jueves. 25.04.2024

La televisión en la que no quiere salir el PP

Que nadie olvide que hubo una RTVV antes del PP, ese partido en el que hay de todo, incluso, quizá, alguien decente; antes de que entrara, con ellos, una cuadrilla de ladrones de ideas, de emociones y de dinero, unos comedores de almas que se alimentaron con nuestras imágenes. Por Manuel Alcaraz Ramos | Exvocal del Consell d’Administració de RTVV.

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¿Hace falta insistir en ubicar el despilfarro en RTVV en el marco de tanta salvajada contable como se practicó a mayor gloria del régimen del PP?

Disculpará el lector que comience con una apelación sentimental a las horas que dediqué a RTVV. Porque antes de empezar las emisiones, por razones profesionales que no vienen al caso, participé en largas sesiones dedicadas a la planificación de la red para el transporte de ondas. Yo nada podía aportar, pero sí me convencí de la importancia de contar con una TV propia que simbolizara nuestra época y el autogobierno y actualizara la identidad colectiva. Porque me encontré con un equipo enamorado del proyecto. Las reuniones se celebraban en los salones más nobles del Palau de la Generalitat, rodeados de venerables pinturas: una buena premonición. En esa época publiqué el primer artículo que, en nuestra provincia, defendía una TV pública valenciana. Encontré algunos amigos extrañados por la propuesta, a los que traté de convencer como mejor pude. No sabía entonces que unos pocos años después, a mediados de la década de 1990, sería vocal del Consell d’Administració de RTVV: una etapa inolvidable en la que este órgano ejercía un control semanal sobre gestión y programas, en el que discutíamos con franqueza –quizá yo fuera el más crítico con algunas derivas populistas-, en el que tratamos de velar por la equidad en las oposiciones y en el que nos preocupábamos por cada peseta gastada. Cuento esto, sólo, como desahogo personal, pues fue tanta la pena que luego me fue ganando que dejé de ver Canal Nou. Pero sobre todo lo cuento para que nadie olvide que hubo una RTVV antes del PP, ese partido en el que hay de todo, incluso, quizá, alguien decente; antes de que entrara, con ellos, una cuadrilla de ladrones de ideas, de emociones y de dinero, unos comedores de almas que se alimentaron con nuestras imágenes.

En mi época de consejero escribí para una revista universitaria un largo artículo en el que analizaba lo que no me gustaba de Canal Nou, para poder defender mejor lo esencial, lo mejorable: una TV valenciana, pública, plural y en valenciano. Allí, con distancia irónica, defendía que lo que más unía al pueblo valenciano, de norte a sur, era criticar a “su” TV, y que ese, precisamente, era su mejor éxito. Porque una función social de cada canal televisivo es recibir anatemas de muchos opinantes, guiados por unas élites intelectuales que no han aprendido todavía a convivir con el fenómeno televisivo. Canal Nou hacía una “programación normal”, demasiado normal, a veces, pero, en general, eficaz para conseguir la finalidad de cohesionar –aunque fuera en la crítica- a centenares de miles de valencianos que la denostaban porque era “la suya”, ni más ni menos. Y que, por eso, “querían salir” más a menudo: su pueblo, su fiesta, su equipo, su partido… (Ya sé que son malos tiempos para defender la identidad colectiva, pero es que ese sentimiento de pertenencia no agresiva, a veces, para muchos, es el último valor sólido, mientras que otros pueden renunciar a estrecheces mientras se regocijan en cosmopolitismos que son la otra cara del individualismo líquido y caro). Pero entonces llegó el PP. La cara bonita de Zaplana. El abismo de rencor detrás de los ojos de Camps. Y dejaron de construirse escuelas o centros de salud para, entre otras cosas, hinchar la plantilla y paniaguar a sus amigos y otros canallitas en los despachos de Burjassot. ¿Hace falta insistir en ubicar el despilfarro en RTVV en el marco de tanta salvajada contable como se practicó a mayor gloria del régimen del PP, ese partido en el que hay de todo, incluso, al parecer, gente honesta?

Y ahora nos la cierran. Fabra se llama el hombre, y a algunos está a punto de dar pena. Pero es evidente que el principio de la soberanía popular y el respeto a las mayorías no obliga a soportar con resignación a alguien privado de las aptitudes cognitivas, intelectuales, morales y hasta políticas mínimamente necesarias para regir un gran organigrama democrático. Lo que le ha pasado al PP –ese partido en el que hay de todo, incluso algunos que son presuntos inocentes- es que, acabado el dinero para repartir y formar clientelas -y retratarlas en RTVV-, tenía que devorarse a sí mismo: se han comido todo, nos han mordisqueado la dignidad y ahora se comen las entrañas, con la salsa amarga, que antes les era tan dulce, de sus mentiras. Y una ola de rabia atraviesa el País Valenciano –sí, País Valenciano… ¿o nos van a volver a censurar?, ¿o van a volver a darnos lecciones imbéciles sobre las señas de identidad?-. Porque Fabra, mitad penitente, mitad payaso, se empeña, encima, en decir que no cerrará escuelas y hospitales. O sea, que el Muy Honorable se atreve a invocar una premisa de orden moral, mientras, además, da un golpe a los principios básicos de la legalidad el Estado de Derecho modificando, en fraude, la ley de RTVV. ¿De verdad cree que estas burlas a lo más íntimo del autogobierno y de la moral pública le van a servir todavía? Para que tuviera un ápice de credibilidad tendría primero que echar cuentas en una pizarra y dibujarnos por su boca los nombres de los culpables de la deuda, de las corrupciones, de los abusos sexuales, de los desvíos de funciones… y denunciarlos en los tribunales, expulsarlos del PP, decirle a sus propios diputados, a la cara, lo que piensa de ellos. Ellos: que han hipotecado hospitales, escuelas y medios de comunicación públicos, todo a la vez, en el mismo paquete. Que empiece por Zaplana y Camps. Pero Fabra, más cobarde que traidor, se arruga ante sus conmilitones y se crece ante los trabajadores. Igual que es paradójico pero aleccionador que, al final, vayamos a echar de menos a la TV más nefasta que los siglos vieron, es perfectamente comprensible que Fabra ya no nos provoque ni ira: desprecio, sólo desprecio.

Siempre puede echarle la culpa a los catalanes, o pedir el trasvase. Quizá en la duermevela de sus pesadillas se imagine pidiendo un crédito a la CAM y a Bancaja. Pero, la verdad, me parece que ni para eso tiene fuerzas. ¡Qué tontería ir a encallar en este faro de toda su prepotencia que fue RTVPP! ¡Cuánta lógica en ello! ¡cuánta justicia! Y qué alegría ver lo que estamos viendo y sabiendo, siquiera sea por horas o por días. Y es que lo que sale en la TV es lo que es real: y nunca más real esta humillación del poderoso. De un poderoso, además, que no sabe cómo escapar de la angosta superficie de una pantalla. Planos, son planos. Puro maquillaje. Y ni eso.

Manuel Alcaraz Ramos | Ex vocal del Consell d’Administració de RTVV

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