Tierra herida, el rugido de la Cumbre

Volcán de Cumbre Vieja.

Por Mariola Marrero | 

Con qué facilidad el ser humano olvida que el planeta no le pertenece, que es realmente la Naturaleza la que sustenta el poder real en la Tierra.

Nuestra especie es responsable de la desforestación, la desertización, la contaminación, la pérdida de recursos y la extinción de miles de otras especies. Nos hemos adueñado de todo lo que abarcamos y más allá en nuestro egoísta afán de evolucionar, transformar y domesticar a nuestro antojo. Cuanta culpa tenemos de tormentas, huracanes, inundaciones y otros fenómenos y desastres cuando, no solo desatendemos nuestro hogar, sino que, estamos incurriendo en acelerar su deterioro a marchas forzadas en los últimos siglos.

Somos el mayor peligro para nuestra propia supervivencia y pocos, somos conscientes en el día a día de lo que nuestras acciones afectan al entorno, al medioambiente, al hogar de todos y a nuestra misma supervivencia.

Son las catástrofes naturales las que nos recuerdan que vivimos de prestado en el globo terráqueo, que a pesar de ser la especie dominante y dominadora de todo lo que vemos, nos debemos al capricho de las fuerzas de la naturaleza que nos avisa, de tanto en tanto, que no somos dueños de nada, aunque la ávida ansia de conquista y posesión esté impresa en nuestro ADN desde el origen de la humanidad.

Hace un par de siglos, a algunas culturas como las tribus indígenas norteamericanas, les parecía extraño que los hombres blancos quisieran comprarles unas tierras que ellos entendían que no eran de su propiedad, lástima que perdimos esa sensibilidad por el camino de la evolución.

No hay duda de que la Naturaleza nos advierte y muestra su poder para hacernos saber que estamos cruzando una línea peligrosa. Tomamos consciencia de lo pequeños que somos cuando ocurre un terremoto, un tsunami, una erupción volcánica. En los últimos días, el nuevo volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma, ha despertado a muchos de su cómodo sueño de ególatra subsistencia.

Nos hemos puesto en el lugar de las personas afectadas por la erupción y consecuentes lenguas de lava que, han perdido sus propiedades adquiridas con el esfuerzo de toda una vida y sus pertenencias, muchas irremplazables...recuerdos, álbumes de fotos, documentos insustituibles, obras artísticas, souvenirs de tiempos para el recuerdo que ahora será menos nítido, partes de ellos mismos que han visto impotentes como se iban convirtiendo en cenizas. En la Palma se sufre con angustia y expectativa los acontecimientos y se llora la tierra perdida al volcán, la tierra que habían tomado prestada con sosiego durante cientos de años.

La memoria es corta, a veces por exigencia de nuestra propia conservación. Las Islas Canarias han disfrutado durante décadas de una tranquila continuidad y progreso, bendecidas por una temperatura constante y agradable y unos paisajes, la mayoría, productos de erupciones volcánicas, malpaíses que atraen a millones de visitantes y nuevos residentes, pero, nos habíamos olvidado de que bajo nuestros pies sigue un movimiento danzante con su propio ritmo existencial, una caldera digna de Hegesto que busca salida a su magma y que cuando lo hace, reclama  lo que quiera que hayamos construido sobre y bajo el suelo, porque al final es todo suyo.

Los técnicos y expertos geólogos y especialista en vulcanología lo tienen claro: construir al abrigo de una ladera volcánica o en la orilla de un rio desde el punto de vista científico no es nada sensato y aunque, el hecho de que se pueda producir una erupción volcánica debería ser un factor a tener en cuenta cuando decidimos habitar o adquirir un terreno, no es una de las prioridades porque, las tierras de las inmediaciones de volcanes son magníficas y muy fértiles y, por ello se crean asentamientos con los años que se transforman en poblaciones más o menos numerosas.

Los volcanes de las islas Canarias son básicamente fisurales, esto quiere decir que no se puede prever con exactitud por donde va a salir la lava y las chimeneas no son del todo verticales ni tienen que ver con un cono, son lineales y la mayoría de las veces el magma transcurre horizontalmente por lo que la erupción podría darse en cualquier lugar y con estos datos, los asentamientos poblacionales no se deberían de dar pero, la poca frecuencia de erupciones en Canarias nos lleva a  la desmemoria, hay que tener en cuenta que desde el siglo XV solo han habido 18 erupciones, pero 8 han sido en La Palma, la isla de mayor actividad, lo único que se puede hacer en estas circunstancias es un seguimiento continuo, una rápida predicción y una evacuación a tiempo. No estábamos preparados para una erupción tan pronto después de la del Teneguía en 1971.

Qué ironía que dos de las más importantes fenómenos peligrosos en España en los últimos tiempos se hayan atajado gracias a la ciencia, que, siempre ha sido la olvidada en presupuestos e inversión y aun así, la que ha paliado la epidemia Covid 19 y la que se ha adelantado al fenómeno vulcanológico dando incluso una localización con cierta exactitud de donde iba a producirse la erupción evitando así daños personales, un comité bien coordinado con especialistas de todas las diferentes materias relacionadas con éstos fenómenos han estado cuidando que no hubiese daños humanos.  Puede que sirva para que los jóvenes vean ahora esa heroicidad estadística en las carreras universitarias con menos demanda y se animen a cursarlas.

Tomar consciencia del suelo donde echamos raíces es necesario, pero sería más coherente meter lo que quepa de nuestra vida en una mochila y errar por éste planeta maravilloso que habitamos, sin sentimiento de pertenencia a un lugar en concreto y así, convertirnos en ciudadanos del Mundo. Puede que sea ésta la única forma de respetar lo que nos es prestado para disfrutar, no para modificar, descuidar, estropear y contaminar. No parece que estemos preparados para heredar la Tierra. ¿Estamos haciendo lo suficiente para merecerla?