miércoles. 24.04.2024
Sofia-vitosha-kempinski-cc-flickr (1)
Vista de Sofía con el monte Vitosha al fondo. Foto Flickr de podoboq. Licencia CC BY 2.0

Me considero a mi mismo un ávido montañero, un intrépido aventurero, un explorador nato amante de la roca… pero si tenemos que ser objetivos la verdad es que ni siquiera he completado una ascensión por mis propios medios al pico de las Villuercas(1603 msnm) y eso es bastante triste. Cuando vivía en el norte de Alemania todavía tenía excusa porque allí no hay montañas, pero ya llevo varios años viviendo en Sofía (Bulgaria) y aquí el bus o el tranvía tardan como 20 minutos en dejarte a las faldas de Vitosha cuyo pico mayor, Cherni Vrah alcanza los 2290 metros sobre el nivel del mar, dependiendo de dónde decidas empezar la ruta pueden ser entre 9 y 15 Km con unos 1400 m de elevación positiva. Para cualquier alpinista profesional esta descripción puede sonar como un auténtico paseo por el parque, pero para mi es algo más, para mi es algo personal, así que el último invierno decidí que ya era hora de tomarme en serio esta afición a la montaña de la que tanto hablo y contemplar la capital de Bulgaria desde lo más alto.

Primer intento

Me levanto un domingo a las 9 y media de la mañana y me digo a mi mismo: ¡hoy es el día! Mientras desayuno selecciono la ruta más corta, son 9 km y sale desde Kladnitsa un pequeño pueblo al sureste de Sofia. La predicción del tiempo no parece mala, sin precipitaciones y a -5°C así que preparo la mochila, me visto y voy a por el coche. Arranco, miro la hora. Perfecto, las 11 y media, ¿QUEE? ¿LAS 11 Y MEDIA? hmmm La cosa no empieza bien, pero la ruta no es muy larga y creo que todavía me da tiempo a subir y bajar antes de que anochezca, a eso de las 5 de la tarde.

Sobre las 12 y poco estoy aparcando en el centro de Kladnitsa, la carretera llega un par de kilómetros más arriba, hasta el parking de un albergue de montaña ya dentro del parque natural de Vitosha, pero yo prefiero dejar el coche abajo, porque total, he venido aquí a caminar.

Mientras subo por la carretera empedrada que aún comparto con los coches, me adelantan varios todoterrenos familiares, no es buen presagio, debería haber salido antes. Ya en la vereda peatonal se confirman mis sospechas, esto está petado y las pisadas de aquellos que se me adelantaron han apelmazado la nieve que ahora está dura y congelada. Avanzo lentamente, con cuidado, la escena es patética, decenas de turistas en deportivas se abrazan a los árboles para no resbalar, yo, a pesar de llevar botas de montaña y un bastón de senderismo tampoco me apaño mucho mejor. Procuro centrarme en el aspecto competitivo de la situación, me lo imagino como una carrera de obstáculos o una Yincana pero lo cierto es que venir al monte para tener que andar esquivando familias de cutrelas en chándal no es lo que más me apetece un domingo por la mañana. Saludo con una sonrisa a todas las personas que me cruzo ¨Dober den¨, ¨Zdrasti¨, ¨Dober den¨... les odio por dentro, seguramente no se lo merezcan, pero en este momento les odio a todos.

Al cabo de media hora el camino que he seguido me abandona sin despedirse en el parking del albergue, en el que obviamente no cabe ya ni un coche más, pese a eso, los coches siguen llegando y siguen intentando encontrar recovecos para aparcar cada vez más arriba, algunos si pudieran aparcarían directamente en la cocina. La subida hacia el albergue es una cuesta empinada y la nieve se ha transformado en una espesa capa de hielo que cubre principalmente la parte central del camino, dejando un lateral de barro por el que aún puedo caminar, digo aún porque unos 50 metros más arriba el camino da un giro brusco de casi 90 grados donde se encuentra una ranchera mercedes del año de la polca, en todo el medio de la curva, con las ruedas hundidas hasta la mitad en la placa de hielo. El hielo que la aprisiona parece haberse formado alrededor de ellas, supongo que durante toda la noche y claro ahora no hay quien la mueva. Unido a la ranchera por un cable de acero se encuentra un todoterreno estilo americano, enorme, inconmensurable, no distingo la marca ni el modelo pero estoy seguro de que este coche solo te dejan conducirlo legalmente si demuestras que eres un puro macho con pedigrí. El macho-car a diferencia de la ranchera si que tiene las ruedas sobre el hielo, aunque tampoco es que esto le sirva de mucho porque sobre el hielo no hay tracción, así que lo que se encuentra ahora mismo ante mis ojos son varios hombres, cubiertos de barro, con palas en las manos, dándose ordenes unos a otros mientras son envueltos por una enorme nube de humo negro provocada por el ansía irrefrenable de pisar el acelerador del cúmulo de testosterona que se sienta al volante y que curiosamente viste una camisa blanca impecable y no está ni dando, ni recibiendo ordenes de nadie, porque para eso es el puto alfa. 

Una auténtica maravilla, la naturaleza en estado puro. Pero el espectáculo no acaba aquí, porque los de las palas y los gritos están ocupando ambos laterales de la vía con su gloriosa performance y lo que queda para transitar es una pista de patinaje perfecta, por la cual me deslizo con la agilidad de un puma hasta llegar al cable que une los dos coches porque es el único punto por el que se puede pasar. Analizo la situación, el cable me llega casi a las rodillas, dudo un momento, recuerdo aquella vez que mi vecino Javi Fernández me explicó cómo se aterriza un triple axel, me concentro en recordar cada detalle y me lanzo a por ello. Caigo a  plomo como si me hubieran abatido en vuelo, definitivamente no soy Súper Javi, intento levantarme y vuelvo a caer todavía más fuerte, los amigos del auto-club varonil ni se inmutan, no se molestan ni en reírse de mí y por supuesto tampoco se acercan a echarme una mano, así que me arrastro fuera de escena dolorido y me recompongo como puedo debajo de un pino... creo que es hora de volver a casa.

Segundo intento

Esta vez decido planificar un poco con antelación, elijo cuidadosamente otra ruta, una que sale desde un pueblo llamado Vladaya, está ruta son unos 15 Km en vez de 9, pero en principio está mejor preparada y no atraviesa ningún parking.

He aprendido la lección, dejo todo listo la noche del sábado, me levanto temprano y a las 8.40 ya estoy allí. Esta vez vengo aún más preparado, me he comprado unos mini-crampones de senderismo para evitar resbalones y he traído los dos bastones de montaña. Caliento junto al coche y salgo, voy a tope, motivadísimo, fluyo como el viento entre los abedules. Al ritmo de mis botas al pisar surgen en mi cabeza versos de rap que relatan las hazañas de lo mucho que molo. Me siento espartano, soy como Leónidas pero mucho más guay, soy Molónidas. De pronto me encuentro de cara con mi archi-enemigo, el hielo. Pero esta vez traigo refuerzos, me pongo los crampones de senderismo y los clavo en el hielo con furia, que le duela, compruebo que en efecto funcionan y que me permiten continuar con mi ritmo apabullante, es como tener super-poderes, ahora caminar sobre el hielo es mucho más divertido que caminar por cualquier otro sitio, por que además de no resbalar, cruje bajo mis pies de semi-dios inoxidable.

Después de un par de horas de fliparme por la montaña los abedules han dejado paso los pinos y estos a su vez a los abetos. La parte humana de mis pies de semi-dios empieza a dolerme un poco, así que me paro a descansar y admirar el paisaje. Según mis cálculos me encuentro casi a 1700 msnm.  El sol brilla y sobre los abetos se puede observar la velocidad con la que el viento arrastra algunas delgadas nubecillas. El camino que hasta hace un par de kilómetros estaba cubierto de hielo y barro está aquí cubierto de nieve fresca. Sigo caminando y al cabo de una media hora dejo atrás los abetos y me encuentro ante un inmenso páramo completamente blanco de nieve virgen, solo he visto un paisaje así en los documentales de alpinismo, ha desaparecido el sol y el viento sopla con fuerza haciendo que la nieve de la superficie se mueva como la arena se mueve sobre las dunas del desierto (que tampoco he visto más que en los documentales). De pronto me adelanta una pareja de esquiadores de fondo con trajes de ski color neón muy ochenteros. A lo lejos se divisa un pequeño refugio de montaña. La escena es mágica, pero hace un frío que pela y no quiero pararme ni a sacar el plumas de la mochila. Mejor llegar al refugio y ya abrigarme allí con calma que parece que está cerca. 

Igual tardo 20 o 25 minutos en llegar al refugio, pero pa cuando llego ya ni sol ni hostias, solo frío y dolor. El refugio, que tiene pinta de ser de tiempos del soviet, es una especie de caja de hormigón abierta con forma de trapecio si la miras de frente, pero es lo suficiente para que no te acuchille el viento. Me pongo el plumas, y saco un aperitivo para coger fuerza, fuera se escuchan unos ladridos. Asomo un poco la cabeza y como un relámpago, veo pasar dos trineos tirados por perros. Me quedo flipando, cuanto más avanzo en la montaña más retrocedo en el tiempo. Así que continúo avanzando con la esperanza de que en la cima me espere la edad de piedra, pero cada vez avanzo más lento porque con cada paso me hundo en la nieve hasta las rodillas y estás ya me empiezan a doler, además no quiero tentar a la suerte, ¿Y si la cima está demasiado atrás en el tiempo y me acaba aplastando un Brontosaurio? En la montaña hay veces que es mejor no correr riesgos y asumir que eres un dominguero.


 

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