viernes. 19.04.2024
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Fotos © UN

Los modelos de evolución de la crisis climática auguran un déficit de hasta un 40% de recursos hídricos, pues al aumento de población y los periodos de sequías continuadas, se sumará una mayor cantidad de aguas contaminadas y de fenómenos meteorológicos extremos, lo que hace urgente evitar que, como ocurre en la actualidad, más de tres cuartas partes de las aguas residuales generadas vayan a parar a los ríos y a los océanos, transitando en muchos casos por acequias al aire libre en zonas superpobladas de los suburbios, contaminando el agua utilizada para el aseo personal o incluso para el consumo.

Otro aspecto de gran importancia es el uso responsable del inodoro en los hogares que disponen de ellos, pues las toallitas húmedas, las compresas, los preservativos o los bastoncillos de los oídos desechados a través de los retretes afectan directamente a los entornos naturales. Según Sara Güemes, coordinadora del proyecto Libera de SEO/Bird Life y Ecoembes, “El váter es la puerta de entrada de diversos residuos de pequeño tamaño, de consumo rápido y frecuente que pueden terminar en los entornos marinos y fluviales”, por lo que recordar que “esta práctica, que muchos ciudadanos tienen en parte por el desconocimiento de las consecuencias, puede tener un alto impacto ambiental” . 

Tampoco hemos de olvidar la importancia del control del agua en el mismo diseño arquitectónico, pues como cita el especialista en arquitectura Sostenible, Carlos Ferrater, entrevistado por la Fundación We Are Water, “El problema de la energía y la cuestión del agua en la sostenibilidad y en la construcción del hábitat es extraordinariamente importante”, recordando la necesidad de un buen diseño en todos los aspectos que “tienen que ver con el agua, como hacer redes separativas que es un elemento más moderno, etc. Desde mi punto de vista, el control del agua es muy importante a través de los elementos sanitarios, etc.”. 

En este sentido, también es vital reducir la contaminación en pozos sépticos, pues el propio arquitecto señala lo fácil que es contaminar “una capa freática sólo con un mal vertido o con una estación depuradora que no funcione correctamente. Se puede contaminar el agua potable de todo un territorio. Por lo cual yo pondría mucha atención en el tercer mundo, en el que hay grandes zonas rurales. Ahí es donde eso se debe tener más en cuenta por el tema de las epidemias, entre otros”.

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Investigación e innovación en gestión de aguas residuales

La investigación y la innovación serán claves para la consecución de este objetivo y el cambio de paradigma e ir más allá de los residuos cero e implementar una economía circular. El diseño de nuevas infraestructuras, como las biofactorías similares a la premiada en Gran Santiago de Chile, que consigue cada día 600 millones de litros de agua depurada, producir electricidad para una ciudad de más de cien mil habitantes o gas natural para más de treinta mil personas, además de agua de riego e industrial o abono orgánico para regenerar ecosistemas y mejorar la biodiversidad del entorno. 

Estas biofactorias mejorarán la circularidad y la aplicación efectiva de fuentes alternativas. Según Belén Benito, directora de operaciones del Canal de Isabel II, “el agua residual generada por todos y convenientemente tratada, es una fuente de alternativa de agua para ciertos usos, como la agricultura o la industria”. Por su parte, Elena Calcerrada, responsable del Área de Innovación en Young Water Professionals (YWP), también en los encuentros propiciados por la Fundación Conama, resaltó la necesidad de “potenciar ideas disruptivas en la gestión del agua”, invirtiendo en divulgación e incluyendo tecnologías nuevas en la normativa. Una tecnología que puede convertir los más de 250.000 millones de metros cúbicos de agua residual que se producen actualmente cada año en el mundo en una auténtica mina de riqueza en agua potable, energía eléctrica o en la producción de nutrientes como fósforo, nitrógeno o potasio, por citar sólo la punta del iceberg. 

En 2030 el Objetivo de Desarrollo Sostenible es que nadie se quede sin la posibilidad de acceder a un retrete

No es difícil imaginar qué habría sucedido si durante esta pandemia hubieran ocurrido fallos en el servicio de evacuación y depuración de aguas residuales. Sin duda, la repercusión en la salud colectiva hubiera sido enorme. La crisis sanitaria de la COVID’19, según Francisco Lombardo, presidente del Foro de la Economía del Agua, “ha venido a demostrarnos todavía más la importancia de una higiene y saneamientos adecuados para controlar la propagación de las enfermedades”. Resaltando que, ahora más que nunca, “garantizar el acceso a servicios de saneamiento seguros y eficaces es un objetivo necesario y urgente”. Aunque no debemos olvidar que mientras en esta parte del mundo reiteramos la necesidad de lavarse las manos constantemente, en el mismo planeta que nosotros, hay casi tres mil millones de seres humanos que no tienen acceso al agua potable y no se han podido enjabonar las manos en toda su vida. 

Desde 2015 el acceso a un saneamiento seguro es un Derecho Humano Universal reconocido por las Naciones Unidas, aunque desgraciadamente es algo que está lejos de ser una realidad para casi la mitad de la población mundial. Un saneamiento seguro que comienza con un inodoro que capture de manera efectiva los desechos humanos para ser tratados y eliminados de manera adecuada. 

Para los occidentales el retrete es algo que siempre está ahí, en cualquier lugar, formando parte de la cotidianeidad. Su uso es una experiencia cotidiana habitual, aunque en ocasiones la bañemos de oro, como en el caso del baño de 18 kilates diseñado por el italiano Maurizio Cattelan que los visitantes pueden utilizar cuando visitan el palacio de Blenheim en Gran Bretaña. 

Un invento que tiene su origen en el siglo XVI cuando podemos encontrar los primeros prototipos de retretes que sustituyeran al tan conocido “¡Agua va!” medieval. Los retretes contemporáneos tienen su ancestro documentado en el invento de John Harington, que ideó como regalo para su tía la reina Isabel I, una caja de madera con un orificio que iba a dar a una taza de porcelana conectada a un depósito de agua que arrastraba los desechos. Cuenta la historia que no le hizo mucha gracia el invento, así que hubo que esperar casi dos siglos hasta que en 1775, el también inglés Alexander Cummings patentó un sillón que incorporaba un sifón que comunicaba con el desagüe. Este sifón contemporáneo con forma de “S” permite limpiar los desechos y acabar con el mal olor. Había nacido el inodoro. Sin olor. La importancia de este diseño radica en que se crea una barrera de agua limpia que impide que los malos olores y las aguas desechadas retornen al retrete. Un mecanismo que fue mejorándose con el paso de los años para optimizar su funcionamiento y su aislamiento, hasta que el corcho puso un broche dorado al invento cuando en 1880, Thomas Crapper ideó el flotante, que cierra automáticamente el flujo de agua en la cisterna. 

Pero más de ciento setenta años después, aún hay más de 4200 millones de personas que no tienen retretes con un sistema de saneamiento eficiente en sus viviendas. Incluso, hay casi setecientos millones de personas cuya única alternativa es hacer sus deposiciones al aire libre. En 2030 el Objetivo de Desarrollo Sostenible es que nadie se quede sin la posibilidad de acceder a un retrete. Mientras tanto, los que ya disponemos de ellos debemos recordar que deben usarse únicamente para depositar las tres P, nada más, porque cumplir los ODS también comienza en nuestros cuartos de baño. 

El retrete y la crisis climática