viernes. 29.03.2024

El  arzobispo de Granada, Javier Martínez, ha prologado un libro escrito por la periodista italiana Constanza Miriano 'Cásate y sé sumisa', es el título, tan atractivo como despreciable, de esta escritora emparentada con Pilar Primo de Rivera y cuya visión se hunde en los principios fundamentales de aquel inmovilista movimiento de Falange y del Franco golpista. Un libro-programa para cumplir por la mujer que se casa. Si el recato, la santa pureza, la falda a media pierna y el escote en los ojos debe ser la conducta de la mujer soltera, virgen y mártir, el de la mujer casada consiste en sumar a las anteriores coordenadas, la obligatoriedad de abrir las piernas cuando el macho tenga apetencias de reproducirse sin que ella disfrute de su sexo, y de planchar, cocinar, zurcir calcetines y proporcionar calzoncillos limpios los sábados. Y todo este paquete de cualidades femeninas envuelto en la sumisión por la cual reconocerá que el marido tiene siempre razón en sus opiniones, en sus decisiones porque a ella le está prohibido pensar y tener iniciativa.

Este es el resumen concentrado del pensamiento de la periodista de cuyo nombre no quiero volver a acordarme, concentrado, sí, como un caldo en el avecrém que engaña, que cuece pero no enriquece. Y al frente de sus páginas, el arzobispo que un día dijo que se daba la pederastia entre sacerdotes y chavales porque los chavales sonsacan y excitan al clero. En consecuencia, concluyo porque soy varón y en consecuencia tengo derecho a pensar, los que debían ir a la cárcel son los niños a los que a veces les traiciona una erección por sus pantalones de trece años, o las niñas a quienes se les asoman los pechos por encima de la carpeta azul de matemáticas.

Un señor (entiendan lo de señor) decía en televisión que la iglesia católica tiene derecho a predicar su doctrina sobre la mujer. Doctrina que por lo visto la concibe como una cosa que está en el mueble del salón decorando y en la mesilla de noche por si la viagra pone de pie urgencias inguinales.

No obstante la repugnancia de la reivindicación de ese señor, él tenía razón, aunque uno no comprenda bien la exaltación de María y el desprecio hacia ese misterio que es la mujer. Esa mujer de Nazaret encumbrada como madre, como virgen, como esposa del Espíritu, modelo y arquetipo no se compadece con la visión de talibanes desarrollada a lo largo de la historia. La mujer era la depositaria de la manzana paradisíaca y permaneció irredenta hasta nuestros días. Fue expulsada del paraíso y nunca le fue permitido regresar a él. La mujer sigue siendo la serpiente que imanta al hombre hacia el pecado del sexo porque en el fondo el sexo es el pecado único. La preocupación por los pobres del mundo, el ansia de riqueza, el concubinato con explotadores y dictadores sanguinarios, su amistad con los poderosos… todo es perdonable y ni siquiera es concebido como pecado. Pero el sexo es otra cosa. El hombre ejerce y disfruta del sexo como necesidad fisiológica porque es macho. La mujer es viciosa y su sexo es sólo un llamamiento maldito que arrastra a la perdición. La debilidad de la mujer se vuelve energía malditamente arrolladora cuando de sexo se trata.

De ahí esa misoginia secular de la iglesia católica. Y la forma de alejar la tentación de entrepierna consiste en hacer de la mujer un casi objeto que plancha, cocina, limpia. Es la mujer fairy o philips. Y sólo cuando de traer hijos al mundo se trata cobran valor sus pechos de leche desnatada y uperisada para ese fruto bendito de su vientre.

Escribiendo este artículo me he acordado de mi madre, de mi compañera, de tu novia, de Pilar, de Mar, de Isabel… De ellas, sin apellido porque el nombre se lo puso mi cariño. Y he bajado al trastero a la periodista italiana y al arzobispo de esa ciudad encantada que es Granada. No los busquen. He tirado la llave al Darro.

Sumisión