuperación postpandemia deben aprovechar las potencialidades funcionales de las bio-regiones, superando las fronteras administrativas e impulsando la sostenibilidad del conjunto patrimonial (natural, paisajístico y cultural). Un requisito esencial es preservar los valores patrimoniales del territorio y de las culturas locales para permitir que cada comunidad y cada lugar puedan aprovechar los recursos y capacidades endógenas, preservar su identidad y seguir beneficiándose de los bienes y servicios de los ecosistemas de forma equitativa, sostenible y resiliente. Sin duda, esta es una sólida base para crear modelos de “simbiosis industrial-regional” (eco-parques industriales), diseñados para crear redes espaciales donde se reintegran los residuos y los subproductos en los procesos productivos.

También habrá que prestar atención al contenido y alcance de los proyectos de recuperación supuestamente “verdes”. Especialmente, frente a los fraudulentos proyectos de “reverdecimiento” que frecuentemente se establecen a través de las prácticas empresariales conocidas como greenwashing o “blanqueo ecológico”. Los procedimientos de evaluación deberán ser muy exigentes. Es más, en los paquetes de estímulo, los mecanismos decisores tendrían que apremiar a los promotores de los proyectos no solo al cumplimiento estricto de las condicionalidades ambientales, para tener un impacto neutro o positivo en la naturaleza, sino para incentivar cambios transformadores en los modelos de negocio que son capaces de reducir sensiblemente el consumo de recursos naturales, en general, y fomentar el uso de los renovables, en particular.

ecosistemas agrarios

Por otro lado, relajar los procedimientos de evaluación ambiental y de sostenibilidad de los proyectos con la finalidad de agilizar las tramitaciones o llegar, incluso, a  debilitar las normativas ambientales en aras de una rápida recuperación económica, conllevaría mayores riesgos de vulnerabilidad y perjuicios a la larga. Y también habrá que hacer un buen filtrado y un correcto seguimiento de las inversiones y proyectos de “color esperanza” que, de acuerdo con los criterios de elegibilidad marcados en la UE, según la “Taxonomía” para inversiones sostenibles. Los proyectos no deberían solo admisibles en la medida que no tengan un impacto ambiental significativo, sino considerando las implicaciones de los costes ecológicos (que pueden ser altos) aunque comparativamente sean menores que los beneficios derivados.

Los instrumentos económicos y los incentivos fiscales siguen ocupando un interés preferente en la gestión ambiental, pero todavía adquieren un mayor significado en los planes de recuperación. Además del clásico principio “quien contamina paga”, son necesarios otros principios más transformadores como “quien usa los recursos paga” y el de “eliminar los subsidios que dañan la naturaleza”. De este modo, se podrían liberar recursos económicos y compensar a los agentes de conservación aplicando así el principio “quien conserva cobra” (pago por servicios ecosistémicos) para mejorar la sostenibilidad ambiental. No obstante, todos estos mecanismos tendrían que estar plenamente integrados en una Reforma Fiscal Ecológica de “doble beneficio ecológico-económico”, tanto por disminución del impacto ambiental como por su capacidad de generación de empleo. El enfoque es reorientar la carga fiscal desde los impuestos laborales a los ambientales, es decir gravar más lo que es ambientalmente dañino para la naturaleza (incentivando su conservación), compensándolo con desgravar algo tan económicamente bueno como es el factor trabajo (incentivando la creación de empleo), si necesidad de aumentar la presión fiscal. Valga recordar que la fiscalidad ambiental convencional en España está muy por debajo de la media europea y lejos del 2,4% del promedio de la OCDE.

Los impulsores del cambio también son objeto de una gran atención. Ante los insostenibles patrones prevalentes, todos lo actores de la sociedad tienen sus propias capacidades y responsabilidades para actuar como líderes, facilitadores y multiplicadores de acciones transformadoras. Justamente, en estos nuevos escenarios, entre los agentes económicos más destacables, están las instituciones financieras que pueden desempeñar un papel clave en la gestión de riesgos ambientales y en las estrategias de sostenibilidad. Los bancos y las compañías de seguros, como otros muchos sectores económicos, cada vez están más expuestos a múltiples riesgos relacionados con el clima y deterioro de los activos naturales. Y aunque ya venían tomando conciencia de ello, ahora después de la crisis del coronavirus, tienen que gestionar los riesgos de forma integrada y con una visión dinámica y estratégica a largo plazo.

Pero, por otro lado, el mundo financiero desde su influyente posición, puede tomar un papel dinamizador para favorecer la acción climática y detener la pérdida de riqueza natural. Con el nuevo enfoque de “finanzas sostenibles” de la UE se pueden promover cambios de comportamiento en el modelo económico e influenciar en los esquemas de de negocios de las compañías en las que invierten y con las que operan, con lo cual pueden acelerar la implantación de políticas de sostenibilidad. La Banca, las empresas de servicios de inversión y aseguradoras tienen una gran responsabilidad en la reorientación hacia conductas e inversiones sostenibles. Pero tienen que involucrarse más proactivamente desarrollando normas financieras y de información tanto para promover su propia transformación ecológica como para contribuir a la transición hacia una economía más hipocarbónica, ecológica, resiliente y circular. Además, la aplicación de criterios y principios sobre la implicación a largo plazo de los accionistas (activismo accionarial), el “engagement” y el asesoramiento sobre financiación sostenible son importantes palancas de cambio, que también refuerzan los esquemas de buena gobernanza que integran los objetivos ambientales y sociales en las decisiones de inversión pública y privada. De esta forma, se pueden encauzar estas inversiones no solo para proteger el capital natural, sino para disminuir aquellas que lo degradan, incluso considerando la desinversión en el caso en el que las empresas no emprendan procesos sostenibles. Esta reorientación permite generar oportunidades económicas y creación de empleo en general, pero tiene una incidencia notable en la cohesión territorial, ya que la inversión en activos naturales tiene funciones estructurantes y tiende a ser intensiva en mano de obra, lo cual podría apoyar una recuperación ecológica más inclusiva y más favorable para avanzar hacia uno de los grandes retos de nuestro país: un desarrollo rural sostenible.

  1. CONSTRUIR HACIA ADELANTE EN COEVOLUCIÓN CON LA NATURALEZA

Con la experiencia acumulada, el conocimiento científico disponible y el alto nivel de la conciencia social existente, no hay excusa para que los responsables de la toma de decisiones, en el ámbito público y privado, no apuesten decididamente por proyectos de capital de natural, dada su fuerte capacidad tractora y generadora de entramados de sostenibilidad y resiliencia.

Tal vez haya que entender mejor estos conceptos y sus relaciones intrínsecas para traducirlos en acciones políticas y planes de inversión a corto y largo plazo. La insostenibilidad no se puede sostener por mucho tiempo y el reajuste de las perturbaciones pasa por facilitar reequilibrios dinámicos más robustos y adaptativos. Somos mucho más conscientes de lo que es insostenible, pero no tanto de lo que es verdaderamente sostenible ni tampoco de cuándo, cómo y dónde actuar para generar oportunidades de valor añadido real perdurables. Por su parte, la resiliencia, como antídoto contra la vulnerabilidad, debería ser un objetivo preferente en la creación de capacidades para resistir crisis e impactos que afectan a los ecosistemas naturales, industriales y urbanos. Es por ello, que los modelos de gestión integrada y adaptativa deben sustentar las políticas transversales para superar la clásica “política de silos” y abordar la incertidumbre contando con la participación social.

Nos encontramos ante un nuevo desafío de gobernanza en la medida en que los conceptos de sostenibilidad y resiliencia no han quedado todavía bien explicitados en términos políticos

Nos encontramos ante un nuevo desafío de gobernanza en la medida en que los conceptos de sostenibilidad y resiliencia, aunque han tenido un considerable desarrollo científico y teórico, no han quedado todavía bien explicitados en términos políticos para poder ser bien concretados de forma operativa y con garantías de transparencia en base a objetivos, metodologías e indicadores de evaluación y seguimiento.

En todo este embrollo, el avance más significativo reside en un cambio de actitudes generalizado para mejorar la confianza en la toma de decisiones compartidas (estados, mercados, agentes económicos, comunidades y sociedad civil) sobre la acción humana en la biosfera. Quizá, las nuevas trayectorias dependan de si el sistema dominante decida que ahora estamos en el momento del “Gran Reinicio” (The Great Reset) y del cambio real hacia un “capitalismo inclusivo”, como se ha definido en el Foro Económico Mundial de 2021.

La recuperación postpandemia va a condicionar fuertemente las primeras fases de transición ecológica y climática. El juego de fuerzas marcará las tendencias para que se produzcan saltos más o menos incrementales, transformadores o disruptivos, configurando, así, distintos escenarios alternativos. La mayor incertidumbre reside en saber si podemos seguir pensando en evoluciones graduales de transformación o estamos entrando en umbrales críticos de bifurcación, con cambios impredecibles sobre la dimensión, velocidad y dirección de los acontecimientos.

En estas transformaciones complejas conocemos los estadios iniciales de la relación de la humanidad con Gaia, pero el resultado final del desenlace está por escribir. Por eso, ahora más que tratar de “reconstruir mejor”, sería más importante “construir hacia adelante” en coevolución con la naturaleza para ir creando socioecosistemas más sostenibles, resilientes e inclusivos.

Luis M. Jiménez Herrero | Dr. Profesor Honorífico de la UCM. Presidente de la Asociación para la Sostenibilidad y el Progreso de las Sociedades (ASYPS). ExDirector del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE).


(1) WWF. 2020. Informe Planeta Vivo 2020: Revertir la curva de la pérdida de biodiversidad. Resumen. Almond, R.E.A., Grooten M. y Petersen, T. (Eds). WWF, Gland, Suiza.
(2) World Economic Forum (2020), Foro Económico Mundial, Nature Risk Rising: Why the Crisis Engulfing NatureMatters for Business and the Economy.
(3) Para un tratamiento en profundidad de estos conceptos puede verse la publicación, Jiménez Herrero, Luis M. (2017): Desarrollo Sostenible. Transición hacia la coevolución global. Madrid: Editorial Pirámide.
(4) USO SOSTENIBLE DEL PATRIMONIO NATURAL. Cuaderno nº 25 de la Colección Cuadernos de Sostenibilidad y Patrimonio Natural de la Fundación Banco Santander. MADRID, 2020. ISBN: 978-84-17264-20-8. Coordinadores Luis M. Jiménez Herrero y Autores de la ASOCIACIÓN PARA LA SOSTENIBILIDAD Y EL PROGRESO DE LAS SOCIEDADES (ASYPS)
(5) De Lamo, X. et al. (2020) Strengthening synergies: how action to achieve post-2020 global biodiversity conservation targets can contribute to mitigating climate change. UNEP-WCMC, Cambridge, UK

Transformación postpandemia. Construir hacia adelante en coevolución con la naturaleza