jueves. 28.03.2024

En la hipótesis Gaia, propuesta por James Lovelock en 1969, nuestro planeta (Gaia, en honor a la diosa griega que da nombre a la Tierra), se comporta como un superorganismo, un sistema altamente organizado, donde la vida, el componente diferenciador que lo distingue dentro del sistema solar, se autorregula mediante condiciones como la temperatura, la salinidad de los océanos, la composición de la atmósfera o los propios organismos que forman la Biosfera.  En el superorganismo de Gaia hay sistemas que permiten esa autorregulación, que permiten mantener las condiciones para la vida en unos márgenes muy constantes, en una especie de homeostasis, parecida a los sistemas que nos permiten mantener reguladas las condiciones de la vida a cada ser vivo, incluido nosotros mismos. La hipótesis Gaia lo que propone es que dadas unas condiciones iniciales que hicieron posible el inicio de la vida en el planeta, ha sido la propia vida la que las ha ido modificando, y que por lo tanto las condiciones actuales son el resultado y la consecuencia de la vida que lo habita. Así, la vida se adapta a las nuevas condiciones de la vida. Entre esos sistemas que han permitido la adaptación de la vida, la composición de gases de la atmósfera y el efecto invernadero han sido fundamentales para su aparición y la evolución de la vida.

Una de las características que ha permitido a los organismos vivos y, sobre todo, a los animales, incluidos nosotros mismos, sobrevivir a la agresión de otros organismos, es el desarrollo de sistemas de defensa que impiden a esos agresores entrar o desarrollarse en el interior de su cuerpo. Constituyen lo que se denomina defensas inmunológicas. Mientras que esas defensas funcionan eficazmente, los organismos permanecen sanos, y cuando esas defensas son insuficientes, sobreviene la enfermedad.

Es un sistema formado por diferentes tipos de células y por mecanismos físicos y químicos, tanto más complejo conforme evolucionan los animales. En los más evolucionados cuenta, además, con un sistema hecho a la medida de cada patógeno invasor: los linfocitos. Algunos reconocen al germen y dan la señal de alerta a los llamados linfocitos B, que fabrican un tipo de proteína específica para ese germen en concreto: los anticuerpos. No solamente son muy eficaces en la defensa del cuerpo, sino que también tienen memoria. Y en eso se basa la capacidad del cuerpo para evitar futuras infecciones del mismo microorganismo, sin necesidad de volver a enfermar, y también el desarrollo tecnológico de las vacunas.  Pero, a veces, este sistema de defensa no funciona correctamente y produce una respuesta excesiva a agentes o moléculas que no nos causan ningún daño. Se desencadenan así las molestas alergias, que pueden llegar a ser muy graves en ocasiones, e incluso mortales.

Uno de los tipos de agentes patógenos que se han ido desarrollando en paralelo a la evolución de los seres vivos son los virus. Aunque no se consideran organismos vivos, son capaces de infectar a animales, plantas o incluso bacterias, a los que pueden causar graves daños e incluso la muerte. El mecanismo de infección de los virus se basa en su capacidad de introducirse en el material genético de las células del huésped, provocándole cambios en su funcionamiento, para que se dediquen a hacer muchas copias del virus y, después liberarlas, matando a la célula infectada. Cada copia vuelve a hacer lo mismo en otras células y de este modo, la infección avanza por diferentes tejidos y órganos del cuerpo, causando daños mayores, que enferman o incluso matan al individuo al que han infectado.

Aún no sabemos cómo actúan cada uno de los virus que afectan a los seres humanos y, para algunos, no se han descubierto los fármacos que los eliminan o la vacuna que impide su desarrollo. El SIDA que empezó a manifestarse hace casi cuarenta años, está causado por el VIH, para el cual existe un tratamiento que evita el desarrollo de la enfermedad, aunque aún no se ha podido desarrollar una vacuna eficaz.  Y los de la familia de los coronavirus son muy numerosos y variados. Algunos son los causantes del resfriado común, otros son el origen del síndrome respiratorio agudo y, el más reciente, el llamado SARS-covid19 está causando la mayor pandemia desde hace más de un siglo.

De alguna manera, los virus han actuado a lo largo de la evolución frenando el aumento exponencial de algunas poblaciones, que podían llegar a poner en peligro el equilibrio de los ecosistemas. De esa forma, los virus y sus huéspedes han evolucionado conjuntamente, permitiendo que se desarrollen los sistemas de defensa de muchos animales a determinados virus, que causan trastornos ocasionalmente, pero sin llegar a matarlos. Es el caso del resfriado humano o algunos tipos de herpes, que se multiplican cuando, por alguna razón, el organismo está debilitado en sus defensas. 

Sin embargo, una especie que apareció recientemente en nuestro planeta, ha modificado el delicado equilibrio de Gaia. La nuestra. Llevamos poco más de cien mil años, en un planeta de más de cuatro mil millones de años y en el que la vida se ha desarrollado prácticamente desde ese tiempo.

Al principio, la humanidad era una especie más, en equilibrio con su medio. Era depredador y presa. Pero su evolución le había permitido alcanzar un cerebro mucho más desarrollado que el resto de los animales y en los últimos 20.000 años desarrolló toda una serie de habilidades que le permitieron controlar algunos procesos del sistema ecológico de Gaia: la domesticación de diversas especies de animales y plantas, primero, y la alteración de su evolución para dar lugar a variedades y  razas que no se habrían producido de forma natural. Y esas habilidades le permitieron a los humanos, al mismo tiempo, aumentar sus poblaciones y, mediante el intercambio de conocimientos, lograr nuevos avances sociales, biológicos y evolutivos.

Con el descubrimiento de las vacunas y los antibióticos, unido a una mejora de la alimentación y salubridad pública, las poblaciones humanas empezaron a crecer cada vez más deprisa, generando un aumento exponencial, de forma similar a como crecen las bacterias, cuando tienen suficiente alimento, o los virus, cuando infectan a un organismo.

Pero, de la misma forma que los patógenos se multiplican en el huésped y desarrollan en él los mecanismos de defensa inmunológico, los seres humanos hemos provocado la enfermedad en nuestro planeta, en forma de contaminación, alteración de los ecosistemas (los distintos órganos de Gaia), subida de las temperaturas (la fiebre de Gaia) o la destrucción de los tejidos que sustentan la vida. Y el planeta ha empezado a generar sus respuestas a la infección.

Por un lado, los fenómenos climáticos que resultan de la fiebre de Gaia, son como los procesos inflamatorios que se desencadenan en el cuerpo humano en respuesta a una infección. Por otro, la alteración de los ecosistemas y el desplazamiento de muchas especies fuera de su hábitat han provocado que los parásitos con los que han convivido durante los millones de años de evolución, hayan pasado las barreras naturales a otros huéspedes.

Y el absurdo mecanismo humano de introducir especies de un ecosistema, en el hábitat humano de las casas, a través del comercio de mascotas exóticas, la alimentación con especies salvajes sin controles adecuados de su viabilidad sanitaria, o la cría en cautividad con diferentes objetivos, está contribuyendo a que algunos de sus patógenos hayan encontrado nuevos huéspedes en los seres humanos, sin tiempo para que los sistemas inmunitarios respondan con la necesaria eficacia. Ha pasado con la gripe aviar, con el Ébola y, probablemente, con el Covid 19.  Es el mecanismo de defensa de Gaia contra el patógeno que la amenaza y la está enfermando: nosotros mismos.

Como ha publicado recientemente el biólogo e investigador del CSIC, Fernando Valladares teníamos la mejor vacuna para el SARS covid19 y para las demás infecciones que, probablemente, nos van a sobrevenir cada vez con más frecuencia. Esa vacuna genérica, sostenible, barata y de fácil acceso, era un medio ambiente en buen estado. Pero no se ha escuchado durante los últimos treinta o cuarenta años las voces de los científicos que alertaban sobre la degradación del planeta.  Ahora se han puesto en marcha drásticas medidas que intentan poner freno a la pandemia, y al mismo tiempo, vemos cómo la Naturaleza, lejos de la agresión humana, se recupera a un ritmo que creíamos imposible. Gaia parece curarse de las heridas. Pero cuando se habla de la vuelta a la normalidad, debemos preguntarnos qué tipo de normalidad  es la que nos va a permitir vivir en armonía con nuestro planeta. La elección es clara: si queremos seguir enfermándolo y sufrir nuevamente sus mecanismos de respuesta, ya conocemos el camino. Pero si entendemos que no merece la pena seguir el camino de derroche, destrucción, ocupación de los ecosistemas, habrá que modificar nuestra forma de vida y, en definitiva, nuestra forma de relacionarnos con los demás componentes de Gaia. Es una elección a vida o muerte.

José Julio del Olmo | Portavoz de Aedenat- Albacete y de Ecologistas en Acción- Albacete | Profesor de Biología y Geología I.E.S. Universidad Laboral de Albacete

Coronavirus, Gaia y la humanidad