viernes. 29.03.2024
diagonal barcelona

Almorcé en un boliche de la Diagonal. La fideuá más que aceptable. Y con el tiempo apretando traspuse a un cine que está más cerca del Tibidabo que del mar, más allá de Sarriá. La había visto anunciada y tenía curiosidad y como ayer era el día barato. Me refiero a “Malnazidos”. Cuando vi que en la sala estaba yo y otros dos hombres mayores que iban juntos, me temí que aquello no iba a ser el filme del siglo; a los cines les pasa lo que a los restaurantes, si están vacíos mal asunto. Que horror, oigan. No vayan aunque sea el día barato. Una sarta de tontadas sin talento alguno columpiándose en un balancín muy socorrido: La guerra de España del 36 al 39. Una pretendida metáfora sobre aquella guerra sin explicación porque los dos bandos en realidad no eran más que uno, el de españoles muy jóvenes e idealistas que se aburrían, por lo visto, y se liaron a tiros unos contra otros. Por cierto, es la “tesis” de este muchacho, Pérez Reverte, que inspira su última novela sobre la batalla del Ebro, “Línea de fuego”.

Esos muchachos y muchachas atolondradas, al ser españoles antes que republicanos o fascistas sublevados, se unen por encima de sus pequeñas diferencias ante un enemigo común. Y aquí ya es cuando el guionista se adentra en el código penal: El enemigo común son unos alemanes en un laboratorio oculto que han inventado una suerte de polvos pica pica que espolvorean por el territorio y los muertos que los inhalan resucitan pero en formato zombi que devoran a cada vivo que pillan, sin importar de que bando sea. Si solo te muerden quedas jodido pero tienes como un efecto retardado antes de pasar a ser zombi activo … La alegre coalición fascista-republicana pasa la intemerata para conseguir el antídoto que les salve a todos de los letales polvos pica pica …

Los autores del bodrio no escatiman ni un tópico ni un lugar común, a saco. Hay una miliciana descarada y mal hablada, que fuma y todo, a la que apodan “matacuras”; una monja católica con unos ovarios que pa qué; un oficial republicano que lleva una medalla del Sagrado Corazón sin que lo sepa nadie; un falangista muy ocurrente con acento andaluz que da más risa; uno que se había criado en Rusia y tenía apellido ruso pero hablaba con un acento difuso entre el barrio de Usera en Madrid y el de Torrero en Zaragoza … en fin, un de todo. Y zombis en cantidad, muchos zombis por todas partes.

El sumun es cuando un comisario político, comunista él, con una gorrilla y estrella roja y unas gafillas tipo Lenon, amenaza a todos y les dice que él no quiere el antídoto, que lo que quiere son los polvos pica pica para echárselos al enemigo y ganar la guerra … El chico de la película, un capitán carlista guapísimo, con un bigote y un tupé que da gusto verlo, intenta convencer al comisario político que su maldad es inviable pues los polvos matan y reciclan en zombi sin distinguir bandos. Al comisario se la suda porque, en el fondo, no es español, al igual que los alemanes inventores de los polvos. La salvación frente a los exterminadores nazis o rojos, extranjeros todos, es la unión de los españoles por encima de ideologías … En esa diatriba estaban el carlista y el pérfido comisario comunista cuando aparecen por la retaguardia de éste un puñado de zombis y se lo zampan.

Medio azorado por la odisea, mirando a los lados por si los zombis, salgo del cine y enfilo la calle Ganduxer camino de los ferrocarriles catalanes para llegar a las 18 a la Plaza de Urquinaona de la que arranca una manifestación convocada por los dos sindicatos mayores y algunas otras entidades ciudadanas, con unas reivindicaciones indiscutibles para mí:

FRENEMOS LOS PRECIOS,
EVITEMOS LA POBREZA,
PROTEJAMOS EL EMPLEO,
LUCHEMOS CONTRA EL DETERIORO DE NUESTRAS CONDICIONES DE VIDA.

Con esas premisas, se trataba de una manifestación que nadie podía perderse. Pero me di cuenta enseguida de que se la perdía la inmensa mayoría, porque allí éramos muy pocos, apenas unos cientos. Los organizadores declararon unos mil y unos cuatro mil en la más grande de las que se celebraron en toda España, la de Madrid, encabezada por los dos líderes nacionales. Yo puedo hacer estos comentarios porque soy del gremio y tengo legitimidad para ello. No tengo nada que ver con esa gente reaccionaria que dicen que el mejor sindicato es ninguno. No, el mejor sindicato es el que existe en cada momento y los mejores sindicalistas los que se esfuerzan, a veces en condiciones muy adversas, por ampliar la representación, la participación y la combatividad de las clases trabajadoras con el sindicato.

Ya sé que ningún tiempo pasado fue mejor por el mero hecho de serlo. Pero esta devoción acrítica y casi religiosa a la virtualidad y al barullo de las redes sociales, no puede hacernos olvidar lo complicado que siempre fue movilizar a la gente, lograr que sepa y participe de modo consciente, organizado y cotidiano, y pensar que esa tarea ineludible puede sortearse con convocatorias virtuales de un día para otro y a ver qué pasa, como quien compra un décimo de lotería.

En esto pensaba yo a la vista de una Plaza de Urquinaona en la que no pasaba prácticamente nada, como cualquier día laborable según declina la tarde, y enfilaba ya, calle de Lauria arriba, a una concentración de la Asociación Catalana de Solidaridad con el Sahara frente a la subdelegación del gobierno español.

No éramos muchos tampoco, unas decenas, y con medios de expresión muy humildes, apenas un megáfono y unas banderas saharauis muy usadas. Había gritos insultantes contra el presidente del gobierno de España, recordando el compromiso histórico de ésta con el proceso de descolonización y autodeterminación del pueblo saharaui, cuyo territorio fue invadido por Marruecos en 1975 con una marcha llamada verde a cuya vanguardia iban 300.000 mujeres y niños y contra la que la guarnición militar española no disparó y se fue.

La exaltación de algunos era matizada por un militante saharaui ya de edad que, a través del control del megáfono, repetía una consigna mucho más mesurada: “Sánchez, atiende, el Sahara no se vende …”

Mi reflexión, ante una concentración naif y triste, fue que una solución justa, realista y viable -que deseo sin reservas y por la que algo he hecho en estos 47 años transcurridos desde que Hassan II, padre del que hay ahora, se apropió del Sahara aprovechando que España padecía un absoluto vacío de poder porque Franco no acababa de morir ni Juan Carlos no acababa de nacer- es imposible sin la participación y la audiencia del sujeto histórico, político, jurídico y humano, de este contencioso: La ciudadanía saharaui, muchos con su DNI español aún y nacionalidad heredada, que vive en los campos de refugiados gracias a Argelia y a la solidaridad de España y otros y en el Sahara Occidental ocupado por Marruecos.

Ya sé que esa ciudadanía saharaui no tiene peso económico o militar. Pero es el único instrumento que tenemos para que la vida y la convivencia sobre la Tierra se base en actos de civilidad y no en actos de barbarie y de guerra contra los débiles por parte de los fuertes, se llamen éstos Putin, Estado de Israel u otros en cualquier otro momento de la Historia.

Tarde de zombis y luchas