miércoles. 24.04.2024
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Arzobispo de Oviedo. Jesús Sanz Montes

Don Jesús Sanz, arzobispo de Oviedo ha publicado el pasado domingo un artículo, “Hombre y mujer los creó” en que, como es habitual en él, condena al feminismo. Pero lo hace, también como de costumbre, malinterpretándolo, yo diría que deliberadamente, para poder rechazarlo pues no creo que un hombre de sus conocimientos y cargo pueda desconocer de esa manera una de las grandes corrientes del pensamiento de nuestro tiempo.

Reconoce que “durante demasiados siglos se ha impuesto una visión del mundo desde la óptica masculina. Esta concepción monocolor y excluyente, de índole “machista” ha sido pobre y empobrecedora e injusta”. Según él la visión feminista cometería el error contrario.

Empecemos aclarando que durante milenios se ha desarrollado un sistema de relaciones de opresión basadas en el sexo que somete y discrimina a las mujeres y desarrolla un conjunto de roles, expectativas y conductas culturalmente determinadas: lo femenino y lo masculino, para que cada uno de los sexos adquiera un comportamiento que contribuya a mantener el sistema y en el que la mujer lleva siempre las de perder. A eso se le llama patriarcado, un sistema que va cambiando pero que tiene una gran resistencia. No es lo mismo el patriarcado en Arabia Saudí que en Asturias, en el siglo XVIII que hoy, como no es lo mismo el cristianismo de las Cruzadas que el del Papa Francisco.

Nos referimos con el “machismo” a aquellas conductas despreciativas o vejatorias hacia las mujeres. Así todos vivimos en un sistema patriarcal pero no todas las personas son machistas.

La cita que hace de Guitton “la mujer posee la llave de nuestros abismos, es capaz de perderlo todo o de salvarlo todo” nos lleva a la inmediata asociación de ese par, tan querido al pensamiento conservador, de Eva que induce al pecado frente a María que lo redime.

No hace falta ser creyente para maravillarse de la pobreza de pensamiento de tantos hombres religiosos que olvidan las numerosas mujeres que la Biblia nos da a conocer: Judith, Noemí, Ruth, Sarah, Agar, Rebeca y tantas más, modelos valiosos de “mujeres fuertes”.

De la misma forma que aún hoy cuando leen el Evangelio, siguen sin ver que Jesús se rodeaba de discípulos y discípulas y cómo Cristo resucitado se aparece primero a María Magdalena y María Cleofás quienes se encargan de dar la “buena nueva”, es decir de hacer el primer apostolado. Tres siglos después decidieron, respondiendo a su época, que los varones eran los Apóstoles y ellas quedaban ocultas en lo de las “santas mujeres”. Tal ceguera interesada hoy, es bastante sorprendente. Afortunadamente hay en todas las religiones del “libro” mujeres teólogas que están releyendo su propia historia y eso Señor Arzobispo es feminismo.

Cuestiona a Guitton porque “extraña su (de las mujeres) irrelevancia explícita en la marcha de la historia, o tal vez explique el injusto acoso y arrinconamiento que ha sufrido por parte del hombre”.

Es cierto que cuando los destinos de los pueblos se determinaban por la guerra y la fuerza era la llave al poder, las mujeres eran irrelevantes, pero cuando era la diplomacia y el desarrollo de la vida lo que primaba, conocemos una larguísima genealogía de mujeres que tuvieron un papel decisivo en la historia.

Incluso en una institución tan patriarcal como la Iglesia, hay un buen número de abadesas, en todos los países, extraordinariamente importantes en el transcurrir de su tiempo. Y cuando los varones que ocupaban la jerarquía de esa Iglesia la hundieron en la corrupción, la simonía, el nepotismo y el crimen en la lucha por el poder, mujeres como Catalina de Siena o Teresa de Ávila -ambas consideradas santas- encabezaron, cada una en su época, los movimientos para volverla al buen camino.

Estoy segura que analizando la esclavitud el señor arzobispo no se atrevería a considerar simétricos en el error a quienes defendieron ese sistema -y a quienes aún hoy desarrollan el apartheid, el racismo estructural- frente a quienes combatieron ese crimen contra la humanidad que la esclavitud y el racismo suponen defendiendo que todos los seres humanos somos iguales.

¿Por qué entonces ese empecinamiento en tergiversar el feminismo? Repasemos cuales han sido sus objetivos y su práctica lo largo de los tres siglos de su historia.

Hay una primera etapa centrada en el derecho a la educación y al conocimiento. Las feministas que lo demandan y los pocos hombres que las apoyan se encuentran una oposición tenaz. Todavía hoy las tasas de analfabetismo y los años de escolarización, arrojan un saldo muy desfavorable para las mujeres en muchos lugares del mundo. Aún no hemos alcanzado esa meta.

Después viene la lucha por el sufragio como instrumento para influir en las leyes que permitieran cosas como el acceso a empleos dignos, a la universidad, a la herencia, a manejar sus propios recursos, a la autonomía personal, a la propiedad, a no someterse a un matrimonio impuesto, a la patria potestad, a alquilar un piso o abrir una cuenta bancaria y un largo etcétera. En resumen, el acceso a los derechos civiles y políticos.

Y a pesar de los avances conseguidos por el feminismo, de nuevo lamentamos que en el mundo demasiadas niñas sean obligadas a casarse, demasiadas mujeres no puedan decidir libremente sobre sus vidas, demasiadas sufran ablación genital, puedan ser encarceladas por conducir un coche o leer un periódico, y padezcan todo tipo de opresiones bajo el manto de leyes injustas.

El último medio siglo las reivindicaciones feministas dieron un paso más, intuyo que son éstas las que condena el Arzobispo de Oviedo, siguiendo la estela de los hombres de Iglesia que, antes que él, se opusieron a las anteriores demandas.

Las feministas conseguimos que las mujeres pudieran acceder a los puestos de trabajo prohibidos; hoy podemos ser jueces, médicas, militares, ejecutivas, notarias, presidentas, alcaldesas, conductoras de autobús o metalúrgicas; aún no podemos ser sacerdotes u obispas en la Iglesia Católica, pero ya se ha conseguido en la Anglicana. Exigimos respeto a nuestra dignidad, y a nuestra integridad física y que las leyes lo respalden castigando la violación, el abuso sexual, la trata y la violencia contra nosotras. No entiendo que ninguna de estas demandas implique violencia contra los hombres. De hecho, afortunadamente millones de hombres las apoyan.

Hay un asunto sobre el que no tendríamos acuerdo: el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo y por tanto a la interrupción voluntaria de un embarazo no deseado. Pero el feminismo no se queda ahí, demandamos la extensión de una coeducación afectivo-sexual que prevenga los embarazos no deseados y propicie una relación más sana e igualitaria y de mutuo respeto entre adolescentes y jóvenes.

Respeto a quienes no consideran admisible el aborto (cierto que me gustaría un poco más de caridad en su actitud), incluso sabiendo que es algo que también ha cambiado históricamente, pues durante siglos se admitió el aborto en los primeros meses del embarazo porque se consideraba que el alma aún no había entrado en el feto. Tomás de Aquino pensaba que en los niños se formaba a los 4 meses y en las niñas a los seis, creo recordar. Vergonzoso que se tolerase en los primeros años del franquismo el “aborto por razón de honor” en que un varón podía obligar a abortar a su hija soltera o a su esposa supuestamente adúltera y que no fuese condenado por ello.

Lo que confieso no soy capaz de comprender es su condena a los derechos de las personas homosexuales y su indiferencia ante el dolor que causan con su crueldad; las feministas hemos apoyado sin fisuras dichos derechos a una vida plena.

El divorcio ha sido otro punto conflictivo, pero solo afectaría a los católicos e incluso para estos la Iglesia ha encontrado formas de reconocerlo anulando a través de costosos procesos y por diversos motivos, algunos matrimonios.

Vuelvo a repetir: ninguno de estos temas supone un “abuso de nuevo cuño feminista” ni lleva a una “polarización hostil y excluyente” o a una lucha de poder entre los sexos. La realidad es que gran número de militantes feministas compartimos nuestra vida con compañeros varones que nos apoyan, somos madres y abuelas de hijos y nietos, tenemos padres y hermanos, amigos que entienden que solo con el avance del feminismo habrá un mundo más justo y más pleno para todos. Un feminismo que pretende que las mujeres, cada una de ellas, tengan capacidad y posibilidad de decidir sobre su vida, con autonomía moral y sin que persona ni institución alguna pueda usar o abusar de ella. 

Maríajosé Capellín Presidenta del Fórum de Política Feminista de Asturias

Artículo remitido por la autora. Publicado en la web de El Comercio

Respuesta al Arzobispo de Oviedo de una feminista