sábado. 20.04.2024
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La primera vez que fui de viaje a Portugal tenía 19 años y Armindo 17. Yo trabajaba cuidando niños por las tardes y él de recata en Pizza Móvil. Cholleábamos pintando pisos y otras cosas que nos salían porque siempre estábamos dispuestos a hacer lo que fuese para sacar unas pelas. Yo tenía unas ganas locas de viajar, de conocer mundo, de mapear. Él quería vivir aventuras, conocer gente nueva y dejarse llevar.

Lo que vi, comí, sentí y aprendí en mi primer viaje como mochilera en Portugal

Como auténticos mochileros, el trayecto desde Asturias a Lisboa lo realizamos en bus, y se nos hizo largo y pesado. El último tramo, desde Badajoz a Lisboa, a altas horas de la madrugada en un autobús lleno hasta atrás de jóvenes hombres negros cargados con grandes bolsas de plástico y gritando «SETUBAL! SETUBAL!» con un acento que se me antojaba extranjero; se me hizo surrealista, y me hacía fantasear sobre su procedencia, su destino, y en qué nos depararía este viaje a Portugal… Después, descubrí que Lisboa está abarrotada de personas negras, procedentes de los países que formaron parte de las colonias portuguesas: Mozambique, Angola, Santo Tomé y Príncipe, Guinea Bissau y Cabo Verde. Contribuyen a crear un ambiente multicultural y diverso que otorga vitalidad y dinamismo a la cultura portuguesa. También entreví las dificultades que estas gentes tienen para vivir, por los prejuicios raciales que escuché en este viaje, la poca representación en capas altas de la sociedad o en posiciones de poder, la vulnerabilidad y falta de oportunidades que observé en los ambientes marginales… Esta fue mi impresión de este viaje en 2005, y espero que las cosas hayan mejorado.

Nada más llegar nos encontramos con el primer susto del viaje, un intento de robo con violencia. En chanclas y con la mochila a cuestas, salimos del metro y nos rezagamos del grupo de personas por mirar unos azulejos con pinturas. Dos chavales de nuestra edad, aparecieron de repente pidiendo «un euro! un euro!», cuando intentamos esquivarlos se avalanzaron sobre Armindo que a base de empujones y embestidas, estilo toro desvocado, se revolvía intentando zafarse de las manos acosadoras, mientras yo corría escaleras arriba gritando a pleno pulmón pidiendo ayuda. Finalmente, los chicos desistieron y huyeron por las vías. Nos reunimos en la oficina de seguridad, donde los guardias no sólo hacían como que no habían oído mis gritos, sino que se desentendían completamente de lo sucedido. Como en todas las grandes ciudades europeas, existen en Lisboa zonas peligrosas en las que se ha de tener precaución, como puede ser la zona de Martin Moniz y Rossio, así como en los tranvías 28 y 15, lugares de afluencia turística y donde pueden producirse robos. También en estos lugares, se encuentran vendedores ambulantes que suelen ofrecer droga, y que no aparentan ser peligrosos, pero mejor no interactuar y evitar problemas, ya sea con ellos o, más tarde, con la policía.

Por dos días nos hospedamos en un hostal barato en el centro, desde donde visitamos las principales atracciones turísticas, y nos deleitamos con; la cocina portuguesa, los mercadillos de antigüedades y el colorido arte callejero de grafitis y azulejos. Con unas chanclas regaladas del Mac Donalds pateabamos las calles empedradas hasta que los piés nos quedaban negros y doloridos. Los viejos tranvías amarillos subiendo las cuestas y desapareciendo en la curva tras la catedral, las preciosas vistas del atardecer lisboeta desde el castillo de San Jorge, la torre de Belem y el Monumento de los Descubrimientos, los bohemios barrios… Lisboa me pareció una ciudad nostálgica, de fantástico pasado, que ha soportado el devenir de los tiempos y la decadencia con un porte natural y bello. Como una vieja mujer que elegantemente se viste el mismo Coco Chanel de hace 50 años y le sigue sentando estupendo, aunque ya no es la misma.

Después nos dirigimos a pasar unos días a casa de Ana, hermana de Armindo, que vivía cerca de Coimbra, otra ciudad fabulosa donde caminamos sin cesar. Aquí caímos en una trampa de turistas: Portugal dos pequeninos, un parque temático en miniatura sobre los lugares más representativos de Portugal. Soy una persona muy práctica, y me fastidia perder el tiempo con tonterías, y qué voy a hacer! este lugar me pareció una soberana pérdida de tiempo y dinero. Pudiendo visitar los lugares reales, para qué visitar sus miniaturas? y además, pagando?! Coimbra es bellísima, de este viaje recuerdo la majestuosa universidad coronando lo alto de la ciudad, y tras ella un precioso jardín botánico con esculturas y parterres muy cuidados, con árboles enormes y exóticos.

El frango no churrasco fue uno de los grandes hallazgos de este viaje, y lo devoramos siempre que hubo ocasión en todas sus formas; con piripiri, con salsa de limón, en restaurantes, con ensalada, patatas o arroz, pero también en plena calle, con las manos y sentados en un bordillo al borde de una carretera. Era sentir ese olorcillo a churrasquería y hacerse la boca agua, no podíamos evitarlo, y el precio acompañaba nuestros roidos bolsillos.

También aprendimos lo que eran los petiscos, unos platillos que te ofrecen mientras esperas tu comida en los restaurantes. Suelen ser; patés de pescados, mantequilla o quesos, además del pan. La primera vez los comimos vorazmente y con alegría de que se nos hiciera tal ofrecimiento. No quedaron ni las migas y nos supieron a gloria. Pero, ay amigo! al descubrir en la factura que aquellos maravillosos petiscos no eran un ofrecimiento gratuito, decidimos rechazarlos nada más que nos atendía un camarero. Antes de su viaje a Portugal, advertí a mis padres del timo de los petiscos. Tal fue mi sorpresa cuando a su vuelta trajeron en la maleta multitud de patés, quesos y mantequillas, de todo lo que les habían gustado y se reían de nosotros de haber rechazado tan maravillosos entremeses! Supongo que es cuestión de edad, de presupuesto o de perspectiva.

En general los portugueses nos parecieron amables, altruistas y sencillos. En varias ocasiones, al pedir una dirección, nos ofrecieron montarnos en su coche y acercarnos ellos mismos al destino. Otras veces, nos explicaban pacientemente y con expresiones hilarantes «todo recto hasta que bates con los cuernos en el muro y entonces a la izquierda». Otra vez, al descubrir que no llevábamos suficiente dinero para acceder al metro, una señora nos dio lo que nos faltaba sin dudarlo. A día de hoy, aún me acuerdo de estos gestos y procuro ayudar a los viajeros en dificultad, pues se que cualquier día me encuentro yo en su lugar.

acampada en Portugal

Como buenos mochileros, nos fuimos de acampada unos días a Figueira da Foz. Queríamos ir a la playa y bañarnos en el mar, pero al comprobar que el agua estaba gélida optamos por pasear y recoger chirlas que después cocinamos, y observar a los pescadores traer el pescado en redes con unos tractores. No dudé en echar muchas fotos de este momento, además de agarrar una sardina cuando los pescadores se despistaron.

Este viaje mochilero por Portugal nos enseñó lo divertido y placentero que es viajar con poco presupuesto y sin tener unos planes fijados. Sin embargo, por estas mismas razones tuvimos que tomar decisiones que no fueron agradables. El último día, con 50 Euros en el fondo común, y después de patear varios hoteles alrededor de la estación de autobuses de Lisboa, decidimos que no invertiríamos todo lo que nos quedaba por la seguridad de dormir en un hotel, así que no quedó otra que dormir en la calle, en el Parque das Naçoes, lugar de la expo de Lisboa. No negaré que pasé un poco de miedo, sobretodo después del incidente del metro, en esos momentos valoras tanto estar en compañía de una de las personas en las que más confías. Y por esto pienso que es indispensable tener compañeros de viaje afines y con quienes sea fácil negociar en momentos donde la supervivencia es lo más importante. En esa ocasión priorizamos el alimentarnos durante el viaje de vuelta y sacrificamos la seguridad y el sueño durante 10 horas. A día de hoy sigo pensando que fue una decisión acertada.

En el autobús de regreso a Asturias dormimos a pierna suelta hasta que éste se detuvo en Badajoz, donde nos informaron que el enlace a destino sería 5 horas más tarde. Con un sol despampanante, encontramos un cartel que ofertaba una entrada al parque acuático, además de taxi de ida y vuelta. La solución a nuestro calor y aburrimiento. Después de agotar el repertorio de toboganes y piscinas, y con los últimos 15 euros en la cartera, decidimos apostarlo todo a una sartén de huevos fritos con chistorra y unas cocacolas. Aquella comida, simple y aparentemente intrascendente se ha gravado en mi memoria para siempre así como muchos otros pequeños detalles de este viaje iniciático.

parque acuático Badajoz


 

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