martes. 23.04.2024

La palabra vivencia es un término procedente de la filosofía a finales del siglo XIX. Podemos definir de forma sencilla y comprensible la vivencia como el “residuo” que queda en nosotros, en concreto en nuestro aparato psíquico dentro de la conciencia, por el impacto de las experiencias que hemos vivido y han tenido la suficiente intensidad para dejar ese “residuo”.

Hay un tiempo vivido, el cronológico, y otro, la manera a nivel psíquico de experimentar el paso del tiempo, tiempo vivenciado, que es aquel que se nutre de nuestras vivencias.

Debemos distinguir entre experiencia y vivencia. Experiencia es algo que nos da el camino recorrido, y por tanto aprendido. La vivencia es dada por nuestro vivir situaciones determinadas y por tanto, vivenciado.

Un buen amigo compañero médico, Alfredo García Álvarez, esbozó esta curiosa teoría explicativa del tiempo vivenciado, que yo he denominado teoría de Alfredo o en su denominación original, “Teoría del Sumidero”. Mi buen amigo Alfredo se refería, desde su experiencia vital, a que el paso del tiempo corre a la velocidad del agua en un sumidero.

Cuando el agua circula por la periferia del sumidero, va francamente lenta, pero a medida que se acerca al centro, y en especial, al orificio del sumidero, toma una velocidad vertiginosa. Es decir, en los primeros años de nuestra vida, si no ocurren fenómenos excesivamente perturbadores, el paso de tiempo va despacio (así se nos hace eterno el paso del tiempo hasta cumplir la mayoría de edad), pero a medida que cumplimos años, por ejemplo, la edad madura, ya la velocidad avanza (parte media del sumidero) y cuando estamos próximos a nuestro final (orifico del sumidero) la velocidad con que experimentamos nuestro tiempo vivencial, es supersónica.

¿Con esta sencilla reflexión, con matices antropológicos y filosóficos, como ha sido para cada grupo de edad él tiempo vivenciado en la pandemia de la Covid 19?.

Parece razonable pensar, según la Teoría de Alfredo, que la vivencia del tiempo en esta pandemia dependerá en gran parte de nuestra ubicación en una parte u otra del sumidero.

Durante la infancia, sabemos que el tiempo vivenciado va lentamente, por tanto, carece de angustia el paso del mismo. Y eso ha pasado en nuestra pandemia con los niños, que incluso en el confinamiento en casa, seguían con clases online, sus juegos y la mayoría, sobre todo en un hogar bien estructurado, seguían el ritmo habitual de su tiempo vivenciado. Los adolescentes, muchos de ellos al menos, mantuvieron el ritmo de su tiempo vivencial, sobre todo gracias a las redes sociales por internet, por su posición cercana en el sumidero a los niños. ¿Y los adultos? Los adultos, sitos en el medio del sumidero, con responsabilidades sociolaborales y familiares, tuvieron una aceleración del paso del tiempo vivenciado, sentían que el paso de ese tiempo se aceleraba (angustia), que les iba a faltar tiempo para proyectos, que su vida laboral se afectaría, que posiblemente nada volvería a ser igual. ¿Y nuestros mayores? Hubo dos tipos de situaciones. Una, en los más conscientes de su situación vivencial, vivieron con especial angustia la llegada del final (orificio del sumidero) es decir, tomaron conciencia de que el fin estaba muy cerca, se aceleró su tiempo vivencial, y así fue en miles de casos de estas personas, Otra, en aquellos senectos, con menos conciencia de la vivencia, para los que el paso del tiempo vivenciado tuvo un ritmo similar a los niños.

Por último, esta reflexión de Friedrich Nietzsche: “Para llegar a ser sabio, es preciso experimentar ciertas vivencias, es decir, meterse en sus fauces. Eso es ciertamente peligroso; más de uno ha sido devorado al hacerlo”.

La vivencia del tiempo en tiempos difíciles. Teoría de Alfredo y Covid 19