viernes. 29.03.2024
lola

Estaba escribiendo mi colaboración semanal cuando conocí de la muerte de Lola González Ruiz y se me cortó de golpe la ironía. No pude continuar con mis chanzas. Surgieron de súbito los inevitables recuerdos antiguos que encienden los sentimientos encontrados. Ese lunes 24 de Enero en que comimos juntos con Javier Sauquillo al lado de Fuencarral 141, sede de la plataforma que estaba preparando el Programa Municipal de un  PCE todavía ilegal para las alternativas de izquierda del futuro proceso electoral municipal que ya se atisbaba en un soñado futuro democrático. Esa mañana pasaron por la calle Fuencarral con destino a Gran Vía numerosas dotaciones de abigarrados cuerpos policiales. Se pararon justo en el portal y apalearon a unos viandantes con barba y trenka. Uno de ellos disparó un bote de humo a la altura de la cabeza de los que huían. Continuaron. Media hora más tarde hacia el mediodía un bote de humo acabó con la vida de una estudiante en la esquina de Fuencarral con Gran Vía. Tal vez era el mismo asesino anónimo uniformado el que la mató. Eran escenas de la transición que ya parecían cotidianas. Hablamos del tema y de la espiral de violencia ascendente y preocupante que se respiraba en un pequeño restaurante situado en una bocacalle transversal que nos era habitual. Javier y  Lola. Lola y Javier eran para mí las almas cotidianas del grupo de abogados de barrio en apoyo del emergente movimiento ciudadano y sus sonrisas, sus ánimos, sus ganas de vivir y luchar jamás las he olvidado. Nos despedimos preocupados. "esta noche tenemos reunión de despacho en Atocha 55 " fueron las últimas palabras que les recuerdo. ¨Yo estaré en la sede (tapadera legal entonces) del PCE de Atocha 20, "tal vez nos veamos" dije. Jamás sucedió.

Luego sobrevinieron los acontecimientos, tan conocidos, y los "abogados de Atocha", su asesinato y su entierro, se convirtieron pronto en un punto de inflexión determinante de la transición permitiendo con su martirio la legalización de todos los partidos de izquierda que no estaban previstos en la "hoja de ruta" del gobierno de UCD. Así son las cosas de la vida y la muerte. Con la semana santa llegó la primavera y aquellos "hermanos",  a los que jamás íbamos a olvidar, se fueron recolocando en las efemérides lejanas del recuerdo. Sin duda hubo homenajes. Sin duda hay una placa en Atocha nº 55 que aún se conserva. También un monumento inspirado en un cuadro de Juan Genovés en la Plaza de Antón Martín, que pocos saben lo que fue,  incluidos todos aquellos que tienen todos los ADN propios y ajenos en su mochila. Y la vida, esa representación tan cruel de lo que verdaderamente significa la vida, siguió brutalmente su curso.

Y uno se va olvidando. También porque quiere, de aquellos hombres y mujeres que fueron determinantes de la existencia,  a veces espléndida,  que a algunos nos ha tocado vivir con ambiciones de varias clases muchas veces colmadas. Tanto hablar de la transición (La televisiva de la Sra. Prego y la vivida en verdad  por otros) y una de las pocas personas vivas que sin duda la protagonizaron en sus aspectos más dramáticos, andaba por ahí con el silencio de todos o de muchos -y desde luego del mío- acompañándola. Ese silencio tan cómplice y tan amante de todas las cobardías personales y colectivas. A otros por menos, por mucho menos, se le han rendido homenajes públicos y privados a veces injustificados. Todo lo que se podía decir en su epitafio lo ha dicho Cristina Almeida en nombre de sus muchos compañeros y amigos. Pero la sociedad española no dio a Lola, ni a los que ella representaba, ni el reconocimiento suficiente ni el apoyo necesario. Lo tuvo de los más suyos. Siempre una vez más hasta en la muerte. No es un consuelo. Lo mismo a alguien se le ocurre ahora un funeral. Fotos habrá entonces de gente preclara y condoliente, siempre las hay. Tarde.

Recuerdo a Lola. Recuerdo a Javier. También a los otros; lo siento, más vagamente. Y siento una pena enorme y una especie de remordimiento que en esta hora me devora. Jamás llame luego. No me preocupé demasiado por lo que le podía acontecer a esa “hermana” que jamás iba a olvidar entre lágrimas y claveles. Ni muerta ni viva... Pues sí, no lo hice y lo lamento de verdad. Hace bien poco vi su perfil de Facebook  y estuve a punto de solicitar su amistad. Me excedió el pudor. Me sobró, tal vez, esa vieja cobardía de no haber estado a la altura moral de su sacrificio. Otros le llaman ausencia de valor, pero las cosas son lo que son y como tal deben llamarse. No vale el mejor tarde que nunca. Los héroes tienen sus plazos de caducidad, luego son nombres de calles... O nada. Lo siento Lola, soy uno de los que me olvidé de lo que se debe recordar. Y ahora que muchos te/os recuerdan me gustaría pensar que aquello de "Todos somos Lola..." es verdad.  Tal vez. 

Todos somos Lola... Tal vez