jueves. 25.04.2024

Tendemos a olvidar la barbarie, porque sería masoquista hacer lo contrario. Pero la memoria histórica es imprescindible para preservarnos de cometer los mismos errores, recordándoselos a quienes los padecieron y mostrándoselos a los que tuvieron a fortuna de no conocerlos. 

Pensemos en el Museo de la Memoria Histórica y los Derechos Humanos, donde los chilenos y cualquiera que lo visite puede familiarizarse con los horrores de la dictadura pinochetistaBerlín tiene muchos lugares que rememoran los crímenes contra la humanidad perpetrados por el nazismo. Los alemanes no comprenden cómo se puede mantener al día de hoy una Fundación en honor del dictador fascista que provocó una Guerra Civil con un golpe militar y se hizo con el poder gracias al apoyo armamentístico de Hitler. Nos falta la cultura de ajustar cuentas con el pasado, no para flagelarse, sino para tomar nota de unos desmanes que no debieran repetirse. 

Porque las monstruosidades debidas al delirio político no son flor de un día. Para recoger tempestades, alguien tiene que haber sembrado primero los vientos propicios a generarlas. La funesta ideología nazi rentabilizó el sentimiento antisemita que recorría los bajos fondos del imaginario colectivo y obtuvo un enorme apoyo social por múltiples razones muy complejas para detallarlas aquí de pasada. 

Ese respaldo lo tuvo también una organización terrorista como ETA, nacida en principio para luchar contra la dictadura franquista, pero que luego continuó persiguiendo sus objetivos contra una democracia pese a mediar una ley de amnistía y defender también sus ideas con representación parlamentaria. Sus atentados buscaban al parecer socializar el sufrimientoy las víctimas jalonaban el camino hacia una Euskal Herria independiente con un socialismo revolucionario.

Tuvieron que pasar muchas cosas para menguar ese presunto respaldo social. Aunque no fuera mayoritario, el miedo a las represalias hacía muy difícil manifestar lo que se pensaba realmente, sobre todo en las localidades pequeñas. Pero en un momento dado la gente no pudo más y tomó masivamente las calles, reclamando que se pusiera punto final a tanta necedad. 

Ese tempestuoso clima social está magníficamente narrado en la novela Patria. Capítulo aparte merecería esa visión épica que la organización terrorista logró tener en el extranjero, quizá por haber eliminado al delfín de Franco en su día. Luego ETA le tocó cargar con imputaciones que no le correspondían. Aznar y su entorno les consideraron responsables del 11M pese a que las evidencias lo desmentían. La comisión parlamentaria que investigó los hechos tuvo actuaciones bochornosas, como les reprochó la madre de una victima mortal. Pilar Manjón fue acusada por los aznaristas de tener turbias motivaciones ideológicas que le hacían desprestigiar al gobierno. Poco cuerdo hay que andar para poder fabular algo semejante.

Demonizar a lo español por el hecho de serlo no cambia la vida cotidiana, pese a que distraiga de preocupaciones más acuciantes 

En el quinto aniversario de la masacre cometida en Las Ramblas nos ha tocado presenciar cosas que cuesta creer. Aunque lo había olvidado diría que al enumerar las víctimas en su momento, algunos distinguían entre las autóctonas de pura cepa y los que no lo eran. Ojalá lo recordase mal y las hemerotecas pudieran desmentirme. Sería un alivio. También me ha venido a la cabeza que, como presidente ocasional de la Generalitat, Carod Rovira intentó pactar con ETA que no atentara en suelo catalán por aquello de la fraternidad entre pueblos hermanos.

Se decía que un catalán genuino, al no saber euskera, prefería hablar con su interlocutor euskaldún en inglés, antes que hacerlo en español, pese a ser un idioma común a las dos partes. Debe ser muy duro renunciar a buena parte de tu identidad cultural para hacer ver que sólo reconoces una, cuando el mestizaje cultural es lo que nos enriquece individual y colectivamente. Pretender ser europeo y no español equivale a reconocerse miembro del universo, mas no del planeta tierra. Cambiar la escala y reducir los argumentos al absurdo suele ayudar a cobrar una perspectiva distinta del mismo problema. 

Jordi Pujol no apostó por el independentismo hasta que le convino hacer olvidar el asunto de los porcentajes denunciado por Pasqual Maragall. Arthur Mas tuvo que seguir esa deriva e impuso a Puigdemont como timonel de la nave. De repente una Republica Catalana Independiente parecía ser la panacea para todos los problemas. Poco importa que las recetas económicas del pujolismo suscribieran el milagro económico de Aznar o la parálisis legislativa de un Parlament abducido por el Procès. Ya no están enfrente los defensores de un exacerbado nacionalismo españolista y cabe interlocucionar con un gobierno que ha sabido seguir la vía del indulto para poder dialogar.

Cuando te dejas caer por la pendiente, resulta muy difícil contrarrestar esa inercia y volver a encaramarte. Quien siembra vientos, recoge tempestades. Puigdemont y sus corifeos parecen requerir de los temporales políticos para sobrevivir. Adoctrinar a las generaciones más jóvenes con la idea de un agravio insoportable no sale gratis. Hay que solucionar un conflicto al cual se achacan todos los males imaginables y otros tantos de propina. La conspiranoia no tarda en hacer acto de presencia, puesto que todo es imputable directa o mediatamente al chivo expiatorio en cuestión, el mal radical por excelencia. 

Romper un minuto de silencio para hacerse oír lanzando improperios y espetar al familiar de alguien muerto que tú también eres una victima “por ser catalán”, revela una psicopatología social que requiere abordar con toda urgencia. Rufián se ha desmarcado y lo ha tildado de miserable. Chapeau! Aunque todavía sería más eficaz medir las palabras que se utilizan en cada intervención parlamentaria, por si pudieran ser malinterpretadas por los más radicalizados. La Generalitat ha sido y está siendo gobernada por fuerzas independentistas. Más valdría demostrar a la ciudadanía que su gestión es diferente y vela por sus intereses. Así pudieran conseguir que mucha gente quisiera vivir en ese paraíso catalán y que las empresas no siguieran abandonando el terruño.

Los medios de comunicación públicos catalanes deberían cubrir sobre todo esa información. Destacar los éxitos de la gestión lograda por su gobierno autónomo y contrastarlo con lo que no se logra en otras partes del mundo. Demonizar a lo español por el hecho de serlo no cambia la vida cotidiana, pese a que distraiga de preocupaciones más acuciantes. La estrategia de Ayuso y su asesor áulico es lo único que hace. Los dispendios absurdos como el del Zendal y los chanchullos contractuales quedan difuminados por su chulapo madrileñismo, reivindicativo de una Libertad en abstracto que sólo vale para los más privilegiados, aunque consiga calar en los desfavorecidos, al calmar su malestar social sin paliarlo con medidas que lo hicieran de veras y no de mentirijillas. 

Las tempestades de cierto independentismo catalán