viernes. 29.03.2024
turismo

Podemos definir la gentrificación como el proceso de sustitución de un determinado grupo social, por otros de mayores ingresos y capacidad de consumo en un determinado territorio

José Mansilla | ¿Existe una relación entre turismo y gentrificación? Si es así, ¿cómo se interrelacionan ambos fenómenos?, ¿cuándo comenzó su vinculación?, ¿qué hechos históricos, qué políticas contribuyeron a que esto ocurriera? A estas y otras preguntas se les intentó dar respuesta en el marco del debate “Turismo y gentrificación, ¿dos caras de la misma moneda?” que se llevó a cabo el pasado día 20 de mayo en el Festival de Turismo Responsable, Vilamon y en el que participó como colaboradora la Escuela Universitaria de Turismo Ostelea.

Fue en el año 1964 cuando la socióloga británica Ruth Glass puso, por primera vez, nombre a un fenómeno que, cuarenta y tres años después, sigue ocupando numerosos titulares, artículos periodísticos y académicos, así como buena parte de las conversaciones que mantienen los vecinos y vecinas de los barrios y ciudades que se encuentran afectadas por esta dinámica. De forma simple, podemos definir la gentrificación como el proceso de sustitución de un determinado grupo social -perteneciente normalmente a las clases bajas o medias-bajas-, por otros de mayores ingresos y capacidad de consumo -las clases medias y medias-altas- en un determinado territorio. Como señalara el geógrafo alemán Michael Janoschka, pese al cierto abuso que está sufriendo el término, es innegable el poder del concepto para situar mediante una sola palabra un problema en el debate público y, además, convertirse en una “herramienta potente para fortalecer y fomentar las luchas por la vivienda, las luchas por la ciudad”.

Entre las aproximaciones científicas más destacadas a la gentrificación encontraríamos aquellas que sitúan el foco en la producción del fenómeno y que girarían, sobre todo, en torno a la obra de gente como Neil Smith y su teoría del rent gap o diferencial de renta. Existen también otros marcos –más liberales- que sitúan el origen de la cuestión en la simple ley de la oferta y la demanda. Esta corriente explicaría la gentrificación desde una perspectiva culturalista basada en la vuelta al centro de las ciudades de unas clases medias ávidas por experimentar la vida urbana, siendo David Ley uno de sus principales precursores. Sea como sea, ambas aproximaciones no suponen compartimientos estancos, influyéndose una y otra, tal y como han reconocido alguno de sus principales representantes. Lo que sí es innegable es que, si bien en sus comienzos la gentrificación era vista como un proceso centrado, fundamentalmente, en el mercado de la vivienda, hoy en día podemos considerar esta perspectiva como pobre, o incluso miope, pues el fenómeno rebasa con fuerza el simple mercado inmobiliario para abarcar, además, el paisaje urbano, las reformas y proyectos urbanísticos, la reconfiguración de las ciudades y el papel mismo que hoy juegan estas en el sistema económico mundial.

Por su parte, el turismo es uno de los principales sectores económicos mundiales. A nivel estatal, este sector supone casi el 11% del Producto Interior Bruto (PIB) y, en ciudades como Barcelona, esta cifra pude llegar a alcanzar el 14%, según datos de 2015. A este indudable peso económico hay que añadirle su importancia social como elemento-puente útil para el conocimiento de distintas realidades sociales y culturales, como referente en cuanto a actividades de ocio o, incluso, como conquista dentro del marco de unos derechos laborales que garantizan un mes de vacaciones al año y jornadas de trabajo de cuarenta horas a la semana; como eje central de la libertad de movimiento, entre otros.

Dejando de lado el acercamiento que las ciencias sociales -la antropología, la sociología, la geografía, etc.- han realizado al fenómeno turístico en emplazamientos lejanos o exóticos -tradicionales lugares de descanso, recreo y viaje turístico-, la realidad del turismo, en cuando a su relación con la gentrificación, comienza a manifestarse, sobre todo, en los años 90 del pasado siglo cuando éste comienza a fijarse en las ciudades como recurso atractivo y válido para la dinamización de unas economías urbanas en proceso de decadencia y terciarización. A esto, a nivel europeo, habría que añadirle el papel jugado por el Tratado de Maastricht (1992), que garantizaba la libertad de movimiento de capitales, bienes y servicios y personas, en el marco de la Unión; la revolución de los transportes nacionales e internacionales, con la aparición de las compañías low cost, etc.

Es precisamente cuando comienzan a darse estos grandes movimientos –algo que situaría el turismo, quizás, en una perspectiva más amplia relacionada con la movilidad- de masas cuando se detectan los primeros efectos no precisamente positivos del turismo en las ciudades. En el caso de Barcelona, los primeros Planes de Usos que perseguían poner algo de orden en el crecimiento y atractivo de los equipamientos turísticos de su centro histórico son, precisamente, de esa década. Luego hubo otros, como los de 2010 y 2013, más conocidos por sus implicaciones políticas y sociales, y, sobre todo, un primer Plan Estratégico de Turismo en 2009 con un horizonte fijado en el año 2015. A esto habría que sumar, a nivel global, la aparición de una nueva economía centrada en el uso de aplicaciones para móviles y el desarrollo de las comunicaciones, que facilitaría enormemente el intercambio de información y la puesta en contacto de miles, millones de usuarios; cambios en las demandas de los consumidores de productos turísticos, con mayores requerimientos por las experiencias locales; una crisis económica que ha debilitado, en gran medida, el poder de los salarios; un mercado inmobiliario, de nuevo, en alza, etc.

Todo esto, unido a la gran capacidad de renovación y absorción, de creatividad, que tiene el turismo como sector económico que produce bienes, pero sobre todo servicios, experiencias, lo han llevado a sobreponer su dinamismo a las necesidades cotidianas de muchos de los vecinos y vecinas de las ciudades en la actualidad. Tal y como recordaba recientemente la patronal del sector turístico Exceltur, el pasado 2016 fue el primer año en el que las plazas en apartamentos vacacionales superaron –en un 9,76%- a las de los hoteles en los núcleos urbanos de las veintidós principales ciudades españolas. El informe UrbanTUR 2016, elaborado por la citada patronal, recoge toda la oferta, incluida aquella que se ofrece a través de aplicaciones y portales de intercambio privado de viviendas. Como recordara el historiador Agustín Cocola, “la proliferación de apartamentos alquilados por días están conllevando un paso progresivo de vivienda a uso turístico”, sacando del mercado inmobiliario aquellas viviendas que, anteriormente, se destinaban a un uso residencial ordinario, provocando, de paso, un incremento en los niveles de los alquileres y los precios de compra-venta y desplazando, finalmente, a aquellos grupos sociales que no pueden permitirse tales subidas. He ahí parte de su relación con la gentrificación.

Para finalizar, cabría recordar que estos procesos no ocurren únicamente debido al turismo. Cualquier intento de criminalizar el mismo -y sobre todo a los turistas- debe ser, ante todo y por principios, rechazado. No todas las ciudades son iguales, ni todas las áreas dentro de las mismas tampoco. Ni siquiera el turismo tiene el mismo peso en unos emplazamientos que en otros. Además, otros factores, como las reformas legislativas del mercado del alquiler -en España, la reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos de 2013- también tienen una incidencia directa sobre la rotación de los inquilinos e inquilinas y en la subida de los precios de los alquileres.

En definitiva, como las meigas, la relación entre la gentrificación y el turismo existe, pero para poder llevar a cabo afirmaciones rotundas ante determinados hechos es necesario, primero, realizar un análisis conciso de cada situación y, segundo, abordar el tema siempre desde la más alta complejidad. Otras aproximaciones solo contribuirán a confundir a la opinión pública y situar el problema en un campo que, además de ajeno, puede llegar a ser peligroso.


José Mansilla | Investigador OACU | GRIT-Ostelea

Gentrificación y turismo, ¿dos caras de la misma moneda?