sábado. 20.04.2024
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Las salidas de la nueva crisis sistémica inducida por el coronavirus, así como las distintas formas posibles que pueden acometerse, están acaparando una mayor atención de la clase política, de los agentes económicos, de la sociedad civil y de la ciudadanía. Además de las reacciones urgentes en materia de salud y empleo, ahora también preocupa, en mayor medida, la gestión de las incertidumbres y de los riesgos globales para abordar la “reconstrucción-renovación” con enfoques estratégicos a corto y largo plazo, acordes con las fases de transición, y con una visión proactiva y solidaria sobre nuestro futuro común.

Parece haber un amplio consenso en reorientar el sistema de producción y consumo por vías de reverdecimiento y digitalización, tal como se propone desde la UE mediante planes de recuperación económica y en base al Pacto Verde Europeo. Sin embargo, como ya hemos señalado en otros artículos anteriores (Renovación postpandemia en clave de sostenibilidad y resiliencia), hay que ir más allá de una “salida verde” y ampliar la perspectiva un “enfoque sostenibilista” para y acelerar las grandes transiciones mediante una verdadera “economía de la sostenibilidad” que sea ecológica, hipocarbónica, circular y colaborativa con el objeto de poder crear  sociedades más “resilientes , más autosuficientes y más dirigidas a satisfacer sus necesidades reales y redefinir sus propios estilos de vida (Reconstrucción sostenible: autosuficiencia, reglocalización y materias primas críticas).

Las rápidas respuestas a la crisis del COVID-19 introdujeron medidas de choque con cambios masivos y repentinos en los estilos de vida y en las formas de trabajo, lo que produjo unas ciertas mejoras transitorias de los impactos ambientales. Y la ciudadanía demostró su capacidad de adaptación a las exigentes circunstancias de vida, trabajo y organización. Sin embargo, aunque todavía las sociedades están tratando de comprender los efectos del coronavirus y encontrar soluciones, a medida que se eliminan las restricciones a la movilidad y se recompone la actividad económica, también empieza a ser visible un retorno gradual hacia los perjudiciales niveles de impacto ambiental anteriores a la crisis sanitaria.

Aunque solo haya sido un espejismo pasajero, la transformación de las formas de vida parece más viable a partir de ahora. El cambio de situación ha influido en el imaginario y va calando la idea de que volver a la situación anterior seguramente ya no es posible ni tampoco deseable. Porque en este estilo de desarrollo, asumido como “normal”, reside el origen del problema. Los efectos de esta crisis sanitaria y otras crisis múltiples concatenadas que venimos arrastrando, precisamente, nos han traído hasta este lamentable escenario actual.

Las transiciones de sostenibilidad se agrupan en una “familia” de procesos de transición (energética, ecológica, urbana, institucional, etc.) que conllevan fenómenos de cambio de estado o de fase en una determinada dirección o, también, de una “modalidad de funcionamiento” a otra

Hay que encontrar un equilibro económico, social y ambiental en el marco de la sostenibilidad para no volver a una “sociedad pre-pandemia” que con su prepotente normalidad conlleva la destrucción de la naturaleza y acelera el cambio climático, a la vez que genera enfermedades, contaminación, inseguridad alimentaria, desempleo y desigualdades persistentes. Como recalca el profesor Nicolas Stern, debemos comprometernos a no regresar al mundo pre-pandémico porque era un lugar muy peligroso; frágil a las crisis económicas, con vulnerables medios de producción y cadenas de suministro; inmoral por la insuficiente capacidad de inclusión, que amenazaba el tejido social; y destructivo de la naturaleza, que ha hecho que las pandemias sean más probables a medida que las zoonosis se vuelven más frecuentes.

Por eso, más que “volver” a una “nueva normalidad”, necesitamos repensar nuestro modelo de civilización para “avanzar” hacia la “nueva racionalidad” mediante un profundo replanteamiento de los valores y las capacidades sociales que puedan impulsar la transición hacia un paradigma de progreso coevolutivo entre el sistema humano y la biosfera.

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Las crisis interconectadas en las transiciones de sostenibilidad

La nueva crisis de la pandemia, que no se parece a nada que las generaciones actuales hayan experimentado antes, surge coincidiendo con otras crisis durante las fases iniciales de la pretendida gran transición hacia la sostenibilidad global del siglo XXI. La tragedia humana del COVID-19 alcanza proporciones épicas y, previsiblemente, sus efectos se extenderán durante décadas por las economías mundiales cambiando sus globalizadas reglas de juego.  

Este dramático acontecimiento viene a añadir más incertidumbre sobre cómo y cuándo abordar el inexcusable cambio transformador para hacer transitar el modelo económico mediante procesos de “desmaterialización”, “desenergización” y “descarbonización”, basados en la “ecoeficiencia”, pero simultáneamente acompañados de cambios de comportamiento, racionalidad del consumo y nuevos estilos de vida más saludables, basados en la “lógica de la suficiencia”. Pero, por otro lado, como se señala desde Naciones Unidas, “nunca antes había sido tan claro que necesitamos transiciones limpias, inclusivas y a largo plazo para abordar la crisis climática y lograr el desarrollo sostenible”. Lo importante en estos momentos es saber encontrar la buena dirección. Tal como indica Hans Bruyninckx, director ejecutivo de la AEMA, “ante la incertidumbre y los múltiples desafíos, nuestra única opción viable es asegurarnos de que cada decisión que tomamos en este período crítico nos acerca a nuestros objetivos sociales y de sostenibilidad”.

Las transiciones de sostenibilidad se agrupan en una “familia” de procesos de transición (energética, ecológica, urbana, institucional, etc.) que conllevan fenómenos de cambio de estado o de fase en una determinada dirección o, también, de una “modalidad de funcionamiento” a otra. En la actualidad, se viene asumiendo que el decenio 2020-30 va a ser decisivo para la gran la transición socioecológica del insostenible modelo de desarrollo actual, teniendo el horizonte de 2050 como hito de referencia para consolidar los grandes cambios, tal como pretende la UE en orden a conseguir la neutralidad climática y preservar la biodiversidad.

Las primeras fases de las transiciones parciales parecían haber comenzado tímidamente en las décadas iniciales de este siglo. Pero esto se había producido en un marco de enormes incertidumbres provocadas por la Gran Recesión de 2008 y las fuerte presiones para mantener los intereses dominantes. En la actualidad, el escenario es aún más incierto, dado que ahora se agudizan las tensiones por el impacto desconcertante de las nuevas crisis que son más profundas y que pueden abocarnos a una Depresión Global. Porque, junto a la mayor percepción de los enormes riesgos aparejados a los fenómenos irreversibles y a los desastres naturales climático-ambientales, ya largamente anunciados, se evidencia abruptamente la fragilidad sistémica de la salud las sociedades.

Efectivamente, En los últimos años había aumentado la conciencia de acometer un profundo cambio del metabolismo socioeconómico para encarar los desafíos ecológicos como una de las grandes megatendencias mundiales. En gran manera empezaban a convertirse en prioridades políticas de primer orden en todo el mundo, en la medida que ya encabezaban la lista de riesgos globales señalados por el Foro Económico Mundial (como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad). No obstante, la pandemia ha sacado a relucir otras inconsistencias y vulnerabilidades interconectadas de la sociedad mundial.

Los posibles escenarios están abiertos. Si el camino se dirige por la senda de la sostenibilidad, bajo el paradigma sostenibilista, se puede aspirar a un futuro más solidario entre las personas con un planeta más saludable y más seguro. Pero el desenlace siempre es incierto. Las tendencias actuales determinan la dirección al comenzar el viaje, pero no su destino.  Ahora se abre un nuevo interrogante: ¿cómo incide la pandemia en las fases iniciales de las transiciones? ¿Cómo afectará a la velocidad y dirección de las trayectorias más o menos sostenibles? ¿Serán procesos gradualmente evolutivos o habrá otras alteraciones disruptivas que provocarán bifurcaciones complejas e imprevistas? ¿Quién y cómo se van a liderar los cambios de rumbo?

En un clima general de cierta estabilidad, las trayectorias de un sistema dependen de los impulsos producidos por los cambios en el entorno exterior así como por la innovación interna. Sin embargo, la pandemia surge como un “cambio disruptivo pernicioso” que tiene que ser contrarrestado por otros procesos disruptivos beneficiosos basados en innovaciones sostenibles y reforzadas por potentes cambios socio-institucionales renovadores. Porque, a todo esto, no hay que olvidar las presiones involucionistas para defender el “satatu quo” del caduco modelo fósil y frenar la gran oportunidad para la remodernización de las sociedades aprovechando las dinámicas de cambio transicionales.

Mejor gobernanza para la transición postpandemia

Precisamente, en esa perspectiva de transiciones y ante las situaciones transformadoras que se avecinan, la gestión del cambio se debe basar en un fortalecimiento de la gobernanza con enfoques avanzados. Es un tema que cobra más importancia que nunca a medida que aumenta la presión sobre los responsables de la toma de decisiones para gestionar la complejidad de la multicrisis. Para dar un respuesta operativa contundente, con la suficiente carga de voluntad política y liderazgo, una gobernanza avanzada es clave para planificar mejor una reconstrucción-renovación sostenible, resiliente e inclusiva en el marco de las grandes e inciertas transiciones de este siglo.

Las modernas sociedades están cada vez más preocupadas por la seguridad y el futuro. Viene a cuento recordar el concepto desarrollado por Ulrich Beck sobre “la sociedad del riesgo”, como una forma sistemática de lidiar con peligros e inseguridades inducidos e introducidos por la propia modernización. La novedad y alcance de algunos de los riesgos con los que hoy  nos encontramos, como los climático-ambientales, los desastres naturales y las pandemias, refuerza la visión de una gobernanza mundial [1] para gestionar los bienes comunes y los retos globales.

Aplicado en cada nivel territorial, la buena gobernanza multinivel incluye el establecimiento de políticas públicas que, reconociendo que el riesgo cero no existe, puedan promover transformaciones básicas asumiendo la política de riesgos para minimizar el superior coste político de la inacción frente a la acción preventiva, pero reconociendo  la gestión de riesgos “glocales” por la interconexión entre los fenómenos locales y globales.

Las formas de mirar al futuro requieren integrar la sostenibilidad y la resiliencia en las decisiones inmediatas sobre los programas de recuperación económica y social. Necesitamos nuevas lentes a modo de un “macroscopio” para enfocar la complejidad e introducir una visión estratégica de intertemporalidad, y un pensamiento sistémico transdisciplinar, favoreciendo la perspectiva del largo plazo frente a la pulsión cortoplacista predominante en los procesos decisionales.

Asimismo, la adopción de nuevas métricas de bienestar sostenible (mucho más allá del PIB) para guiar mejor la toma de decisiones desde una orientación política y un enfoque de gobernanza que tiene como objetivo poner a las personas y su bienestar en el centro de las políticas como se destaca en el concepto apoyado por la UE sobre  La Economía del Bienestar [2].

El refuerzo de la “interfaz ciencia-política” y la incorporación de criterios de participación, son otros tantos elementos decisivos para reforzar otras “formas de saber” donde se puedan apoyar nuevas formas de hacer política de largo alcance con base científica y aceptación social, y más allá del ciclo político y de los intereses cortoplacistas.

Valga recordar también la importancia de contar con las comunidades locales y abundar en el diálogo social, ampliando la implicación ciudadana para cogobernar los procesos de transformación. En la era postcovid se imponen innovaciones democráticas participativas, como la Iniciativa Ciudadana Europea, que permite a los ciudadanos europeos introducir  más “sabiduría colectiva” en las decisiones políticas de la UE con su plataforma de colaboración multilingüe en Internet, lo cual abe importantes expectativas de cara a la próxima Conferencia sobre el Futuro de Europa que aspira  a ser un nuevo foro público incluyente, transparente y estructurado con los ciudadanos.

Un fuerte apoyo público es imprescindible para enfrentar una recuperación sostenible que promueva la cohesión social y las transiciones justas. Los enfoques postcovid de Naciones Unidas pretenden orientar la toma de decisiones para gestionar la complejidad durante la incertidumbre. En esta línea, el PNUD insiste en la importancia de construir capital social (hábitos, normas y sistemas de expresión, inclusión y solidaridad), prestar servicios inclusivos y abrir el espacio cívico para sentar las bases del futuro: construir un nuevo “contrato social” basado en los derechos y en la solidaridad que refleje plenamente el poder de acción de la gente y que consolide la confianza en las instituciones y supere las distancias entre las personas y el Estado. Así como, en un primer momento, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha planteado el “Plan estratégico de preparación y respuesta” con carácter urgente frente a la pandemia, se necesitan otras vías más estratégicas centradas en prepararse, responder y recuperarse para convertir el mayor retroceso del desarrollo humano en un salto cualitativo histórico con miras a 2030.

Una buena gobernanza contiene importantes aspectos sobre la cohesión social como enfatiza Naciones Unidas. No solo incluye la responsabilidad principal de los estados y las instituciones de prevenir y reducir el riesgo de crisis, sino de garantizar la participación de toda la sociedad en las decisiones, prestar servicios digitalizados, permitir el acceso a la información, facilitar la protección social y operar de manera transparente con la adecuada rendición de cuentas. Los gobiernos y la sociedad civil deberán trabajar en conjunto con los agentes económicos y sociales para promover alianzas público-privadas capaces de mejorar la prevención de los conflictos en los procesos de transición.

Algunas experiencias pasadas indican claramente que las reformas de gobernanza después de situaciones de crisis o de desastres se han enfrentado a importantes obstáculos de implementación y lo han hecho a un costo más elevado porque, a menudo, se han tomado medidas apresuradas gastando rápidamente los recursos, sin poder hacer una evaluación completa de las necesidades más estructurales y con una visión a más largo plazo. Poner el énfasis en las medidas preventivas para reducir el costo de recuperación es una opción socialmente deseable. Y los próximos meses serán críticos para definir los planes de reactivación e inversión con esa perspectiva de futuro.

No obstante, también existen evidencias de que ante ciertos eventos devastadores han allanado el camino para cambios regulatorios y la implantación de políticas para mejorar la resiliencia e invertir en prevención, como indican estudios de la OCDE. Sería alentador para la ciudadanía comprobar que ante estas complejas crisis interrelacionadas se pueden reforzar los vínculos sociales para construir alianzas e influir en las decisiones políticas de largo alcance marcadas por el Acuerdo de París, el Convenio sobre la Diversidad Biológica y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, que son los referentes esenciales para apalancar las transiciones en la próxima década. Hacer ahora reformas de gobernabilidad que sean efectivas, antes de que ocurra un nuevo proceso crítico, y avanzar por sendas de democracia participativa es una decisión política valiente, pero, sobre todo, siempre será una opción más eficaz, eficiente e inteligente.

Enfoques de gestión de riesgos para una “Mejor Reconstrucción-Renovación” económica y social

El desafío de la nueva crisis económica presenta características bien diferenciadas, tanto en sus esencias e interacciones, como en sus tratamientos inmediatos y de cara al futuro. La terminología es importante para centrar bien las ideas y los enfoques de respuesta a los efectos del coronavirus con criterios sostenibles, resilientes y equitativos. Reconstruir a la “antigua usanza”, invirtiendo en un crecimiento impulsado por combustibles fósiles que amenaza la salud humana y agrava la desigualdad, es un camino que ataca la esencia de la prosperidad y está dirigido al fracaso. Ahora hay que planificar mejor el futuro. Los países tienen que encontrar alternativas que reconstruyan el tejido socioeconómico con mayor eficiencia y solidaridad incorporando mejoras sociales y ambientales.

El término que proponemos de “mejor reconstrucción-renovación” económica, contiene dos planteamientos complementarios. Por un lado, reconstruir mejor las estructuras destruidas abruptamente con criterios selectivos en favor de inversiones sostenibles, mejorando la resiliencia y reduciendo los costos de futuros impactos. De otra parte, renovar mejor los sistemas de producción y consumo con un mayor énfasis en la sostenibilidad y en el bienestar general durante las próximas décadas, catalizando los esfuerzos económicos para potenciar las transiciones ecológicas y digitales.

Algunos de estos enfoque conceptuales tienen antecedentes claros en el concepto de "reconstruir mejor", acuñado por instituciones de Naciones Unidas en distintas iniciativas para la “reducción del riesgo de desastres” (que se amplia sobre el inicial enfoque de “gestión de desastres”) y que se aplica a las fases de recuperación, reconstrucción y rehabilitación de catástrofes.

En el caso de la crisis económica provocada por COVID-19 también empieza a utilizarse esa terminología de riesgos y desastres debido a sus efectos devastadores, tal como se ha planteado por instituciones internacionales significativas que han abordado esta temática. Ciertamente, no ha habido un desastre físico y una destrucción de activos materiales, como tales, pero este concepto está ampliamente justificado en la medida que, como apunta la OCDE, la situación económica es tan grave, los riesgos de volver a los patrones anteriores son tan altos, y la oportunidad de adoptar una recuperación más sostenible es tan clara, que el enfoque de gestión y reducción de riesgos es relevante en este contexto y su integración en los planes de una mejor reconstrucción se convierte en una oportunidad crítica para que las naciones y las comunidades sean más resistentes y adaptativas a los cambios y a los procesos de transición.

Más aún, es fundamental enfatizar la prevención, para que las inversiones y los cambios de comportamiento realizados ofrezcan una exposición reducida, mayor adaptabilidad y una mayor resistencia a las futuras crisis que se avecinan por múltiples causas, como la aceleración del cambio climático, la destrucción de los recursos naturales, la aparición de nuevas enfermedades o una confluencia de estos u otros factores socioeconómicos.

Es sabido que los crecientes impactos y costes externos han ido forzando la insostenibilidad del modelo de vida vigente. Hasta la fecha, el patrón de crecimiento dominante ha sobreexplotado el capital natural de forma miope, utilizando tecnologías acordes con abundantes combustibles fósiles baratos y sin tener en cuenta sus costos sociales y ambientales, aunque cuando se han incorporado de forma reactiva-correctiva, escasamente preventiva, no han producido las necesarias reducciones de los impactos negativos.

La asignación de fondos públicos para la recuperación debe incluir principios de condicionalidad y criterios de elegibilidad de proyectos en favor de los nuevos modelos de economía circular, movilidad sostenible y energías alternativas. De lo contrario, las presiones cortoplacistas de los sectores tradicionales podrían seguir acaparando inversiones productivas para alargar un inviable modelo fósil y lineal que continuaría generando importantes impactos e inservibles “activos varados”, difícilmente recuperables.

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Prospectiva estratégica y sistemas de indicadores para la coherencia de las políticas postcovid

De las experiencias de la pandemia en el ámbito de la salud se pueden extraer algunos principios rectores para la reformulación de las políticas ambientales, económicas y sociales. En especial, se puede destacar el papel de la “prospectiva estratégica”, que ahora pretende adoptar la UE como una nueva brújula para mitigar mejor las vulnerabilidades, fortalecer las capacidades nacionales y abrir nuevas oportunidades.

Las sociedades necesitan prepararse para fortalecer su resistencia y adaptación, es decir su resiliencia, ante otras pandemias y emergencias graves. Merece la pena recordar que el término de resiliencia, se está generalizando de forma un tanto confusa. Ciertamente, esta noción tiene acepciones ecológicas, económicas, sociales y psicológicas, que son profusamente utilizadas, pero a efectos anticrisis, es más coherente el punto de vista de la gestión de riesgos que entiende la resiliencia como “la capacidad de un sistema, comunidad o sociedad expuesta a amenazas para resistir, absorber, adaptarse y recuperarse de los efectos de una amenaza de manera oportuna y eficiente, incluso mediante la preservación y restauración de su estructuras y funciones básicas esenciales”.

Desde la concepción europea, la resiliencia tiene mayor amplitud de miras y se presenta como la capacidad no solo para resistir y hacer frente a los desafíos, sino también para experimentar transiciones de manera sostenible, justa y democrática. El análisis de la resiliencia europea se está enfocando inicialmente en cuatro dimensiones interrelacionadas: social y económica, geopolítica, verde y digital

Esta visión prospectiva y adaptativa tiene que servir de marco para el debate social, las propuestas políticas y la coherencia entre ellas. De esta manera, el denominado “Mecanismo de Recuperación y Resiliencia”, dotado de 672 000 millones de euros (de los cuales España recibirá 140.000) es el núcleo esencial de la respuesta para construir inteligencia colectiva. Y, como indica la  presidenta de la CE, Úrsula von der Leyen, este mecanismo es una herramienta fundamental para convertir los retos inmediatos que plantea la pandemia y la recuperación económica inmediata de Europa en una oportunidad para un desarrollo sostenible e integrador a largo plazo.

Una vez asumida la necesidad de tomar decisiones urgentes con carácter inmediato, especialmente en términos de control sanitario y de creación de empleo, se necesita incorporar una perspectiva proactiva en un horizonte temporal amplio y más centrada en prevenir nuevas amenazas, reducir las existentes y fortalecer la gestión de los riesgos ambientales, tecnológicos, biológicos y de salud, conjuntamente con otros procesos de cambio en las dinámicas de transición del modelo de desarrollo. Este es un enfoque que ya se planteaba en el documento final de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Río + 20), celebrada en 2012, titulado "El futuro que queremos", donde se pedía que la reducción del riesgo de desastres y la creación de resiliencia ante los desastres se aborden con un renovado sentido de urgencia en el contexto del desarrollo sostenible.

En este sentido, la mejora del conocimiento y una información sistematizada son unas herramientas operativas y estratégicas esenciales. Desde esta perspectiva, son notables los avances en el análisis de riesgo de desastres y vulnerabilidad climática, que están tomando un mayor peso en la toma de decisiones. Son relevantes las metodologías para la estimación del riesgo en base a tres componentes (Amenaza x Exposición x Vulnerabilidad), atendiendo a la coincidencia, en el tiempo y en el espacio, de una amenaza y un ente (ser  vivo  o  cualquier  elemento  físico o intangible del territorio) susceptible de experimentar una pérdida de valor, funcionalidad o bienestar, como consecuencia de esa amenaza.

Abundando en esta línea, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) está trabajando en un Tablero Indicadores sobre la preparación y vulnerabilidades de los países a los efectos de esta crisis. En la misma línea, la UE está proponiendo monitorear la resiliencia mediante prototipos de paneles y cuadros de mando en el mediano y largo plazo, para que las políticas basadas en la prospectiva mitiguen los peligros y fortalezcan las capacidades. La vulnerabilidad, entendida mayormente desde el punto de vista de los riesgos, se define en el como “las condiciones determinadas por factores físicos, sociales, económicos y factores o procesos ambientales, que aumentan la susceptibilidad de una comunidad al impacto de las amenazas”.

Por ejemplo, en el caso de los ecosistemas urbanos, donde se concentran gran parte de los riesgos de desastres y vulnerabilidades climáticas (especialmente en las zonas litorales), este concepto agrupa las características de todos los elementos susceptibles de sufrir daños debidos a un evento extremo: las personas, los edificios y todos los elementos que permiten el normal funcionamiento de una ciudad, es decir, su red de transporte, infraestructuras de energía, agua y comunicaciones, escuelas, hospitales, etc.

Los tiempos de respuesta a las crisis en tiempos de transiciones

La cuestión, como plantea el PNUD es una vez que golpea una crisis, ¿cómo son de vulnerables los países y los territorios a las consecuencias? Existen grandes diferencias de las capacidades de respuesta de los países para lidiar con las crisis, recuperarse de ellas y reducir los niveles de vulnerabilidad A este respecto, la disponibilidad de sistemas de indicadores es esencial para evaluar las distintas situaciones nacionales [3] y los múltiples impactos.

Las sociedades y sus gobiernos no deben esperar a que ocurra el próximo desastre y la consiguiente crisis, sino enfrentar las emergencias globales-locales a corto y largo plazo simultáneamente, a pesar de la complejidad que esto conlleva.

No obstante, la situación de urgencia no debería llevarnos decisiones precipitadas porque, dada la magnitud de los retos que tenemos por delante, no se trata tanto de la rapidez con la que se consigue la ansiada recuperación económica, sino de definir un marco de referencia sólido para favorecer las transiciones de sostenibilidad con una visión prospectiva estratégica

Esta es una oportunidad única y crítica para que la presente y la próxima generación puedan hacer frente a las crisis mundiales actuales y las que se avecinan. Las soluciones integradas parecen ofrecer respuestas más coherentes para rediseñar los estilos de vida poniendo el bienestar de las personas y la salud del planeta en el centro de las decisiones transformadoras.


Luis M. Jiménez Herrero | Dr. Profesor Honorífico de la UCM. Presidente de la Asociación para la Sostenibilidad y el Progreso de las Sociedades (ASYPS). ExDirector del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE).

[1] Según hemos analizados en un artículo anterior (“Salud y sostenibilidad: crisis globales en busca de una gobernanza mundial”), la salida urgente de la crisis sanitaria, reforzando nuevas fórmulas colaborativas, puede impulsar una alianza de gobernanza mundial más potente para la lucha contra las desigualdades sociales y los desequilibrios ambientales.
[2] La Economía del Bienestar se basa en una política económica sólida y sostenible. Destaca la importancia de invertir en medidas y estructuras políticas eficaces, eficientes y equitativas que garanticen el acceso de todos a los servicios públicos, incluidos los servicios sociales y de salud, la atención a largo plazo, la promoción de la salud y las medidas preventivas, la protección social, así como la educación y la formación y aprendizaje permanente. Council of the European Union Brussels, 15 July 2019, 11164/19.
[3] Por ejemplo, los países más desarrollados tienen en promedio 55 camas de hospital, más de 30 médicos y 81 enfermeras por cada 10,000 habitantes, en comparación con los países menos desarrollados que solo disponen de promedio de 7 camas de hospital, 2,5 médicos y 6 enfermeras. Igualmente,  la brecha digital se ha vuelto más significativa que nunca, ya que 6.500 millones de personas en todo el mundo, el 85,5% de la población mundial, todavía no tienen acceso a Internet de banda ancha confiable, lo que limita su capacidad para trabajar y continuar su educación.

Por una mejor reconstrucción-renovación, gestión de riesgos en fases de transición