jueves. 28.03.2024
sardana

Para mi gusto  “Angelina”, como mi madre y una hermana es la sardana más briosa y con más dulce y enérgica musicalidad. Hay algunas fases en que las tenoras lo dan todo de forma tan melódica. Mi padre, que pensaba sin decirlo que el pasodoble era el centro de gravedad del universo musical, decía que “Angelina”, metiéndole un meneillo al tempo, podía ser un magnífico pasodoble. En estos casos, lo más probable es que le cayera un “qué cosas tienes, Manuel …”, de parte de su señora.

 Este pasodoble, perdón, esta sardana, “Angelina”, evoca momentos de mi tardía infancia y adolescencia en aquella Colonia Artigas, -obra muy probablemente de un indiano de principios del XX, pues la plaza se llamaba de los Andes, mi calle era Chile y Artigas era el Libertador del Uruguay- de finales de los 50 y arranque de los 60. En el barrio teníamos un equipo de futbol que estaba en 3ª División Regional, ahí es nada. Se llamaba -no sé si sigue vivo- Club Deportivo Artiguense y competía con el Badalona, el Adrianense, auténticos derbys, el Gimnástico de Tarragona, el Martorell o el Manlleu.

El Club Deportivo Artiguense y su “estadio”.

El C.D. Artiguense tenía campo propio. Se llamaba, de modo un tanto exagerado, “Estadio Jaime Estapé”. Estaba en el espacio que hoy ocupa el barrio de San Roque, junto a la fabriqueta y tocando a la carretera nacional II de Madrid a La Junquera. El “estadio” era chiquito, como es óbvio, pero coqueto, Por tener tenía hasta palcos y desde ellos podías darle unas palmadas de ánimo a algún jugador -Julio, Carmona, el Pedrito- cuando sacaban un fuera de banda. Eran muchachos del barrio que trabajaban en algún taller o carbonería. Tenía el “estadio” hasta un bar que lo gestionaba el Ramón Mateu, del Barça hasta los tuétanos, que era a su vez el dueño del bar de la carretera situado casi enfrente del bar-estanco del señor Pepito donde yo hacía de pinche los fines de semana desde los 13 años. El Ramonet y la Mercé, hijos de Ramón, ayudaban en la gestión del bar del “estadio” que, recuerdo, tenia un problema estructural: Estaba situado encima de una de las porterías y cuando chutaban fuerte y alto en esa dirección el destrozo de vasos y botellas podía ser notable; de hecho, alguna vez ocurrió. La Mercé Mateu era muy simpática, muy dinámica, como la madre. Se casó con el Oscar, uno bajito y muy salado, de la cuadrilla del Tito Pepe, del Pepito, del Eladio, del Barrachina … Por cierto, el padre del Oscar era el señor Víctor; bajito también, con el pelo blanco blanco. Paraba en el bar del  señor Pepito no en el del Ramón Mateu (ni el concepto de competencia  entre bares existía). Hablaba sólo catalán y destilaba mala leche a nivel industrial. A mí me tenía aterrorizado. Me decía sin hacerle yo nada, “ros de mal pel, que ets un xarnego mal parit …”. Un día, el señor Pepito, que debía tener 30 apellidos catalanes, lo encaró y desde la barra le gritó al nota, que estaba sentado en una mesa de mármol, en un catalán rotundo y claro, para que lo oyera todo el mundo: “Víctor, cojones, deja en paz al chiquillo, que tú naciste en Murcia y nadie te dice nada …” (en catalán sonó mejor pero se entendería menos ahora). El señor Víctor se engurruñó en la silla y yo me vine arriba. Algún cliente habitual -todos lo eran- asintió a la filípica del señor Pepito con un “ja está be, home, ja está be …”

Y el señor Víctor no me volvió a insultar nunca más.

El San Roque y mi amigo Valentín.

Ah, se me olvidaban dos cosas que creo importantes:

  1. El barrio de San Roque, donde originariamente estaba el “estadio” del Artiguense, se empezó a configurar al inicio de los 60 con la construcción acelerada de pisos muy baratos, y muy feos, para alojar a cientos de familias gitanas remanentes del histórico chabolismo en el Somorrostro -la patria mágica de Carmen Amaya- y en Montjuic, porque al parecer tenía que venir Franco a Barcelona y no querían que viera esos remanentes de miseria. Aquello fue un choque civilizatorio a pequeña escala. Eran alegres y ruidosos, claro. Había un señor mayor, siempre de pana, con su cayado y su sombrero, que todo el mundo respetaba y veneraba pues era, al parecer, “el rey de los gitanos”. Venía, junto con su señora y profusión de parientes grandes y chicos, al bar del señor Pepito. Un hombre preparado, cabal, educado, buen conversador y atraía con él al bar a gran cantidad de nuevos venidos al barrio que, frente a los pipas habituales que con un café y la garrafita de agua gratis ocupaban la tarde y una mesa, hacían gasto de verdad, y eran muchos. En el barrio había una inevitable hostilidad al principio. Todo era culpa de los gitanos. Una noche de sábado, dos hermanos gemelos que había en el barrio que eran falangistas, con su pelo bien estirado hacia atrás y abrillantinado, sus bigotitos, salieron uniformados con carruajes y todo, “ a darle una lección a los gitanos”, (se corrió la voz por el barrio de que iban armados). Se adentraron por la reserva gitana los “hermanos mortimer…". Nadie sabe que pasó pero los tipos no salieron nunca más a dar lecciones a nadie… Como personajes destacados oriundos del San Roque permítanme citar a Jorge Javier Vázquez, director de “Sálvame”, el programa estrella de debate de Tele 5; a mí este chico me cae muy bien porque siempre recuerda sus orígenes humildes y porque es de izquierdas y no le duelen prendas en declararlo. No sé con certeza si el padre o la madre, o ambos,  del gran Miguel Poveda vivieron el San Roque. Lo que sí creo es que un abuelo suyo tenía una barbería en la calle Balmes de Artigas; era la barbería del señor Poveda y trabajaba en sana y amistosa competencia con otras dos, la del señor Olivares, abuelo de la actriz Melania Olivares, y la de un señor serio de Lérida que había junto al bar-estanco cuyo nombre no recuerdo.
  2. El responsable y portador del botiquín, y masajista, del C.D. Artiguense, cuando yo era poco más que un niño, era José Valentín Antón, Valentín para todos; simpático y servicial donde los hubiera. Con el paso de los años nos encontramos en la brega antifranquista por las libertades y el sindicalismo democrático. Él llegó a ser secretario general de la UGT de Catalunya en la reconquistada Democracia, militante del PSC, agregado laboral en la embajada española de Chile. Y lo más importante para mí, compañero y amigo por encima de diferencias funcionales; una amistad que llega hasta hoy aunque no la frecuentemos tanto porque la salud de Valentín está un poco quebrantada. Los cariños y respetos que hunden sus raíces en el barrio no mueren nunca, querido Valentín.

El brío de “Angelina” y el catalanismo del señor Estapé.

Vamos concluyendo. El que daba nombre al “estadio” del C.D. Artiguense era un señor de verdad en todos los sentidos. El señor Jaime Estapé era un hombre esbelto, con traje, abrigo y sombrero impecables, educado, nada prepotente pese a que resultaba evidente que tenía poderío para la época, pues el C.D. Artiguense y su “estadio” le eran de propiedad.

El señor Estapé venía al bar del Pepito. Los domingos que había partido venía muy elegante; me pedía atentamente su café, su copita de “Carlos III” y un puro bueno, que podía ser una “breva de Álvaro” o un Montecristo. Una vez me dijo con discreción  mi amigo Pepito, el hijo del dueño del bar, y hermano de la inolvidable Tieta Antonia, que el señor Estapé había tenido problemas con la policía por la cosa catalanista y que era un gran hombre.  No me enteraba mucho pero hacía que yo admirara y respetara más a aquel señor de un estrato social más bien remoto al mío.

Yo iba al “estadio” algún domingo porque a la hora del partido ya no había faena en el bar y el Pepito me daba el carnet y el abono del palco, el número 6. Total, que antes de empezar el partido, a la media parte y como despedida al acabar, el señor Estapé, es un decir, metía por los altavoces del campo, a tope de volumen, “Angelina”, una sardana que, además de ser tan bella y tan briosa, no estaba prohibida como “La santa espina” y otras. Aquello era una delicia, que atronara una música que me encantaba y que debía ser la forma que tenía el señor Estapé de manifestar que a Catalunya nunca podría el fascismo borrarla  del mapa  de nuestro cariño. Ante aquel derroche de “Angelina” la mayoría de la gente asumía con gusto, algunos aplaudían, se podía oír algún tímido “visca Catalunya” … Pero justo a mis espaldas, en las gradas de general, había un grupito  que desaprobaban con gestos y comentarios tanta “Angelina”. El animador del grupito era un señor bajito -como la mayoría entonces-, guapete, bien peinado, con bigotito, que había estado en Rusia con la División Azul, y le habían dado una medalla y un diploma. El señor en cuestión, que se llamaba Pepe también, era el padre del mejor amigo que tuve en la vida.

“Angelina” y el señor Estapé