viernes. 29.03.2024
capitan-lagarta

Diez de la noche, el soldado Sahagún entra en el cuerpo de guardia. “¿Da su permiso, mi capitán?”. “Pasa, ¿hay novedades?”. “Sí, mi capitán: se fundieron seis bombillas, el coche nuevo empieza con pijadas, la lavadora anda a saltos por la lavandería, la impresora petó porque ya llegó a la copia 458, el ordenador hace cosas raras y dos fusiles HK están fuera de servicio”. “Siéntate Sahagún; ¿sabes?, antes la culpa se purgaba yendo a las iglesias, ahora se expía peregrinando al punto limpio. Los potentes emisores de marketing ametrallan cándidas mentes con el incesante y agotador mensaje subliminal de compra-tira, compra-tira, compra-tira, para liberarnos así del mayor pecado del mundo, el dinero. Todo aparato, cacharro, ingenio, herramienta o artilugio tiene sus días contados. Un buen día aparece otro más feo y técnicamente más dotado, más productivo y menos duradero, y se acabó. Los molinillos de café a manivela fueron arrinconados por los eléctricos. Siempre habrá un listo dispuesto a recordarte que el molinillo eléctrico es mucho más rápido, o te dirá que no seas tonto y compres el café ya molido. No hagas caso; la firma española ELMA sigue fabricando molinillos manuales para bobalicones románticos que gustan de la casa oliendo a café, del ruido de la molienda y de un contoneo de caderas inconcebiblemente irresistible”. “Sí mi capitán”. Sahagún, como de costumbre, no sabe qué decir cuando el capitán empieza a enrollarse. “Fífjate, Sahagún, el CD dejó en coma al vinilo. Las memorias USB, que ni siquiera tienen la decencia de ser redondas, están acabando con todo. El microondas pretende apagar el fuego; diabólico invento éste, amigo Sahagún, que calienta la leche dejando la taza fría y cuando metes en él un huevo, te pillas el otro con la puerta”. “Con el debido respeto y subordinación, mi capitán, no nos podemos rendir a la nostalgia”. “Mira Sahagún, yo me puedo rendir a la nostalgia y tú te puedes rendir a la nostalgia, pero jamás lo haremos juntos; que lo haremos por separado; guardemos la distancia. Además, ¿quién te dijo que la nostalgia es mala?. Hoy día la nostalgia es considerada una perversión que puede derivar en otra peor, el coleccionismo: juntas tres chapas de cerveza o tienes más de dos libros en la estantería y te tachan de Diógenes, retro, vinatge o incluso facha. ¡Todo a la basura!, los mauser, los cetmes, y ahora nos traen esos HK del demonio. En las bibliotecas hacen purgas de libros; ¿qué pecado cometieron Rosalía de Castro y Salgari, para hacerles bajar de la estantería?. Te compras una hoz y siempre hay un notas que quiere convencerte de que su transmutación, la máquina segadora, es más productiva y menos cansina. Y con la gente pasa otro tanto. La generación más preparada, la que se autodenomina la más preparada de la historia, más que Ramón y Cajal, más que María Moliner, será barrida al poco por otra. Ándate con cuidado Sahagún, que ya pasaste los 40. Cuídate, que soldados con más prestaciones ya están llamando a tu puerta. Los reconocerás porque parecen geipermanes y hablan en inglés. Guárdate de abrirles, y si el HK no funciona, ármate con la escoba, que la muy jodida también está tras la puerta, erguida, castiza, chula, resistiéndose a quedar obsoleta, y gritando en latín: que no gasto corriente, oiga. Desde los años setenta la obsolescencia preprogramada no deja de joder la marrana. No te molestes Sahagún por la expresión, el verbo joder está empleado en la tercera acepción de la Real Academia: destrozar, echar a perder; y la marrana no es puerca, sino eje de noria: si falla el eje, la noria deja de sacar agua. No ha mucho que las firmas de autos en su publicidad incluían eslóganes que hablaban de durabilidad. Te voy a contar una historia que más bien parece una preciosa mentira; trae acá esa otra botella de vino”. El soldado obedeció y se quedó, tomando antes la precaución de retirarse un par de metros, en posición de firmes. El capitán no mandó al soldado sentar, no reparó en ello pues estaba andamiando mentalmente, mientras extraía con inconsciente precisión el corcho de la botella de tinto casero y se servía con calculada parsimonia medio vaso exacto, el cuento que iba a contar. “Verás, allá por el verano de 1970 un señorito inglés que estaba de vacaciones en Casablanca, se adentró más de lo debido en el desierto. ¿A que no sabes qué sucedió con su Rolls Royce modelo Silver Shadow?”. “No mi capitán”. “Pues que paró, ¿qué habría de pasar?. Cuando al fin pudo encontrar un teléfono, uno de aquellos teléfonos negros de baquelita, marcó, uno por uno todos los números del mundo metiendo el dedo en el disco y dejando que volviese a su punto original, para comunicar la incidencia a la central en el Reino Unido. Desde allí le dijeron que enseguida salía para Marruecos una avioneta con dos mecánicos a bordo. Y así fue que por la tarde aterrizó el aeroplano al lado del Rolls y se bajaron dos hombres de buzo azul; total que en pocos minutos estaba cambiado el manguito. ¿Les debo algo?, preguntó el gentleman. No, respondió uno de los mecánicos. ¿Dónde firmo?, inquirió entonces el dandi. No es preciso que firme el señor, le dieron por respuesta. Pasadas unas semanas, y con firme propósito de pagar, se presentó el buen ciudadano en la central: yo soy el del Rolls averiado en el desierto. No tenemos constancia alguna de ese caso, le dijeron una mil veces; pero el caballero insistía repitiendo que él no estaba loco y que de ningún modo iba a consentir que le tomaran el pelo, hasta que al fin se le acercó por detrás un jefazo que, tocándole el hombro, le dijo al oído: señor, olvídelo, por favor, los Rolls no averían. ¿Te enteras Sahagún?, como los viejos tractores Barreiros, que seguirán funcionando después de que el mundo se acabe. ¿Es el capitán un nostálgico, Sahagún?”. El soldado apreció cómo al capitán se le hinchaba, azulándose, la vena del cuello. “No mi capitán, disculpe, mi capi...”. “Te voy a decir una cosa Sahagún, cortó el capitán,  mi inteligencia es mediocre pero, sin llegar a ser visionaria, acostumbra a guiarse por la intuición, y olisca que la energía del futuro no es la solar, ni la eólica, ni la fotovoltáica, es la FOSFOVÉLICA. Ordeno y mando, antes de que la luz se vaya al carajo, se llenen diez taquillas hasta los topes con fósforos y velas, ahora que todavía están muy baratas”. “A sus órdenes, mi capitán”.

¡Todo a la basura!