viernes. 26.04.2024
cumbre del clima

“Incluso si supiera que mañana el mundo se hará añicos, aún así plantaría mi manzano”
(Martin Luther King)

“¿De qué sirve una casa, si no cuenta con un planeta tolerable donde situarla?
(Henry David Thoreau)


La cumbre del clima de Glasgow hace acrobacias y toda suerte de funambulismos para llegar a unos acuerdos mínimos, pero los intereses económicos lastran una vez más el mero planteamiento de lo que a la postre serán simples recomendaciones. Pagar a otros países para seguir contaminando parece una pésima broma, porque lo suyo sería dejar de hacerlo y no pretender cuadrar un prorrateo estadístico que ya se ha mostrado absolutamente ineficaz.

Las energías renovables han demostrado sus réditos, incluso financieros, en localidades pequeñas como la localidad alemana de Wildpoldsried, que sanea sus arcas municipales vendiendo los excedentes energéticos tras cubrir sus necesidades. El problema es trasladar este modelo a la escala de los grandes núcleos urbanos y al ámbito estatal, porque ahí se interponen todo tipo de obstáculos, comenzando por los burocráticos.

Los combustibles fósiles continúan generando un volumen de negocio con una enorme influencia que determina las decisiones políticas

Los combustibles fósiles continúan generando un volumen de negocio con una enorme influencia que determina las decisiones políticas. No en vano se acuñó el término de petrodólares. La poderosa industria del automóvil despliega una gama de modelos híbridos y eléctricos cuyo elevado precio requiere de subvenciones. También hay muchos puestos de trabajo en juego, aunque no se cuestiona que la banca licencie a sus empleados al fusionar sus entidades y digitalizar sus prestaciones.

El parón mundial de la pandemia supuso un experimento crucial que nadie había soñado. Dejaron de volar los aviones y tampoco circulaba el tráfico rodado ni polucionaban las fabricas. Esta incidencia podría haber convencido a quienes niegan el cambio climático. Lejos de ser así, han desplegado una nueva estrategia, cual es la de reconocerlo y proclamar que ya no cabe hacer nada, para desmovilizar subrepticiamente a los activistas.

Otro dato preocupante, sin duda, es el de lo que ya se conoce como eco-blanqueo. Un propagandístico lavado de imagen que se apropia del color verde y se simula respetar el medio ambiente para obtener una mejor cuenta de resultados. Estos caballos de Troya ecológicos logran con su propaganda comercializar productos que sólo cubren las apariencias.

Con el tiempo se ha visto que las autodenominadas bancas éticas no lo eran tanto y en ocasiones respondían a una estrategia propagandística que tan sólo servía para captar clientes. La bandera verde también se utiliza muchas veces para una finalidad antagónica de lo que representa en cuanto símbolo. Corremos el riesgo de hacer proliferar protocolos y preceptos ecológicos que sean tan estériles como los manuales de buenas prácticas o los códigos éticos que menudean por doquier.

Sólo aquellas convicciones éticas que logran calar en el quehacer cotidiano de cada cual, permeando las costumbres, resulta práctico desde todo punto de vista, conjugando pragmatismo y moralidad. Querer suplir este paso con manuales de instrucciones morales constituye un gran error, al confundir la clave interna del comportamiento moral con esa coacción externa que define al ámbito jurídico.

Adaptarse a las normativas es algo acomodaticio que nos permite no discernir por nuestra cuenta. Sin embargo, los grandes progresos de la humanidad se han dado por la discrepancia y el disenso no impositivo que busca convencer con la ejemplaridad personal. Cada uno de nosotros podemos figurar en esta vanguardia que ha conquistado históricamente derechos inimaginables con anterioridad. Seguir el principio de autoridad sin más no suele ser tan productivo, ni siquiera en las jerarquías militares.

Nuestra solidaridad y concienciación hacen mutis por el foro cuando exige un mínimo sacrificio de nuestros hábitos consumistas

Nuestra solidaridad y concienciación hacen mutis por el foro cuando exigen un mínimo sacrificio de nuestros hábitos consumistas. Difícilmente mostraremos empatía con las generaciones venideras, cuando no los hacemos con las pretéritas ni las coetáneas. Asumimos una insostenible desigualdad que hace acumular ingentes recursos a unos pocos, a costa de una indigencia generalizada. Pero esquilmar nuestro hábitat cancela el futuro de todos.

Todavía tenemos que bregar con las mutaciones de COVID-19 en un combate dificultado por quienes no quieren vacunarse, cuando hemos vuelto a nuestras peores inercias y algunos protestan por no poder irse a tomar unas copas, como si no pasara nada, mientras el sistema sanitario de algunos países tiene que suspender nuevamente las intervenciones quirúrgicas programadas porque no dan abasto con los nuevos contagiados, la mayoría de los cuales no han accedido a la vacuna en muchos casos voluntariamente. La realidad es más tozuda que los fanatismos.

Tomemos nota de las negociaciones para formar una coalición gubernamental en Alemania caracterizada como el semáforo por sus tres colores distintivos. El SPD recuperaría la Cancillería, gracias a la jubilación política de Merkel, y los Verdes tendrían el Ministerio de Asuntos Exteriores y un Ministerio de Medio Ambiente, pero son los Liberales quienes obtendrían el todopoderoso Ministerio de Finanzas. Habrá que andar atentos a quién se lleva el gato al agua cuando haya discrepancias presupuestarias condicionantes de las decisiones más estratégicas.

El colapso del futuro: los tenebrosos horizontes de la crisis climática