viernes. 19.04.2024

Uno de los libros, que más me ha impactado en los últimos tiempos es La manada digital. Feudalismo hipertecnológico en una democracia sin ciudadanos, de Josep Burgaya. El título es suficientemente explícito.  Sobre algunas de sus reflexiones me basaré en las líneas siguientes, con algunas aportaciones de otros autores, así como personales.

Las redes sociales y el mundo digital están cambiando nuestra economía y nuestra sociedad. Y a los seres humanos. Unos cambios vertiginosos, radicales y difíciles de digerir. Y todo ello se produce sin que se haya habido una elección voluntaria y consciente por parte de la ciudadanía. Nuestra libertad está siendo coartada, ya que nos hemos convertido en unos seres previsibles, programables e intercambiables. Llama la atención la naturalidad con que gran parte de la ciudadanía estamos aceptando estos cambios tan trascendentales. Hay muchos aspectos del mundo digital que nos recuerdan el oscurantismo medieval y el retorno de relaciones de sometimiento y dominio, casi de vasallaje, como en el mundo feudal. Nuestra entrega y sumisión a las grandes empresas tecnológicas no tiene parangón. El mundo plácido, sin fricciones que nos han vendido los apóstoles de la tecnología digital, no es nada atractivo, sino auténticamente aterrador. La cultura del Silicón Walley pretende y lo grave es que lo está consiguiendo, meternos en una camisa de fuerza digital, que, si no lo evitamos, nos conducirá a una distopía totalitaria, bajo el señuelo de la eficiencia, la trasparencia, la colaboración y el progreso, e incluso de mejora de la democracia.

Reinaldo Spitaletta en su artículo La globalización de la soledad, "Hoy, en la ya decadente posmodernidad, la soledad del hombre se agiganta" . Se busca compañía en la engañosa virtualidad. Y una relación que se ha envilecido y vuelto insignificante, la amistad, se lleva a la máxima expresión del vacío en los 5.000 amigos que puedes tener en Facebook

El éxito del invento de Zuckerberg, el cual cuando creó el primer prototipo de plataforma además de informática estudiaba psicología, consiste en haber entendido necesidades humanas muy profundas, como la de no sentirse solo nunca (siempre hay alguien en el planeta que puede ser amigo tuyo) y vivir en un mundo virtual donde no hay dificultades ni riesgos (no hay discusiones, las rupturas son sencillas y pasan rápidamente al olvido, todo es infinitamente más soportable que en la vida real), advertía Zygmunt Bauman. La soledad, que en otros ámbitos era una conquista para la creación y el pensamiento, en el capitalismo se tornó una mercancía más.

En el mundo digital no se dialoga, ya que frecuentemente nos parecemos a dos perros separados por una valla, ladrando y enseñando los colmillos con una virulencia feroz

Las redes anti-sociales además de fomentar la agresividad y la irresponsabilidad de los comentarios, tienen el efecto nocivo de generar el efecto-túnel, de instalarnos en una burbuja, según la cual solo nos comunicamos con determinadas personas, con las que compartimos un sentido de comunidad-grupo; y para no ser expulsados apostamos por expresar determinadas opiniones plenamente enmarcadas dentro de él.  Sin saber cómo en las redes solo nos comunicamos con los que piensan como nosotros.

En las redes hay dos comportamientos: comentarios negativos y ofensivos contra todo aquel que no forma parte del grupo, y apoyo sin fisuras a la propia congregación. Por ende, no tienen efectos democratizadores, ya que se van cerrando los espacios en los que se contrastan opiniones, con lo que ello implica de transigir, ceder, compartir y pactar. En los encuentros presenciales, cara a cara, aunque haya grandes discrepancias, implican la asunción de un cierto grado de transacción y de diálogo. En las redes practicamos una relación basada en un monólogo permanente. Lo que nos llega nos reafirma en nuestra opinión. No hay matices ni posibilidad de mutar de pensar. Para cambiar de opinión hay que cambiar de grupo. Por lo tanto, el entorno digital no refuerza la democracia, ya que no hay contraste de pareceres. La democracia es la gestión de las diferencias, no es un espacio donde se impone la unanimidad. En la democracia hay disidencia, en el mundo digital solo enemigos a combatir y condenar, cuya máxima representación es el linchamiento.

En las redes además se produce una perversión, y especialmente en las que inducen teóricamente a la comunicación y el debate de ideas como Twitter: todas las opiniones valen lo mismo. Se tenga o no criterio sobre un tema, se produce un igualamiento, una estandarización de las entradas equiparándolas todas al nivel cognitivo y expresivo más bajo. Los mensajes son como armas arrojadizas, pero sin posibilidad alguna de comunicación. Donde se pueden decir todo tipo de majaderías, como un buen paradigma tenemos la ínclita Isabel Díaz Ayuso. Mas da igual, cuantas más majaderías expone más la votan. Este el nivel de degradación al que ha llegado la política actual.  El semiólogo y novelista italiano Umberto Eco en una conferencia en Turín dijo: “El fenómeno de Twitter es por una parte positivo, pensemos en China o en Erdogan. Hay quien llega a sostener que Auschwitz no habría sido posible con internet, porque la noticia se habría difundido viralmente. Pero por otra parte da derecho de palabra a legiones de imbéciles”. Además, que hay un porcentaje desconocido de cuentas falsas/spam, circunstancia que ha paralizado de momento la compra de Twitter por parte de Elon Musk.

Están desapareciendo los espacios públicos. Ámbitos en los que nos encontrábamos con opiniones diferentes a las nuestras, las cuales nos podían sorprender y modificar nuestro punto de vista. Leer un periódico, aunque fuera el más acorde con nuestra ideología, implicaba observar noticias o artículos de opinión contrarios a nuestro pensar. Suponía un enriquecimiento. Leer un artículo de periódico requiere tiempo, subrayarlo y reflexionarlo. Pero hoy vivimos en un mundo acelerado.  Hoy, las selecciones “personalizadas” de noticias y artículos a los que accedemos a través de Google o de enlaces procedentes de nuestros grupos en las redes, no permiten una apertura de miras. No hay contraste. Nuestras consultas están teledirigidas y son monocromáticas. La pérdida de matices nos inclina inexorablemente a posiciones extremas más que a moderadas, sobre todo en política, aunque no sólo.

En las redes conviven actitudes agresivas que quizás tiene poco ver con nuestro yo real, con actitudes de autocensura para no ser víctima de los inquisidores de la corrección política y también para seguir formando parte del grupo. El comportamiento en internet nos podría inducir a tener en muy baja consideración la especie humana. Predomina la falsedad y la actitud de energúmeno, mientras una parte de los participantes disfrutan con el papel de inquisidores, persiguiendo a aquellos pensamientos que piensan deben desaparecer.

Juan Soto pone sobre la mesa el odio artificial que se gasta en las redes, haciendo hincapié en todas aquellas personas que por sus mensajes podrían ser tachadas de «infames», «psicópatas» o «inmorales». El tema no es tan sencillo de analizar cuando descubres que las redes enmascaran al verdadero individuo. Y se pregunta: ¿somos tan cabrones como parece por las redes sociales? Su respuesta y seguramente la nuestra es que no.  El aparente anonimato nos induce a comportamientos muy improbables en vivo y en directo.

En el mundo digital no se dialoga, ya que frecuentemente nos parecemos a dos perros separados por una valla, ladrando y enseñando los colmillos con una virulencia feroz, prestos a arrancarnos la carne si no mediara una barrera. Ocurre lo mismo que cuando tomamos el volante del coche, o nos sentamos en una grada de un campo de futbol a presenciar el partido de nuestro equipo, del que somos forofos. Nos transfiguramos. En realidad, nos creamos identidades diversas, y la que usamos en las redes no es ni de lejos la mejor.

La incapacidad de desconectar, ya es una enfermedad que va a más, y que puede ser pandémica

Este es un mundo donde no caben matizaciones ni reflexiones complejas, sino tomar partido, afirmación de verdades dogmáticas y persecución del disidente sobre el que volcamos toda nuestra ira para escarmentar ideologías y culturas diferentes.  El señalado es un monstruo con el que no hay piedad alguna. En Twitter no se pide perdón, pues sería reconocer nuestra culpabilidad y justificar el insulto y la descalificación. Los defensores de la Verdad no se limitan a expresar su opinión, sino que señalan al culpable, empujando que otros sabuesos sigan la cacería.

Las shitstorms, «tormentas de mierda», término usado por Byung-Chul Han en su libro En el enjambre, o los linchamientos digitales, son una avalancha incontrolable de pasiones, que no sirven en absoluto para construir una esfera pública.  Estamos ante un jurado, en el que no se pueden aportar pruebas, ni hay posibilidad de defensa. Ese clima de confrontación siempre beneficia a los que manejan ideas simples y definitivas. De lo que se trata es de imponer un discurso hegemónico.

En definitiva, ese discurso falso de “justificador” y “moderno” sobre las redes lo único que persigue es ocultar que es un gran negocio. Como señala Daniel Innenarity en su libro La sociedad del desconocimiento, internet es más un bazar que un ágora. El negocio de elaboración de perfiles lo atestigua. Las redes son un gran mercado de información acerca de los hábitos y gustos de los consumidores, un continuo sondeo de marketing.

Las opiniones, los gustos, los deseos y la propia localización de los usuarios son almacenados pacientemente por una serie de empresas que los convierten en propiedad privada. Al proporcionar nuestros datos, incrementamos el valor de las empresas que nos ofrecen sus servicios de una manera aparentemente gratuita. Nos engañan al creer que somos nosotros los que mandamos. Los efectos altamente perniciosos son evidentes.

Por primera vez en la historia un grupo reducido de personas, como Bill Gates, Mark Zuckenberg, Jeff Bezos, Elon Musk o el fallecido Steve Jobs, tienen la capacidad de dominar el mundo, sin contar con los gobiernos o los parlamentos de países ricos y pobres. Las secuelas de tal dominio son gravísimas para la sociedad, y, sin embargo, no surge la más mínima protesta, todavía más, son voluntariamente aceptadas con absoluta irresponsabilidad y hasta con regocijo por la ciudadanía en general.

Y esos grandes emprendedores saben perfectamente que los impuestos públicos posibilitaron la financiación para conseguir internet, sin el cual sus extraordinarias ganancias no existirían. Mariana Mazzucato en El Estado Emprendedor, muestra que muchos avances tecnológicos no se originaron en arriesgadas inversiones privadas, sino en cuantiosas inversiones públicas de las que los economistas no hablan. Se fija en el Ipad de Apple, que debe su «inteligencia» al gasto de EEUU en la carrera espacial. Por eso, cuando en 2013 Apple repartió dividendos para sus accionistas, Mazzucato argumentó que los contribuyentes estadounidenses poseían más derechos que los accionistas.

Conviene no olvidar que las empresas tecnológicas las más capitalizadas del mundo, en cambio crean pocos empleos. Son también auténticas máquinas de fraude fiscal, lo que no impide que sus ejecutivos practiquen la filantropía. Aunque se autoproclaman garantes de la libertad de expresión, colaboran con dictaduras si eso les reporta beneficios económicos.

Toda la ingente literatura sobre las posibilidades de interconexión de las redes, no es más que una justificación por habernos creado una necesidad que nunca se había producido en toda la historia de la humanidad y que, en realidad, no nos aporta ningún valor añadido a nuestras relaciones personales o profesionales, sino todo lo contrario, nuevas obligaciones y una servidumbre voluntaria, como describió Étienne de La Boétie.

Es paradójico que todos estamos dispuestos a entregar nuestra alma, en una especie de striptease psicológico, en ansias de notoriedad a compañías privadas que, nunca, lo haríamos a gobiernos o instituciones. Uno de los engaños más importantes de las redes es que contribuyen al empoderamiento ciudadano y ser un instrumento del cambio social.  En absoluto. Ni derrocan tiranías, lo hemos visto en las primaveras árabes, ni crean nuevas formas de democracia participativa.

Lo que sí está claro que generan grandes dosis de ansiedad. La incapacidad de desconectar, ya es una enfermedad que va a más, y que puede ser pandémica. La ITSO (Inability to Switch Off) afecta a adultos, pero especialmente a niños, adolescentes y jóvenes que buscan en las redes el afecto, la atención y la autoestima que no alcanzan en el mundo real.

Además de otras patologías. Luis Arenas en su libro Capitalismo cansado. Tensiones (Eco) políticas del desorden global señala que, en un estudio de la Universidad de Middlesex, hay un alto porcentaje de jóvenes varones que creen tener derecho a sexo en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier modo y con cualquiera que lo deseen: es decir, creen tener derecho al sexo bajo el formato exacto en que se lo ofrece la pornografía digital.

Por ende, según apunta Mónica del Real, jefa de Violencia de Género de la Delegación del Gobierno de Aragón: "Esa pornografía digital hace que tengan visión del sexo muy distorsionada, en la que la mujer tiene que estar dispuesta siempre para hacer cualquier cosa y sin poner ninguna pega". Conoce casos en los que "ella no quiere hacer algo, él se viene arriba y le suelta dos guantazos". Los médicos y psicólogos nos avisan de que a sus consultas llegan casos de graves trastornos de control sexual por causa de la pornografía en internet en niños de apenas doce años.

Servidumbre voluntaria en las redes antisociales