viernes. 29.03.2024
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Un flagelo que suele azotar a la humanidad es la indiferencia social, y cuando hablamos de esta apatía debemos tener en cuenta que tiene una connotación distinta en cuanto desde que lugar se de. En Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina, son muy asiduos los informes desde el Ente municipal con respecto a la realidad que viven estas personas en situación de calle, sin embargo, los hechos que viven a diario de exclusión y de discriminación contrastan con esa preocupación teórica. La credibilidad se construye sobre la base de las promesas cumplidas, los gobiernos y las personas de a pie se han comprometido con el paso de los años a aliviar ese gran problema que acoge a un gran número de desahuciados en la ciudad. Pero parecen moverse en distintos planos, las más de doscientas personas que hoy transitan por esta triste realidad de no tener un lugar donde vivir hacen de la ciudad una postal apocalíptica que por momentos da pavor.

Es cierto, se han formado desde la Secretaría de Desarrollo Social las oficinas móviles ubicadas en la plaza de Av. Luro y 14 de Julio, hay paradores en donde pueden pasar las noches, la atención en la calle y los proyectos de integración social ayudan, pero no logran la finalidad deseada. El objetivo debería trazar un nuevo norte y este sería el de abandonar las calles definitivamente porque no son un buen lugar para vivir. Haciendo un paralelismo a los comedores barriales (donde también es asidua la presencia de gran parte de estos ciudadanos) y de la ausencia del estado, podemos entender que la utopía sería que estos comedores no existiesen y que las familias que allí asisten puedan tener sus hogares y sus sustentos económicos propios. La falencia a mi entender radica en que estas políticas pensadas como paliativos se han convertido con el paso de los gobiernos en una herramienta de control, no hay una visión de fondo de terminar con esta problemática. Esta misma analogía se da también con las personas en situación de calle, los paradores se convirtieron en asilos de delincuentes, y allí se explica la poca cantidad de personas que optan por estos lugares de resguardos. Lo sé porque he trabajado desde la iglesia con estos grupos de contención y pude ver que son más de lo mismo, desde la atención de los trabajadores sociales que allí se desempeñan hasta las personas que allí asisten con la única finalidad de sobrellevar las noches.

Las normativas acerca de la comida sobrante de los locales también conforman parte de un ovillo que de a poco debe soltarse y que debe transparentar cada uno de los puntos débiles del sistema. Hay algo que me sorprende es que cierta facción de estas personas a pesar de tener la posibilidad de dejar las calles no lo hacen, hay algo que los mueve y que los ata a la carencia. Los que recorremos la ciudad podemos notar infinidad de trapitos en las distintas calles, se podría decir que hay un circo en cada esquina, los semáforos en Mar del Plata se han convertido en una cuna de artistas que intentan, aunque sea por efímeros instantes respirar un aire distinto.

Vivir en la calle, una radiografía social que resalta la inoperancia del estado, ¿por qué como individuos nos rasgamos las vestiduras cuando nos referimos a este grupo de personas que nada tienen, pero nos cruzamos de vereda cuando vemos que se encuentran recostados delante de nuestro camino?, ¿estos individuos votan? Hay muchas preguntas, pero pocas respuestas.

Es un país que se jacta permanentemente de buscar una redistribución de las riquezas dando a personas que no trabajan sueldos que salen de los impuestos que pagan las personas económicamente activas. Se ha formado un laberinto al que nadie quiere entrar, ¿para qué trabajar si el dinero se irá hacia otro lado?, ¿por qué no seguir en las calles? Estas son algunas preguntas que muchas veces me hicieron personas que hemos asistido desde la acción social de la iglesia a la cual asisto, niños que no tienen familia y que han decidido criarse solos, según sus propias palabras, en la jungla de cemento.

Hay infinidad de aristas, tantas como individuos que hoy transitan por esta realidad. Si viéramos esta problemática como un iceberg, la punta sería la persona sentada en la puerta de alguna iglesia o durmiendo dentro de un cajero automático. Eso solo sería el diez por ciento del cuadro, debajo de las aguas de la desesperación hay un noventa por ciento que encierra la parte más oscura de esa postal, las adicciones, la falta de voluntad para ir a los paradores, la falta de oportunidades, el frío polar, la violencia y los abusos sexuales. Para ellos hay un Dios que los abandonó, que los ha dejado librados al azar de una suerte que siempre les es esquiva. No hay una visión de futuro para ellos, solo existe el vivir el día, pero con una connotación muy distinta al Carpe Diem de la Sociedad de los Poetas Muertos, mucho más por supervivencia que por superación y disfrute.

Así como dije que había muchas aristas, debo también confesar que la raigambre del problema de las personas en situación de calle radica en que como individuos se sienten fuera de un sistema. Si hilo muy fino, podría entender que los desplazamientos de individuos dentro de una región (desplazados internos) o la huida de grandes masas de refugiados que trasvasan las fronteras en distintas partes del mundo también fueron debido a este sentimiento original de dejadez y desamparo. Hay en el mundo, y Mar del Plata no está exento de ello, una visión capitalista del individuo y de su capacidad de trabajo, el que no genera que no coma. A pesar que es una problemática visible desde los medios, no lo es tan visible desde los estratos de poder más enquistados. La conciencia social todavía está regida por los estereotipos de pertenencia, de poco vale la vida de aquel que no comparte el estado de bienestar común. La situación de calle puede ser para muchos algo excepcional, algo de lo que nunca seremos parte, son parias, personas sin rumbo. Pero lo cierto es que son el reflejo sobre un espejo que nos molesta como sociedad, es sencillamente la madre de todos los males, y sobre eso hay que seguir trabajando.

Situación de calle, la madre de todos los males