viernes. 19.04.2024
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Ánades paseando en línea de fila (Foto Panchote)

Es un sitio sorprendente. Su nombre es extraño. Parece una mezcla extravagante de dos lenguas. Panchote dice que esta zona pantanosa se llama así porque fue el único lugar que dejaron a los moros para vivir, cuando los cristianos se hicieron con el poder en Valencia. Supongo que fue en tiempos de Jaime I. Algún día lo miraré en un libro de Historia.

Fui al Marjal con un excelente conversador, Panchote, mediano guía, que ya se ha perdido una vez recorriendo sus húmedos caminos.

La planta de El Marjal se aproxima a un rectángulo alargado, con algún que otro lado más pequeño de regalo. Uno de sus lados estrechos se apoya en una playa pedregosa a unos pocos kilómetros al sur de Sagunto. Los otros tres contribuyen a cerrar una zona de cañaverales, pequeñas lagunas y charcas. No tiene apenas caminos. Desde la playa solo es accesible por senderos limitados que cruzan aguas estancadas cruzadas por puentes medio rotos. En otro tiempo estuvo más cuidado, más accesible para las visitas. Ahora, años después de un incendio que destruyó casi toda su limitada infraestructura, es un lugar donde gobierna la naturaleza.

Eso, es su mayor riqueza: un terreno natural, donde no cuenta el ser humano, a una decena de kilómetros de Valencia. Allí anidan y viven a su gusto: gaviotas reidoras, cigüeñuelas, moritos, porrones y fochas comunes, tarabillas, y águilas calzadas. Solo menciono las aves que he visto.

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Accedimos al Marjal por la zona de playa. No lejos de nosotros entre los cañaverales vimos una pequeña laguna llena de vida. Disfrutamos del descubrimiento de fochas y porrones comunes. Las fochas, vistas a distancia, con los prismáticos no muy bien enfocados, me parecieron aves oscuras que empujaban objetos blancos brillantes con sus frentes. Las hembras de porrón común navegaban tranquilas con alguna de sus crías ya creciditas alrededor. Tratando de identificarlas nos llamó la atención su línea ocular blanca.

Estamos acostumbrados a identificar a las aves macho. Suelen ser las más llamativas. Dejamos pasar a las hembras, de colores más tenues y de canto más suave. Pero algunas hembras, si nos fijamos bien, son más hermosas. He visto papamoscas macho en su época de cría, esplendidos semáforos vivientes. Pero las hembras son más equilibradas. Su belleza está en la delicadeza y armonía de sus formas y tonos.

Me gusta observar la conducta de las aves e identificarlas in situ o posteriormente, con el “recuerdo” de lo que vi. Panchote hace fotos e identifica sobre ellas en casa. Varias veces hemos comentado las ventajas y desventajas de cada método. Es simplemente una cuestión de gustos. El que observa vive más la conducta de las aves; el que fotografía está más seguro de lo que identifica y se lleva el recuerdo gráfico de lo que ve.

Junio es un mes de crianza para todas las aves que viven o nidifican en Europa. Todas se afanan para sacar adelante a su pollada del año. Algunas de las que lo hacen con más ruido son las cigüeñuelas.

Después de saltar más de una valla y cercado, señalizados con el celebérrimo, y allí muy vetusto, “Se prohíbe el paso”, cruzamos una charca, zona de cría de cigüeñuelas.

Dos o tres permanecían volando sobre el agua. Daban continuados gritos y se mostraban excitadas y alerta. La charca contenía vegetación lacustre, juncos espaciados y unas excrecencias oscuras que emergían ligeramente del agua. Parecían restos de madera inertes y muertos.

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Cuando se dieron cuenta de nuestra presencia la excitación de las aves aumentó y volaron hacia nosotros gritando ruidosamente. Son gritos muy sonoros, unísonos y continuados, sin pausa. Nos dimos cuenta de que hacían todo lo posible para echarnos. Estábamos en su área de cría.  Éramos un peligro para sus polluelos. Volaban hacia nosotros a tres o cuatro metros de altura y se daban la vuelta una y otra vez para repetir el movimiento.

La cigüeñuela es un ave preciosa, elegante y delicada. Contribuyen a ello sus patas delgadas, larguísimas, de color fucsia brillante; su largo pico delgado y negro; su cabeza muy redonda y los dos tonos de su cuerpo, blanco y negro, netos y contrastados.

Vuela con el cuerpo horizontalmente estirado desde la punta del pico hasta el extremo de sus largas patas. Anda como una princesa de cuento.

Continuamos caminado con un ribazo de unos dos metros a nuestra derecha. Lo subimos, Panchote por delante. Cuando llegó arriba soltó una exclamación de asombro, cientos de aves agitadas y gritando.

Era un criadero de gaviotas reidoras.

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Convivían con otras aves: charranes comunes, moritos, cigüeñuelas…pero las reidoras abrumaban por su número y sonoridad. Gritaban sin parar. Los moritos pasaban volando de vez en cuando ajenos a tanta algarabía. Las cigüeñuelas eran las trompetas de la orquesta.

En un instante pareció como si todas estuviesen situadas por encima de nuestras cabezas. No se mostraban agresivas, simplemente nos avisaban- esta es nuestra casa forasteros-.

Disfrutamos del espectáculo natural y nos retiramos pronto. No deberíamos estar allí. La naturaleza nos rechazaba. Aquel no era nuestro sitio.

Volvimos a los caminos más anchos y secos. Nos sobrevoló una rapaz del tamaño de un aguilucho. Pensamos en el aguilucho lagunero e incluso en el milano negro. Su cola no parecía ahorquillada, pero no descartamos al milano. Las colas cerradas engañan mucho.

Despedimos el paseo con tres tarabillas posadas en un árbol pelado, se las veía bien. Pecho colorado, collar blanco, cabeza y ojos negro sobre negro, y una o dos manchas blancas en los laterales de las alas. Un macho, y una hembra claramente distinguibles. Las colas en constante vaivén nervioso.

Terminamos la mañana muy contentos. La naturaleza todavía nos daba alas.

Arturo Maira
Fotos: Panchote Moreno


El pito real


En el Marjal dels Moros