sábado. 20.04.2024

@jltorremocha | “Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del Todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación”.

Octavio Paz en El Laberinto de la soledad cubrió todos los recovecos para abordar este estado de hombres y mujeres desde que poseen intelecto. El ensayista, poeta, además de Nobel demostró a lo largo de toda su obra la fragilidad humana, el subdesarrollo como especie y nuestras ausencias. Las dudas imprescindibles.  

Sesenta y seis años después del ensayo de Paz, en España la carencia voluntaria o involuntaria de compañía dejó de asociarse al retiro frente al mar o la montaña. Lejos queda la soledad para  inspirarse, tomar aire, renovar objetivos, o formalizar a medias la buscada catarsis. La tristeza va ganando la batalla. Y la amante inoportuna de Sabina, a la que saludaba Rolando Laserie… En este Reino es sinónimo casi exclusivo de desamparo. Tan vergonzante que nos deja inmóviles. 

El pasado 27 de febrero, un matrimonio de edad avanzada fallecía por inanición en su domicilio de Las Palmas. No sirvió el hecho como punto de quiebre para desarrollar una campaña de sensibilización urgente y crear alertas que resolvieran este fracaso como sociedad. Antes de la tragedia – evitable, por supuesto -, impávidos permanecimos.



Pese a algunas informaciones.

El 20 por ciento de la población en España supera los 65 años. Hay un millón y medio de personas de la tercera edad que en sus largos días sólo cuentan con la compañía de sus mascotas, la televisión o la radio. Uno de cada cuatro ancianos sufre desnutrición. Desde el comienzo del último gobierno de Zapatero al aumento de los ciudadanos de la tercera edad, les sigue el desamparo y la indiferencia debido a lo que algunos llaman crisis económica, y otros: estafa.

Hay soledad a raudales en la parte baja de la pirámide de la población española: los jóvenes. Quienes se lo pueden permitir, migran e inician el camino del desamparo. Más de 1.200.000 españoles de entre 18 y 35 años partieron al exilio desde 2008. Algunos llegaron a ciudades tan ajenas como Érfurt o Bergen, y pasaron por miserias similares que sus abuelos no les contaron. Hambre y marginación. Sin posibilidad de regreso, voz, ni voto.

El estoicismo no da frutos. El 54,5 por ciento de los niños que tienen como único sostén a su madre se encuentran en riesgo de exclusión. Cruel soledad.

Sin familiares, amigos, ni colegas, las migrantes  entregan su vida a familias ajenas para mantener a las propias. En soledad crecen sus hijos  a los que mantienen a través de las remesas en la distancia;  o en la cercanía  porque las largas jornadas impiden la conciliación de la vida laboral y familiar. Siempre más llevadera que las ausencias de los Centros de Internamientos de Extranjeros, los CETI o los pasillos del aeropuerto antes de ser ‘repatriado’. Y éstas a su vez, un poco más digeribles que las de los refugiados expulsados de España.

Tal vez nos estemos pudriendo vivos como el militar y su esposa en El Coronel no tiene quien escriba a la espera de la ansiada carta. Y para más desgracia, sin Gabo para relatarlo.

Soledades