jueves. 25.04.2024
pension

Hace muchos años, cuando yo era joven y miraba a los señores mayores que, entonces, tenían la edad que yo tengo ahora, lo que yo pensaba -junto con lo que pensaban todos mis amigos - colocaba al colectivo en una especie de nirvana estructurada, inamovible y perfectamente establecida. No sólo pensaba que estaban muy cerca de la muerte fruto de su provecta edad, no: es que estaba convencido de que toda su vida estaba hecha y prácticamente concluida; su futuro cerrado y establecido y todo ello conformaba un universo inamovible en el que todo estaba hecho.

Ahora, cuando soy yo el que se haya inmerso en esa realidad, me doy cuenta de que estaba equivocado y de que todo está por hacer, que no hay nada terminado y que la incertidumbre me arrastra como una marea irresistible. Como en su día no pude compartir con aquellos que estaban en la situación en la que yo me encuentro ahora la realidad de sus vidas, me enfrento a esta etapa como un niño desvalido que entiende poco - más bien nada - de lo que está pasando en su vida y trata de encontrar lo que un día imaginó como seguro sin vislumbrar rastro alguno de aquella idea.

A mis largos 63 tacos, estoy obligado a atender todas las múltiples posibilidades que se me acercan, casi todas marcadas y determinadas por dos constantes universales: la primera es que como pierda el trabajo no hay posibilidad alguna de que nadie me contrate. La segunda es la permanente amenaza que el Estado ejerce sobre la futura pensión que debería darme un poco de tranquilidad y que, sin embargo, se anuncia como una permanente fuente de inseguridad.

Vivo en esa esquizofrenia social y estatal como una víctima a la que empieza a demonizar por parte de todos: nos dicen que las pensiones que esperamos son injustas; que los que nacimos sin culpa en determinado periodo somos muchos y muy insolidarios porque no queremos reducir nuestras pensiones; que ocupamos puestos de trabajo que impiden a los jóvenes la incorporación a la vida laboral: demasiada culpabilidad para un solo colectivo, me parece.

Lo que sentimos -y es algo comentado con mis coetáneos - es que se nos ve como un estorbo; como algo que sobra y que requiere de una atención inmerecida. Lo ideal, piensan algunos, es que, llegado el momento del final del trabajo, nos esfumáramos dejando un rastro de olor a quemado y nada más. Como mucho, aceptarían que nuestros hijos y nuestros amigos mantuvieran un lejano recuerdo de nuestro paso por el mundo, nada más.

Como es lógico, esta situación me parece profundamente injusta y nuestro estado debería poner seguridad, calma y certeza en ese futuro que ahora mismo se muestra negro, pero ni el gobierno ni esas grandes instituciones financieras que acechan para gestionar el dinero de nuestro futuro, quieren iniciar ese camino: ni mucho menos. La inseguridad y la tendencia les favorecen y los que vivimos en ese limbo intermedio estorbamos. Son muchos los jóvenes que, si tienen la suerte de trabajar, ya destinan parte del sueldo a un plan de futuro -sea cual sea ese futuro bancario - y dentro de poco será el estado el que vaya derivando mensajes y actuaciones contra el sistema público; ese del que dicen que no aguanta pero al que no se le rediseña para que aguante.

Efectivamente, lo que pensamos en aquellos lejanos días, se ha demostrado completamente equivocado y mi generación se da cuenta de que tenemos todo por hacer; que ante nosotros se abre un tiempo marcado por la incertidumbre, la amenaza y el permanente cambio que debemos organizar, estructurar y vivir como podamos, que nadie nos va a ayudar. Justo o injusto, el sistema nos margina, nos persigue y nos coloca como algo molesto que no sabe bien cómo manejar.

En nuestra vida hemos sido pastueños, acomodaticios, responsables, trabajadores y solidarios, pero eso no nos sirve y nos piden más, mucho más: nos piden desaparecer y eso, todavía, no es algo que estemos dispuestos a entregar sin lucha. Pero que estén tranquilos, que a estas alturas el colectivo ya no sabe dónde se encuentra el valor y las ganas de lucha, esas que nos permitirían incendiar la situación en defensa de nuestra propia existencia y que ya se nos ha hecho imposible. Lamentablemente.

Todo por hacer