viernes. 19.04.2024

Lloramos a Verónica. Estamos consternados. Porque es una mujer querida, afable, cariñosa, especial. O como han definido muchas personas: auténtica. Estamos también consternados por el motivo de su muerte. Esa palabra maldita que tanto nos cuesta pronunciar: el suicidio.

Estamos aprendiendo a pronunciar una palabra que nos da miedo. ¿Cómo es posible que alguien se salte los límites de la vida y prefiera morir? El suicidio se puede producir por presiones sociales (económicas, fracasos, etc), por violencia y agresiones (lo hemos visto lamentablemente en adolescentes y el acoso escolar), o también por problemas de salud mental, como es el caso de la depresión. Ese túnel en el que entra una persona y no le ve el final, no encuentra salida a un laberinto.

Y eso es lo que más nos asusta: la salud mental. Nos alejamos de ella pensando que eso no nos pasará a nosotros. Pero la enfermedad mental, nuestra propia alteración psíquica, está más cerca de cada uno de nosotros de lo que podemos pensar.

El suicidio ha sido a lo largo de la historia una muerte tabú. Un impronunciable.

Todo lo que he aprendido lo sé por mi querida amiga Lola. Como ella misma se define: una superviviente. Así es como la OMS denominan a quienes han sufrido en su entorno la muerte por suicidio de un ser querido. Mi Lola es una madre sin hija, ¿cómo se llaman a los padres y las madres que pierden a un hijo o una hija? No hay nombre para ello porque es antinatural, va contra las propias reglas de la vida, que un descendiente muera antes que su progenitor.

Lola perdió a su hija. Se suicidó. Y a ella le costó pronunciar esa palabra maldita. Le costó vivir con ello, porque como ella me dice, nunca se puede superar, lo único que se puede hacer es aprender a levantarse cada día con ese dolor desgarrador, con esa culpa permanente de no haber sido capaz de frenar esa ansia de morir. Lola me dijo un día que el suicida no quiere morir, solo quiere dejar de sufrir.

Esa es la enfermedad mental. Lo decía Verónica, “qué fácil es que te digan, anímate. Y yo lo intento. Pero no es posible”. No es posible porque no es una cuestión solo de “animarse”, “de reírse”. Seguramente nadie mejor que Verónica para reír y sonreír de forma permanente, ha sido la mujer que más sonrisas nos ha regalado en el cine español y en su vida personal.

Hace poco vi, y así lo recomiendo, el documental “La palabra maldita”. Una forma de entender que estamos más próximos de lo que parece a una situación de inestabilidad. Según los datos, cada suicidio deja en torno a ocho personas directamente vinculadas a la que se suicida. Como dice mi amiga Lola: “ocho personas errantes en busca del cielo y el suelo que perdieron con su ser querido”.

Porque el suicidio no es un problema personal. Es un problema social. Por eso, bienvenidos los planes de Salud Mental, la Ley de Salud Mental, los presupuestos generales y autonómicos, las asociaciones, los profesionales, los documentales, y, sobre todo, los supervivientes como Lola que han convertido su vida personal en una constante labor de ayuda permanente a quienes viven tales situaciones.

Esos son nuestros problemas. Los reales.

Tenemos cada día tantos problemas reales: el volcán de la Palma, las inundaciones del Ebro, las consecuencias del cambio climático, los plásticos en el Mediterráneo, la pobreza y la desigualdad, la violencia de género, los migrantes en busca de una oportunidad de futuro, …

Hay tantos problemas reales que resulta vergonzoso que haya quienes se los inventen continuamente con el fin de obtener rédito electoral, desestabilización de un país, radicalismos y extremismos, y, lo que es más penoso, un permanente discurso del odio que solo hace que agitar los instintos más bajos de las personas.

Prefiero quedarme con la grandeza de mi amiga Lola y la eterna sonrisa de Verónica.

Fuente  Sistema Digital

Verónica Forqué y la palabra maldita