jueves. 28.03.2024
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En los artículos anteriores de esta serie hemos hablado de los discursos dogmáticos religiosos y nacionalistas. En las siguientes entregas nos vamos a referir a las formas dogmáticas del relato político, haciendo distinción entre unas y otras, pues, obviamente, no todos los políticos son de discurso dogmático y los que observan ciertos dogmatismos, éstos varían según las ideologías que los sustentan.

Conviene observar una importante diferencia entre los discursos de las sociedades democráticas no autoritarias –las llamadas sociedades libres- y las dominadas, bien por religiones de Estado –Israel, algunos países de religión musulmana como Marruecos o Argelia, u otras religiones, como India o Pakistán-, por dictaduras –China, Corea del Norte, Arabia Saudí- y/o por gobiernos autoritarios aunque resultado de elecciones –Rusia, Brasil, Nicaragua, Hungría, Turquía, Bielorrusia, etc., países todos ellos gobernados por lo que podemos calificar como dictaduras de las mayorías-. Sociedades autoritarias con gobiernos elegidos democráticamente, salvo las dictaduras, que reprimen cualquier protesta contra las autoridades gobernantes.

La diferencia fundamental es que las sociedades libres admiten en su seno toda forma de pensamiento y de creencias, incluso las contrarias al sistema democrático y a las libertades, bajo la única condición de respetar las leyes por las que se rigen –por lo común, una Constitución-, el Estado de Derecho y en general, las normas dadas para regular la convivencia, así como la exigencia del respeto mutuo. En cambio, las sociedades autoritarias, sean o no democráticas, sean o no laicas, prohíben y persiguen, en mayor o menor grado, las ideas, personas o grupos que cuestionen los preceptos que las rigen. Como señala Harari, todos los líderes autoritarios y dogmáticos “hablan con demasiada libertad de eternidad, pureza y redención, como si al promulgar una determinada ley, construir un templo concreto o conquistar algún pedazo de territorio pudieran salvar a todo el mundo en un gesto grandioso” (i).

Entre los años 30 y 45 del pasado siglo hemos visto cómo dos sociedades laicas no vacilaron en eliminar a millones de seres humanos que no comulgaban con sus postulados: la Unión Soviética estalinista y la Alemania del Tercer Reich –las dos trituradoras de carne, como las definió el premio Nobel húgaro, Imre Kertèsz (1) (ii)-; en el caso del nazismo, se añade la deriva de la raza, que causó, como bien sabemos, el genocidio de más de once millones de personas de raza considerada inferior a la aria, de las cuales, según los cálculos más rigurosos, seis millones fueron judíos, y el resto, personas de otras etnias, como la gitana, además de homosexuales, comunistas, polacos y, en general, opositores al nacionalsocialismo. A diferencia del nazismo, que no sólo no ocultó sus abominables crímenes sino que hizo gala de ellos como exaltación del nacionalsocialismo y de la raza aria como superior, el estalinismo tuvo la gran habilidad de ocultarlos y de enmascararlos con un relato de una sociedad de hombres libres, emancipada del yugo capitalista, fruto de la revolución socialista inspirada en Marx y ejecutada por Lenin y, obviamente, por el Oseta de bigotes de cucaracha, como nombró al dictador el poeta ruso Ósip Mandelstam en su célebre poema “Epigrama contra Stalin”, que le costó la vida (2). Discurso que a partir de los años 30 causó furor en todos los partidos comunistas de los cinco continentes y en no pocas organizaciones e individuos de la izquierda –aún hoy, existen grupos que se reclaman de esa tradición-, como ejemplo a seguir en la consecución de una sociedad utópica sin opresores ni oprimidos. Mientras, grandes poetas, filósofos, artistas, disidentes políticos acusados de trotskistas, de anarquistas y/o de burgueses, así como campesinos, obreros y centenares de miles de gentes anónimas, fueron encarcelados o deportados a los gulags, y muchos, ejecutados. Ucranianos y otros pueblos soviéticos eran condenados a terribles hambrunas que causaron la desesperación, la muerte o el exilio.

En referencia al Partido, Orwell lo advirtió en su distopía 1984: “La guerra es la paz. La libertad es esclavitud. La ignorancia es la fuerza […] Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado”(iii).

En una conversación con Philip Roth, Milan Kundera comenta que “el totalitarismo no es sólo el infierno, sino también el sueño del paraíso: el antiquísimo sueño de un mundo en el que todos vivimos en armonía, unidos en una sola voluntad y una sola fe comunes, sin guardarnos ningún secreto unos a otros”(iv).

Al auge que están tomando en Europa, en EEUU y en otros países partidos de extrema derecha de tinte neonazi o fascista, ultranacionalista, xenófobo, racista, homófobo, como bien sabemos y hemos mencionado, se ha extendido en los últimos tiempos la llamada hipótesis Duguin, así denominada por ser su autor Aleksandr Duguin, teórico ruso de las relaciones internacionales, y al parecer, el filósofo preferido de Putin. A la dicotomía izquierda/derecha, Duguin opone identidad, soberanía y prosperidad económica para los países, señala Esteban Hernández (v). Pero, a diferencia de la solución británica del Brexit, Duguin defiende una Europa unida con un ejército fuerte capaz de defender su soberanía; pero no la Europa tal como está concebida bajo la UE, sino un modelo europeo próximo a Rusia. De ahí que sus ejemplos a seguir sean Hungría o Polonia y especialmente la Italia de Salvini, además de la propia Rusia y todos los demás países que han optado por soluciones nacionales y nacionalistas frente a liberalismo (el Brasil de Bolsonaro, la Turquía de Erdogan, Netanyahu en Israel, Modi en la India, Johnson en Reino Unido…) Otro de los ideólogos de estas tesis es Florian Philippot, antiguo miembro del Frente Nacional de Marine Le Pen. Italia sería el laboratorio de la hipótesis Duguin por la unión del populismo de derecha de la Lega representado por el ministro Salvini y el partido antisistema Cinque Stelle de di Maio cuando ambos formaban coalición de gobierno. Tras la estrategia del político italiano están los otros partidos de extrema derecha como Fratelli d’Italia o Forza Italia de Berlusconi; estrategia auspiciada por el ultraderechista estadounidense Steve Bannon y, obviamente, el mismo Donald Trump, estrategia de la que Vox tampoco es ajeno. El mundo nos roba, o Bruselas nos roba, son algunas de las consignas bajo las cuales se movilizan estas fuerzas  reaccionarias contra las democracias occidentales representadas en la Unión Europea. “En Europa estamos asistiendo al triunfo de una suerte de Tea Party”, afirma Hernández, que finaliza recordando lo ocurrido en la Europa de los años 30 del siglo pasado: “nuestras instituciones cada vez se parecen más a las del Imperio austrohúngaro en la época de su final, con ese desprecio por la realidad, su formalismo y su incapacidad para pensar de otra manera” (vi).


(1) Imre Kertèsz: Sin destino. Acantilado, 2011
(2) Recomendamos la lectura de la novela cuya autora es la viuda de Ósip Mandelstam, Nadiezhda Mandelstam: Contra toda esperanza. Memorias. Acantilado, 2017
(i) Harari, H.: 21 lecciones para el siglo XXI. Debate, 2019, p. 238
(ii) Imre Kertèsz: Sin destino. Acantilado, 2011
(iii) Orwell, G.: 1984. Debolsillo, 2018
(iv) Roth, P.: ¿Por qué ecribir? Ensayos, entrevistas y discursos (1960-2013). Random House, 2018
(v) Hernández, E.: El final de la hipótesis Dugin y las lecciones que nos está enseñando Italia. En: [https://blogs.elconfidencial.com/espana/postpolitica/2019-08-11/salvini-duguin-trump-globalizacion-ue-alemania_2172487/] (Consultado: 12/08/2019)
(vi) Id.

Sociedades libres frente a sociedades autoritarias