Dentro de la teoría política dos conceptos que se usan continuamente son el de la libertad y de la igualdad. Me parecen pertinentes las reflexiones sobre ellas de dos grandes especialistas de la filosofía del derecho. En primer lugar, expresaré la opinión de Norberto Bobbio y a continuación a Luigi Ferrajoli. Ambos italianos. Hago un inciso. Sorprende la cantidad y calidad de sociólogos, filósofos, juristas y politólogos italianos, que hoy reflexionan en profundidad sobre la política, aunque ya ha sido una constante histórica con Cicerón, Maquiavelo, Gramsci o Bobbio. Quizá sea porque su sistema político ha estado sometido a grandes convulsiones, desde el fascismo y la corrupción hasta un Berlusconi. Citaré algunos, contrarios al pensamiento único. Giovanni Sartori, con su libro ¿Qué es democracia? Raffaele Simone con otro de título muy explícito El Hada democrática. Cómo la democracia fracasa. Mauricio Viroli con La sonrisa de Maquiavelo ha forjado el concepto de patriotismo “Ser patriota es querer que la historia de tu país discurra por la senda de la prosperidad y de la libertad de sus ciudadanos/as”. Objetivo difícil de alcanzar con la evasión y elusión fiscales de algunos de nuestros autoproclamados patriotas. Maurizio Lazzarato en La Fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, publicado curiosamente en Argentina, explica cómo la deuda es el mecanismo del neoliberalismo para dominar a las masas, por lo que la política no la determina el voto, sino los acreedores. Debería ser de lectura obligada para todo ciudadano. Stefano Rodotá con otro muy necesario, y más hoy, El derecho a tener derechos. El título es muy sugerente y más todavía en los momentos actuales, que nos están arrebatando tantos derechos. Aquí reflexiona sobre el derecho a tener derechos, y que en cuanto a su filosofía está perfectamente reflejada en una cita preciosa que encabeza el libro de Hannah Arendt, extraída de Los orígenes del totalitarismo: “El derecho a tener derechos, o el derecho de cada individuo a pertenecer a la humanidad, debería estar garantizado por la humanidad misma.” Entre los nuevos derechos reivindicados en el libro, aparece el “derecho a la verdad”, que precisamente es de gran actualidad en nuestra averiada y oxidada democracia, pero no por su presencia. Ugo Mattei en Bienes comunes. Un manifiesto, defiende los bienes comunes como alternativa actual tanto a la propiedad privada capitalista como a la propiedad estatal tradicional. Marco Revelli con Posizquierda. ¿Qué queda de la política en el mundo globalizado?
Hecho este recordatorio a la contribución del pensamiento político por científicos sociales de Italia, entro ya en el tema enunciado en el título del artículo.
Las reflexiones de Bobbio las he tomado del artículo de Agustín Squella, un jurista, periodista y columnista chileno, Libertad e igualdad en el pensamiento político de Norberto Bobbio: ¿Se puede ser liberal y a la vez socialista?
“Libertad” es una de aquellas «grandes palabras» y que encontramos con frecuencia en las obras y discursos de filósofos, intelectuales y políticos, aunque se trata también de una palabra cuyo significado no resulta fácil precisar. A la “libertad” se le podría aplicar el término de “palabra de plástico” que usó el lingüista alemán Uwe Poerksen en su libro de 1988 Palabras plásticas: la tiranía de un lenguaje modular. Son palabras huecas, vacías, de plástico, sin sustancia que han sido alteradas en su significado y empobrecidas en su contenido para usarlas como simples módulos de ensamblaje que se ajustan a cualquier discurso, relato, necesidad, solución de problema o justificación de un atropello. Son contorsiones semánticas para ocultar y deformar los hechos políticos, sociales y económicos de cualquier sociedad. Un ejemplo, cuando la derecha española se manifiesta contra la Lomloe apelando a la palabra “libertad”, lo que se esconde por debajo es la defensa del privilegio. Es decir, que los padres de la concertada puedan elegir llevar a sus hijos a colegios concertados, para no compartir pupitre sus hijos con inmigrantes, gitanos o Acnes.
En la misma línea de Uwe Poerksen, Alf Ross, un jurista escandinavo, contemporáneo de Bobbio, autor de un notable libro acerca de la democracia «¿Por qué democracia?», de 1952, decía de la libertad que “difícilmente haya otra palabra utilizada tan extravagantemente, tan ensalzada y loada, pero que al mismo tiempo sea tan carente de un significado claro y preciso. Ambas cosas, empero, van juntas, porque el significado es tan fluido, admite una explicación tan lata. “Libertad”, concluía Ross, es una de esas palabras sonoras cargadas de sugestión, a las que se recurre más bien para despertar sentimientos en el ánimo que pensamientos en la cabeza”.
Norberto Bobbio
Bobbio liga democracia con libertad, lo cual quiere decir, como es bien patente para todos, que la democracia es la forma de gobierno que de mejor manera consagra, protege y promueve la libertad de las personas en todas sus diferentes modalidades o expresiones. ¿Pero qué pasa con la igualdad, en concreto con la igualdad material, esto es, con la igualdad en las condiciones de vida de las personas? ¿Es la democracia una forma de gobierno adecuada para conseguir no sólo sociedades más libres, sino también más igualitarias?
Bobbio constata que ciertas libertades son indispensables para el ejercicio del poder democrático, puesto que, por una parte, sin esas libertades el principio o regla de la mayoría perdería todo sentido, y, por la otra, la democracia es también la forma de gobierno que ofrece mejores condiciones para la protección, subsistencia y desarrollo de esas mismas libertades.
El Estado liberal, o sea, el Estado de las libertades, es el presupuesto no sólo histórico, sino también jurídico del Estado democrático, o sea, del Estado en el que el gobierno está en manos de la mayoría. Estado liberal y Estado democrático son interdependientes de dos formas: en la dirección que va desde el liberalismo hasta la democracia, en el sentido de que se necesitan ciertas libertades para el ejercicio del poder democrático, y en la dirección opuesta, que va desde la democracia hasta el liberalismo, en el sentido de que se necesita el poder democrático para garantizar la existencia y persistencia de las libertades fundamentales. Entre esas libertades que junto con ser presupuestos de la democracia son salvaguardadas por esta forma de gobierno, están ciertamente la libertad de pensamiento, de expresión, de reunión, de empresa, de asociación. En el caso de esta última, ella dice relación preferente con el derecho de las personas a asociarse para fines políticos, o sea, con el derecho a constituir partidos políticos y a participar en ellos. Sobre esta cuestión, Hans Kelsen dijo, con razón, que los partidos políticos constituyen “uno de los elementos más destacados de la democracia”. Teniendo en cuenta que la democracia se erige sobre un andamiaje de libertades, libertades con cuya subsistencia y desarrollo la democracia asume un explícito e ineludible compromiso, todo aquel que de valor a la libertad y considere a ésta, tiene más que buenas razones para preferir la democracia como forma de gobierno.
La “igualdad” es otra de esas “grandes palabras” que aparece también con frecuencia en las obras de filósofos, pensadores y políticos, lo mismo que pasa con la palabra «libertad», aunque se trata de un término que ofrece todavía mayores dificultades a la hora de su conceptualización.
Hay, desde luego, una igualdad jurídica básica, a saber, la de que todos somos sujetos de derecho, esto es, todos podemos tener derechos y obligaciones jurídicas, destacando entre los primeros los llamados derechos humanos, o derechos fundamentales, que adscriben a toda persona, sin distinción, por el solo hecho de ser tal. Siempre en el plano jurídico, tenemos también la llamada “igualdad en la ley”, en virtud de la cual decimos que las leyes no pueden establecer diferencias arbitrarias entre las personas, esto es, diferencias no justificadas racionalmente. Está también, por cierto, la ”igualdad ante la ley”, en mérito de la cual quienes ejecutan o aplican las leyes, esto es, el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial, no pueden hacerlo estableciendo diferencias entre las personas que las propias leyes no hayan establecido previamente. En otras palabras: la igualdad en la ley es una demanda que se dirige al legislador y es éste, por tanto, el llamado a respetarla. Por su parte, la igualdad ante la ley es una exigencia que se plantea tanto al Ejecutivo como al Poder Judicial y son ahora estas autoridades las llamadas a observar escrupulosamente dicho principio. Tenemos también la igualdad política, propia de toda democracia, en razón de la cual toda la población adulta puede participar en las elecciones y conforme a la cual el voto de todos cuenta por uno. Lo expuesto es muy claro, pero el problema fundamental se plantea con la siguiente pregunta: ¿Pero qué ocurre con la igualdad en sentido material, esto es, con la igualdad en las condiciones de vida de las personas?
Así como la democracia asume un compromiso bastante evidente con la libertad, ¿adopta ella un compromiso similar con la igualdad material, esto es, cabe esperar de la democracia que junto con garantizar una sociedad de libertades consiga también una sociedad que reduzca las desigualdades en las condiciones de vida de las personas? Bobbio cree posible que una democracia, junto con declarar y proteger las libertades de las personas, avance en pos de una sociedad más igualitaria desde el punto de vista de las condiciones materiales de vida, esto es, en pos de una sociedad donde no tengamos, a unos pocos nadando en la opulencia y a otros muchos en la penuria. Sin embargo, cuando Bobbio se muestra partidario de la igualdad en el sentido antes indicado, no está pensando en una igualdad absoluta, en una igualdad de todos en todo, en una igualdad regimentada e impuesta con la fuerza del Estado. En lo que está pensando es en una igualdad relativa, en una igualdad de todos en algo, en una igualdad en el sentido de que todos puedan satisfacer a lo menos sus necesidades básicas, para lo cual se precisa, es cierto, un papel activo de parte del Estado. En idea, por lo mismo, se trata de conseguir no propiamente una sociedad de iguales, sino únicamente una sociedad más igualitaria, o menos desigualitaria, de las que hemos conseguido realizar hasta ahora. Tendría que ser una sociedad distinta de la que se configura cuando unos pocos van cómodamente instalados en los camarotes de lujo de la nave, mientras los demás se las arreglan como pueden tendiendo mantas sobre la cubierta o en las bodegas, sin olvidar -por último- a los que nadan alrededor de la embarcación y tratan desesperadamente de subir a ella. El liberalismo -sostiene Bobbio- “se inspiró sobre todo en el ideal de libertad, pero es inútil ocultamos que la libertad de iniciativa económica ha creado enormes desigualdades no sólo entre hombre y hombre, sino también entre Estado y Estado”. El socialismo se inspiró sobre todo en el ideal de igualdad, aunque resulta inútil ocultarnos que creó también enormes restricciones a la libertad de las personas. En otras palabras: un liberalismo extremo sacrifica la igualdad en nombre de la libertad y enarbola el nombre sagrado de la segunda cada vez que alguien nombra la primera, mientras que un socialismo del tipo de los llamados «socialismos reales» inmola la libertad en nombre de la igualdad y levanta el estandarte de la segunda para justificar restricciones inaceptables a la primera. Esto significa, según el primero de esos puntos de vista, que si queremos libertad no queda más remedio que conseguirlo al precio de la igualdad, al paso que el segundo de tales puntos de vista nos dice que si querernos igualdad tenemos que pagar por ella el precio de la libertad. Bobbio reacciona contra semejantes planteamientos y, sin dejar de ser consciente de las fricciones que de hecho se producen entre libertad e igualdad, propicia un ideal que nazca de la exigencia de que los hombres, además de libres, sean iguales, aunque no iguales, claro está, en el sentido absoluto e irreal de este término. Dicho de otra manera: considera pertinente y posible demandar de la democracia un compromiso, a la vez que con la libertad, con una mayor igualdad en las condiciones materiales de vida de la gente, o sea, le parece adecuado pedir a la democracia no sólo la preservación y el desarrollo del régimen de libertades que la hacen posible, sino también una cierta voluntad igualitaria en el sentido de utilizar el poder del Estado para contribuir a reducir las desigualdades materiales más manifiestas e injustas, así no más sea porque la presencia en una sociedad cualquiera de tal tipo de desigualdades puede tornar enteramente ilusorio y vacío, para quienes las padecen, el disfrute y ejercicio de las propias libertades. “La libertad, pues, y a la larga, no podrá subsistir sin igualdad”. Según esa idea, por consiguiente, la igualdad no sólo no es un ideal incompatible con la libertad, sino, todo lo contrario, una cierta igualdad material mínima sería una condición para el ejercicio efectivo de la libertad y para la real consolidación de un régimen democrático.
Pasemos ahora a las reflexiones no menos interesantes de Luigi Ferrajoli extraídas de su l libro Manifiesto por la igualdad de 2019.
Luigi Ferrajoli
Podemos diferenciar dos visiones de la política en la relación entre igualdad y libertad. Para la izquierda, igualdad y libertad --y más en general igualdad, libertad y fraternidad-- se implican recíprocamente. En cambio, para las derechas, la libertad y la igualdad no solo no se implican, sino que mantienen una relación de oposición, en virtud de la cual la libertad solo puede afirmarse con el sacrificio de la igualdad; la cual, a su vez, como la fraternidad (o solidaridad) de la que es presupuesto, no es tampoco un valor, dado que a ella se opone una antropología de la desigualdad de las subculturas reaccionarias racistas, clasistas o machistas, y el valor opuesto de la competición y del dinero de las ideologías neoliberales.
Siendo evidente que la igualdad implica la libertad y más en general los derechos fundamentales universales, la afirmación de que la idea distintiva de la izquierda es la igualdad, equivale a decir que consiste además en el igual respeto y valor de todas las diferencias de identidad, a través de la garantía de los derechos de libertad, y en la reducción de las desigualdades económicas y materiales, a través de los derechos sociales (sanidad, educación…) y del trabajo. Por ende, la identidad de la izquierda consiste en el nexo entre igualdad, libertad y derechos sociales expresado en las tres clásicas palabras de la Revolución francesa. Y perfectamente puede identificarse en la conjunción de un estado liberal mínimo (y especialmente derecho penal mínimo) y de estado social máximo, consistentes ambos en un paso atrás de la esfera pública en garantía de las libertades individuales y el otro en un paso adelante en garantía de los derechos sociales.
La derecha sostiene lo contrario: de un lado, el derecho penal máximo defendido por sus componentes reaccionarios, que piden un paso adelante del estado en defensa del orden público y de la seguridad contra inmigrantes y pequeños delincuentes, así como la máxima invasión del derecho en las cuestiones bioéticas, de la reducción de los casos de aborto, incluso su prohibición, de las limitaciones a la procreación asistida o a la eutanasia; de otro, el estado social mínimo promovido y puesto en práctica por sus miembros neoliberales, que, por el contrario, piden un paso atrás del estado en la tutela del ejercicio desregulado de los derechos patrimoniales y de autonomía, que ellos conciben como libertades, y por eso reivindican la abdicación de la política de su papel de gobierno de la economía y de garantía de los derechos, en favor de las fuerzas del mercado.
Se pueden distinguir dos derechas. Una reaccionaria, que defiende el orden y la tradición; y la neoliberal, cuyos rasgos distintivos son la propiedad privada y el mercado. La primera tiene distintas versiones, desde la autoritaria a la clerical y a sus perversiones fascistas, racistas, unidas todas ellas por la intolerancia hacia las diferencias que van en contra de determinadas normas. En cambio, la segunda, la neoliberal, se caracteriza por la primacía asignada a los derechos del mercado y patrimoniales, aunque suponga un crecimiento exorbitante de las desigualdades y de la reducción de los derechos sociales y laborales.
No obstante, en ambos casos las dos derechas están unidas por las jerarquías sociales en las que ellas ordenan las diferencias: bien de orden natural por nacimiento, clase o sexo; o también natural, pero «espontáneo» del mercado. Un orden que en ambos casos incluye y excluye, y que se considera siempre amenazado por enemigos internos y externos: el comunismo, el anarquismo, el islam, la delincuencia callejera, los inmigrantes, etc. En fin, las dos derechas están normalmente aliadas. Los reaccionarios iliberales nunca han estado en contra de la propiedad privada: un pilar básico del sistema que defienden. Los neoliberales, sostenedores del paso atrás del estado en la economía en nombre de la libertad de los mercados nunca se han opuesto, e incluso, las han promovido las limitaciones a las libertades fundamentales y las medidas represivas, especialmente contra los pobres y los excluidos, de ahí leyes de excepción, del control de la vida privada y del reforzamiento de los poderes policiales.
Podemos afirmar que la identidad de la izquierda está mucho más de acuerdo que la de la derecha con los valores de las actuales constituciones europeas, como la alemana o la española. En todas ellas los valores defendidos son el principio de igualdad, el de la dignidad de las personas, el de la solidaridad social y, en particular todo el conjunto de derechos fundamentales, tanto de libertad como sociales. Por ello, es innegable que el paradigma de la democracia constitucional, generado por las constituciones de la posguerra y por sus catálogos de derechos, expresa prevalentemente una cultura de izquierda, en oposición al tendencial anticonstitucionalismo de las derechas. Lamentablemente estos valores constitucionales han sido violados bajo el eufemismo de reformas por las dos derechas y por las llamadas izquierdas culturalmente subalternas a estas; y quien los defiende y reivindica es descalificado como una antigualla del pasado.