viernes. 29.03.2024
vacunas

Tarde o temprano todos llegamos a la conclusión de que el mundo es injusto. Es el momento en el que nos damos cuenta de que las cosas no son como nos las esperábamos, si no como nos las temíamos. Y, todo, porque el mundo, eso que nos rodea, no se comporta de acuerdo a nuestros intereses.

Hablo de una pandemia como la que se ha instalado entre nosotros. Ya saben, ese mal de muchos que, en contra del aforismo, no representa ningún consuelo de tontos, razón por la cual, estos, los tontos, campan desconsoladamente por sus respetos. Y, antes de que nadie se sienta ofendido, definiré, con el profesor Carlo María Cipolla lo que es un tonto. Según el experto, y desaparecido, profesor, un tonto es aquel que sus actos suponen un perjuicio para él y para los demás. Y los distingue de los ingenuos, de los malvados y de los inteligentes, cuyos actos, respectivamente, perjudican solo a él mismo, a los demás o a nadie.

Por ejemplo, no tomar precauciones frente al COVID19 puede perjudicar, y en muchísimas ocasiones lo hace, a la persona que se infecta y a las que se relacionan con ella. La verdad es que, dicho así, no parece muy inteligente la cosa. Siguiendo la clasificación del profesor Cipolla, podríamos hablar de malvados que podrían hacer eso de manera consciente para infectar a más gente, como si emplearan un arma de destrucción masiva. También de ingenuos, que una vez infectados se aíslan para no transmitir el mal, contentándose con disfrutar de él ellos solos.

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Pero no, yo quiero creer en la estupidez humana y en sus especímenes más característicos, los tontos. Y las tontas, claro. Son personas que, conocedoras de la existencia del virus, se creen inmunes al mismo y desprecian las medidas más elementales para impedir su infección o minimizar sus efectos. Y no es que ese comportamiento se deba a que aceptan poder ser infectados, si no que parecen pensar que no puedan llegar a serlo. Si bastara un solo ejemplo, se podría citar el de ese líder negacionista italiano que, al contagiarse de COVID, se ha convertido en publicista de las vacunas con el entusiasmo de un converso. Es como si se hubiera caído de un virus igual que Pablo se cayó del caballo.

Tenemos menor proporción de negacionistas que nuestros admirados centroeuropeos, por ejemplo, pero eso no quita para que tengamos que aspirar a tener un país covid free

Nadie con autoridad científica ha dicho que la vacuna, la mascarilla y la distancia social impidan completamente que el virus entre en nuestro organismo. No, no son como una ristra de ajos que, ya se sabe, evitan el ataque de un vampiro. Pero reducen extraordinariamente la transmisión y, en el caso de la vacuna, minimizan los efectos cuando se produce la infección.

Pero claro, ¿Quién le quita a alguien el derecho individual a infectarse, e infectar a los demás, por no seguir las normas de médicos, epidemiólogos y expertos en general? Este es un debate intenso en el mundo de las democracias liberales en las que la defensa de la libertad individual, con su lista de derechos para cada persona, choca muchas veces con la necesidad de que se cumplan normas de convivencia que favorecen a la colectividad como sujeto, también, de derechos.

Aunque, no quiero dejar de contestar a esa pregunta. Es el estado "opresor" el que puede limitar ese derecho individual en beneficio de la sociedad en su conjunto. El mismo estado que emite leyes y normas como el Código de la Circulación, o el Civil, o el Penal, o las leyes de Comercio, o tantas otras que regulan las actividades humanas impidiendo que cada cual ejerza su derecho a hacer lo que le venga en gana en cada campo de actividad. ¿O es más restrictivo obligar a vacunarse que hacer que se tenga que conducir un coche por la derecha, con el cinturón de seguridad puesto e impidiendo circular por donde hay una señal de dirección prohibida?

Estoy escribiendo esto en el país, probablemente, con el mayor índice de personas vacunadas en el mundo y con entre los mejores datos de infectados por COVID19. Pero, eso, no quita para que exista entre nosotros un número suficiente de ciudadanos con ese extraño derecho a infectarse, e infectar, es decir, a hacer daño, que, cada cierto tiempo, da lugar a una nueva ola de contagios. Es cierto que tenemos menor proporción de negacionistas que nuestros admirados centroeuropeos, por ejemplo, pero eso no quita para que tengamos que aspirar a tener un país covid free.

Para que nos podamos dedicar, por ejemplo, a liderar la lucha contra el virus en países menos desarrollados. Pero, esa, es otra historia y otro tipo de estupidez, la de creer que se puede vivir en una burbuja geográfica.


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