jueves. 25.04.2024
turismo

Los centros de las principales capitales del mundo como New York, París, Roma, Barcelona, Praga, Lisboa o Ámsterdam se han convertido en los destinos predilectos de millones de turistas de todas las culturas, edades y condición inundando nuestras calles, monumentos, tiendas y restaurantes. El turismo urbano o los llamados “city Breaks” están de moda. Son viajes de 3 a 5 días a ciudades de moda y bien conectadas, constituyendo una importante actividad económica y creando millones de empleos. Sin embargo, lo que otrora era una bendición, se está convirtiendo en una pesadilla para muchos ciudadanos que habitan esas ciudades, y muy especialmente para los residentes del centro de las ciudades o de los barrios de moda. Día -y noche-, los vecinos sufren las consecuencias de la masificación del turismo, ruido, suciedad, encarecimiento de los precios, y en algunos casos inseguridad por la concentración de delincuentes en busca de sus preciadas víctimas. Todo ello está generando protestas y un intenso debate sobre qué tipo de modelo deben tener las principales ciudades turísticas.

Uno de los fenómenos asociados al impacto del turismo urbano es la llamada gentrificación, un anglicismo que definía la elitización de un barrio por parte de clases sociales formadas por la nobleza baja y media, hombres libres y terratenientes, es decir la burguesía. La gentrificación, se produce cuando un barrio se pone de moda para las clases con mayor poder adquisitivo y van progresivamente instalándose en ella, ya sea en adquisiciones residenciales o en el sector comercial o en la restauración. El proceso clásico de la gentrificación suele producirse tras el abandono y estigmatización de un barrio, para pasar a una fase de regeneración y mercantilización posterior. Un fenómeno que cambia la fisionomía urbana del barrio con aspectos positivos, pero igualmente con externalidades negativas evidentes. La gentrificación permite recuperar la actividad económica, así como restaurar zonas degradadas, pero igualmente se traduce en especulación inmobiliaria, aumento de precios, y la expulsión de ciudadanos con menor nivel de renta o poder adquisitivo, generando en esos colectivos resistencia y un sentimiento de rabia y humillación. Una situación que bien podría resumir un cartel del barrio de San Francisco de Bilbao: “no es turismofobia: es lucha de clases”.

La democratización del turismo es un fenómeno imparable, y es posible que esta situación se agrave en el futuro con la emergencia y afluencia de las nuevas clases medias asiáticas, ávidas por viajar a Europa

Uno de los efectos colaterales de esta situación es la emergencia de una nueva turismofobia, que va mutando desde los tradicionales y legítimos actos de protesta vecinales a otros que pueden ser considerados violencia de baja intensidad, como sabotajes a edificios, empresas o infraestructuras turísticas. Muchos de los que justifican esas acciones, proclaman que son actos vandálicos puntuales y que no hay un problema de turismofobia o problema con los turistas, sino con el modelo turístico de la ciudad, responsabilizando a la mala gestión de las autoridades. La cuestión radica, en si es posible poner puertas al campo y diseñar modelos de desarrollo turísticos coherentes, inclusivos y sostenibles en un mundo donde impera la movilidad, la velocidad y la conectividad. La democratización del turismo es un fenómeno imparable, y es posible que esta situación se agrave en el futuro con la emergencia y afluencia de las nuevas clases medias asiáticas, ávidas por viajar a Europa. El viejo continente se va convirtiendo poco a poco y de forma irremediable, en un continente museo con sus ciudades limpias, bonitas y seguras y con buenas infraestructuras. Un buen lugar para pasar unas vacaciones.

La cuestión radica así en qué hacer y cómo gestionar la gran cantidad de turistas que visitan nuestras ciudades cada año. No es posible la ecuación de demandar los beneficios del turismo -actividad económica y empleo- sin recibir turistas todo el año. Algunos expertos alzan igualmente la voz contra esta nueva turismofobia proclamando que la nueva narrativa por un turismo de calidad es en realidad una nueva versión de la vieja crítica contra la democratización del turismo. Como escribe el geógrafo y profesor José Antonio Donaire, vendría a ser una reedición del “I am traveler. You are a tourist” en una continuación de la mirada clasista de los años 30, cuando las clases populares invadieron las ciudades de ocio de alta burguesía. ¿Qué hacen estos aquí? Y aún peor, ¿qué hago yo aquí entre estos, si yo no soy como ellos? Donaire tiene parte de razón al denunciar el nuevo clasismo que defienden lugares y ciudades para las élites sociales, culturales y económicas alejados de las turbas de turistas, pero también es cierto que los vecinos de los barrios más afectados requieren una respuesta a una realidad compleja y de difícil gestión.

Uno se podría preguntar hasta qué punto el turismo es realmente un problema para la mayoría de los ciudadanos o bien está aderezado con otros problemas que no son intrínsecamente producidos por el turismo pero que generan percepciones distorsionadas sobre él

Los vecinos de una docena de ciudades del sur de Europa afectadas por los excesos del turismo ya se reúnen y coordinan para abordar la realidad de la presión turística, sus consecuencias y el papel del movimiento vecinal. Algunos como la Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible (ABTS) apuestan por el "decrecimiento" del sector, ya que según argumentan es una actividad económica tan intensa e invasiva incompatible con el día a día de los vecinos, así como introducir tasas turísticas destinadas a compensar los efectos de la industria turística y no a hacer más promoción. Pero independientemente de las legítimas reclamaciones de los vecinos de ciertos barrios, uno se podría preguntar hasta qué punto el turismo es realmente un problema para la mayoría de los ciudadanos, o bien está aderezado con otros problemas que no son intrínsecamente producidos por el turismo pero que generan percepciones distorsionadas sobre él. La ciudad de Barcelona es un buen ejemplo de ello. La preocupación por el turismo tuvo su punto álgido en junio de 2017 según el Barómetro Semestral de Barcelona, ya que en ese momento era el principal problema de la ciudad para un 19% de los habitantes. Sin embargo, según los datos de diciembre de 2018, bajaba hasta el 5,2%. La notable diferencia era la utilización de la masificación del turismo como arma política implicándola en el crecimiento de la inseguridad en la ciudad. Cuando arreciaba el debate de la inseguridad crecía la preocupación por el turismo y viceversa.

En definitiva, las ciudades deben iniciar un diálogo entre el trinomio instituciones-empresas-sociedad para conversar, diseñar y trabajar juntos por construir nuevas coherencias que permitan hacer de nuestras ciudades un lugar habitable, sostenible al tiempo que son el principal motor económico del mundo. Hoy más del 60% de los ciudadanos del mundo viven en las ciudades y el turismo supone para España el 12% del PIB y el 13%del empleo. Se necesita de un esfuerzo conjunto de toda la sociedad para generar nuevos consensos, para mantener y gestionar el turismo de una forma coherente, eficaz e inclusiva. Una de las claves está en la forma de gestionar el diálogo entre los diferentes actores de la ciudad, con una mirada a largo plazo y no sólo en las próximas elecciones. Hoy el reto ya no es como ha de ser la ciudad de hoy, sino empezar a diseñar las ciudades de 2050. Pero en el debate sobre el presente y el futuro de nuestras ciudades, suscribo las palabras de la arquitecta Anatxu Zabasbeascoa "cuente quien la cuente, una ciudad en la que no cabe más gente es un muerto viviente, un espacio atrincherado, un lugar con poco futuro, un animal en peligro de extinción". Solo las ciudades abiertas e inclusivas están llamadas a ganar la batalla del desarrollo, la convivencia y la sostenibilidad.


Pau Solanilla es consultor internacional y autor del libro “La República de la reputación”.

Por un turismo urbano sin turistas