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No es la primera vez que ocurre. Una activista animalista se enfrenta sola y a grito pelado a la fantasmada población de un villorrio semi abandonado del centro de la península a quienes trata de sensibilizar haciéndoles comprender que la tortura, de una vaca en este caso, no es arte y mucho menos cultura. Este tipo de expresión se extiende por toda la geografía y aunque la respuesta conciudadana, llena de reproches e incomprensión y administrativa sigue siendo la misma, tomar la filiación de quien se subleva ante prácticas atroces, lo cierto es que el acto de rebeldía ha tenido un impacto social amplio, habiéndose convertido en el tema de conversación más extendido del evento social “fiestas del pueblo”, al menos en el caso que inspira esta columna.
Es un error muy extendido considerar que cultura es cualquier cosa que haya sobrevivido a ciertas vicisitudes
Reclamar que no se haga daño a otro ser vivo para entretenerse se convierte de facto en un acto cultural al situar en el centro de las celebraciones festivaleras ésta que reivindica la defensa de los débiles y la empatía y compasión con los que sufren. Es un hecho cultural, pues cultura es lo que nos enseña a vivir de un modo mejor orientado a la perfectibilidad. Es un error muy extendido considerar que cultura es cualquier cosa que haya sobrevivido a ciertas vicisitudes. No y mil veces no, haber destripado un pobre animal durante doscientos años no otorga a dicho acto más que un marchamo de sadismo del que nada puede extraerse excepto la constatación de que la violencia gratuita coexiste con las más nobles expresiones de los humanos. La inquina y la brutalidad ejercida contra un ser indefenso no es un hecho cultural, no enseña ni mantiene nada de lo que puedan sentirse orgulloso cualquier ser humano. Las pinturas taurinas de Goya son un hecho colmado de registros culturales porque nos enseñan a mirar y a ver, no porque ilustren la técnica con la que los torturadores se ensañan con las reses.
La cultura es siempre una sucesión de actos que tienen por objeto sofisticar la conducta de hombres y de mujeres así como sacralizar sus más nobles hallazgos, el teatro, la poesía, la caridad, la simpatía, la pintura, la higiene, el cine, la decoración, la alimentación, la música, el debate y tantas y tantas otras manifestaciones de la humanidad forman el tejido cultural de toda sociedad, sus inclinaciones salvajes no. De hecho, enfrentarse a la embrutecida masa de inconscientes disfrutadores de la perversión inherente a los actos sádicos posee toda la intencionalidad de los actos culturales, como lo es el colocar a una comunidad ante sus acciones más deplorables para depurarlas y transformar cada logro en un camino de mejora que es el fin natural de todo acto cultural. Y esto es lo que provocó la activista animalista en su digna defensa de los animales y de la recuperación del sentido común de comunidades ancladas a un pasado que más vale olvidar: no seamos bestias, seamos civilizados como los animales (Roberto Carlos).
Por su violencia, lo taurino debe tratarse como los sacrificios rituales aztecas o los autos de fe ejecutados por la inquisición
La tortura no es arte ni es cultura. Por su violencia, lo taurino debe tratarse como los sacrificios rituales aztecas o los autos de fe ejecutados por la inquisición, es decir como hechos de la memoria que no aportan nada excepto el escándalo de haberse producido en algún momento de la historia. Esas prácticas que revelan el lado oscuro del ser humano solo se combaten con el coraje y la determinación de quienes se sienten obligados a elevar la condición de hombres y de mujeres a un estadio de civilización superior, a llevar luz a esos rincones tumefactos que retardan el sentido de la civilidad, el entendimiento de que la vida es un acto colectivo que une a seres humanos, animales, plantas y plasmaciones geo hidrológicas.
Cuanto más tardemos en comprender la unicidad del ciclo de la vida y desarrollar prácticas destinadas a su preservación, menos oportunidades tendremos de relajar la hecatombe que se cierne sobre el mundo entendido como una bolsa de riquezas que saquear a discreción.
Lo que la corajuda activista animalista realizó con su denuncia es un acto cultural pleno, pues a más de la lección de moral y dignidad que supone el enfrentaras a una caterva de zombis animados por el olor a sangre, mostró rasgos esenciales propios del acto cultural engrandecedor, todos los asistentes hubieron de juzgar y analizar lo que allí aconteció, todo los asistentes hubieron de pensar en quién eres y quién podrías ser.
Y ello reconforta aunque no hayamos superado el nivel Goebbels cuando se ufanaba de sacar la pistola cuando oía hablar de cultura. La guardia civil presente no sacó las suyas, pero sí su bloc de multas para tomar filiación exclusivamente a la activista denunciante del horror. El mundo al revés.