jueves. 18.04.2024

Concordia, Constitución y Patriotismo.Así rezaba el lema de la convención celebrada por el Partido Popular en una suerte de alarde y autobombo de impostado constitucionalismo para ungir a su líder, cada vez menos excelso, Pablo Casado como el Adolfo Suárez de nuestra era, el hombre de la concordia, la constitución y la moderación.

Nada más lejos de la realidad. Casado, una vez más, intentó rodearse de hombres de ilustres apellidos en busca (eterna ya) del futuro del partido para componer conjuntamente una sinfonía heroica que se convirtió más bien en un réquiem.Iniciaba la pieza el propio hijo del fallecido primer presidente de la democracia; un heredero de nombre y apellido, pero no del espíritu conciliador de su padre. Suárez Illana, inaugurador de las jornadas, es muy conocido por haber protagonizado importantes faltas de respeto a los diputados de la cámara con los que no comparte lado del espectro político. La concordia, primer pilar del lema, empezaba a flaquear.

Tras el decepcionante introito interpretado por Suárez Illana y el breve oratorio de Mañueco, comenzaba el kyrie a cargo de quien fuera ministro con su padre, Ignacio Camuñas, por UCD, que, a pesar de haber militado en el centro democrático, nunca terminó de abandonar su afecto hacia los postulados de la extrema derecha franquista, puesto que fue uno de los padrinos de VOX en su presentación como formación política en 2014. Camuñas, fiel a sus orígenes, lejos de pedir piedad y perdón (como se acostumbra en el kyrie) por los crímenes de la dictadura, reivindicó el Golpe de Estado del 36 negando su calidad de golpe y culpando del “alzamiento” a la República y el gobierno del Frente Popular.

“Si hay un responsable de la Guerra Civil directamente, es el gobierno de la República, Y un golpe de estado no es lo que ocurrió en 1936. Lo siento por lo que opinen otros historiadores.”

La Concordia se iba desdibujando del cartel azul del Partido Popular preparado para la ocasión, con el silencio cómplice de Pablo Casado, que daba con él carta de naturaleza y normalidad a las palabras de Camuñas, evidencia de un revisionismo histórico propio de la dictadura franquista. Asimismo, el exministro estableció las, a su juicio, prioridades de España y los retos a los que debía hacer frente con celeridad el Partido Popular desde que llegara al Gobierno: Derogar la Ley de Memoria Democrática y consolidar la corona. Claras quedan pues las preocupaciones verdaderas de la derecha de nuestro país. Casado, lejos de negar las palabras de Camuñas, recogió el guante: derogarían la Ley de Memoria Democrática. La Concordia ya se había resquebrajado por completo, el PP de Casado se lanzaba al discurso extremista, revisionista y franquista de blanqueamiento de la dictadura y señalamiento de la II República.

Culminado el kyrie, se iniciaba la sequentia titulada “Constitución”, en la que Camuñas interpretó nuevamente un solo, grave, en lugar de optar por la retirada. Tras una defensa a ultranza de la importancia de la monarquía en nuestra carta magna y del propio régimen del 78 (sic), Camuñas atacó al Estado de las autonomías, culpándolo de todos los males de España y significándose como absoluto contrario al mismo; una regulación territorial consagrada en nuestra Constitución e indisociable de la misma. El segundo pilar de la tríada popular también empezaba a tambalearse.

El siguiente solo de la sequentia lo protagonizó el también exministro de UCD y ulterior militante popular Arias Salgado, en este caso para asestar el último golpe al nodo del lema de la convención, tildando al único partido en vigor que firmó la Constitución del 78, el PSOE, de inconstitucionalista y antidemocrático.

“(El PSOE) intenta deslegitimar el pacto constitucional (…) atacar la legitimidad del Tribunal Constitucional (…) y acabar con el español como lengua vehicular (…) El Pacto Constitucional va a quedar desnaturalizado”

Tras las acusaciones infundadas y perjudiciales para el encuentro entre partidos, Arias Salgado asestó con sonido de timbales y platillos el primer y mortal golpe al tercer pilar de la convención: el patriotismo. Auspiciado por la sonrisa orgullosa de Pablo Casado, Arias Salgado en un alarde patriotero -que no patriótico- y evidenciado su altura como antiguo ocupante de diversos ministerios en el Gobierno de España, tanto con Aznar, como con Adolfo Suárez y Calvo Sotelo, se refirió así al Primer Ministro de los Países Bajos quien, según él, vigilará la gestión de los fondos europeos:

“Rutte (Primer Ministro de los Países Bajos) el holandés (…) es un hijo de puta”

Casado, sin rubor y autocomplaciente, carcajeó con las palabras de Arias Salgado, demostrando, una vez más, su inexistente altura de Estado y su objetivo de acabar con la imagen internacional de España a toda costa. El primer partido de la oposición ya no lo es solo al gobierno, sino también a los intereses de la propia España. La tríada de la convención era un espejismo: ni Concordia, ni Constitución, ni Patriotismo.

La escasez de autocrítica y la deriva autoritaria del Partido Popular fueron demostradas, sin ambages, en la convención de los conservadores. Pablo Casado y los suyos han optado por la “Vía Abascal”, revisionista y distópica, planteando un país necesitado de salvación en una nueva “cruzada” encabezada por el partido azul acompañado de neocamisas del mismo color que niegan el golpe y blanquean el régimen de terror que durante 40 años oscureció nuestro país e hipotecó el futuro de miles de familias. Familias que siguen buscando, todavía hoy, a sus familiares asesinados por defender la democracia y la libertad. Equiparar a verdugos con sus víctimas, o a los golpistas con los demócratas, como ellos han hecho, constituye una clara afrenta contra la propia democracia y contra los más de 140.000 muertos como consecuencia del golpe de estado y la represión.

Hoy, 20 de julio de 2021, mientras culmino estas líneas, se debate en el Consejo de Ministros y Ministras el anteproyecto de la nueva Ley de Memoria Democrática: un paso decidido y firme en pos de la verdad, la justicia y la reparación, tríada democrática en un país que no ha saldado una deuda con su historia y sus gentes; una ley en la que se condena con contundencia el golpe de Estado de 1936 y la dictadura de Franco. Lejos del Dies Irae planteado por el Partido Popular como fin en su constante ejercicio de crear alarma social, esta nueva ley se identifica con la Lux Aeterna, final del réquiem. Las víctimas y sus familias serán descubiertas y honradas de manera justa y digna, tras más de medio siglo en el olvido; las fundaciones franquistas serán ilegalizadas y se resignificará el mayor símbolo del régimen de Franco, el Valle de los Caídos.

Casado ha compuesto su propia misa de difuntos sobre el pentagrama de la mentira histórica, la violencia dialéctica y el apocalipsis político, azuzando discursos que debieran estar superados, en su aproximación hacia sus antiguos votantes, hoy más verdes que azules; declinando así parecerse a su homólogos europeos que, desde el 45, tuvieron claro que las dictaduras debían ser condenadas y sus víctimas reconocidas y reparadas y que pactar con la extrema derecha, heredera del nazismo y del fascismo, era una línea roja que no se debía traspasar.

Por suerte, a pesar de Casado, nuestro país sigue caminando hacia el futuro, componiendo, esta vez sí, una sinfonía armónica llena de derechos, colores, dignidad y memoria.

Requiem Popularium