jueves. 28.03.2024
Jonathan Haidt

El profesor de ciencia política en la Universidad Carlos III, Ignacio Sánchez-Cuenca analiza las principales claves de la ideología de izquierda en su libro “La superioridad moral de la izquierda”[1]. Para este politólogo, la ideología está estrechamente vinculada con la sensibilidad de cada uno ante las injusticias. En este sentido, como ya apuntaron Hume o Fichte, la ideología parte de una concepción moral.

El psicólogo social Jonathan Haidt señala en “La mente de los justos”[2] que la derecha posee una moral más compleja y diversa que la izquierda porque ésta la reduce a dos valores básicos pero trascendentales para ella: “la lucha por la libertad frente a la opresión y el intento de evitar que las personas sufran”. La moral de la derecha, en cambio, aunque mantiene ambos valores –si bien sus procedimientos para superarlos difieren sustancialmente de la ideología contraria-, los combina con otros tres: lealtad frente a tradición, autoridad frente a subversión y santidad frente a degradación, afirma Haidt. La democracia cristiana –que se ha desarrollado más en países como Alemania o Chile en su momento, y menos en otros como España- logró aunar en cierto sentido estos valores morales de uno y otro espectro.

Argumenta Sánchez-Cuenca que las personas de izquierda poseen una sensibilidad mayor hacia las injusticias que las de derechas, de ahí que desarrollen un sentimiento de superioridad moral. Quienes se definen de derecha no les preocupa tanto la desigualdad social y económica, la marginación o la exclusión, el rechazo al diferente, al inmigrante pobre, etc., como la conservación del status social y económico, por muy injusto que sea, y, naturalmente, del status individual para quienes gozan de una buena posición. Frente a las injusticias sociales, la derecha propone no la solidaridad sino, en todo caso, la caridad y la conmiseración de sus víctimas, sin plantearse jamás la necesidad de modificar las causas que las originan. Ante el riesgo de perder valores y principios fundamentales del sistema o las señas de identidad que configuran la nación, las personas más conservadores aborrecen de los cambios, sobre todo si sirven para mejorar las condiciones de los más desfavorecidos.

Para los conservadores creyentes, los pobres lo son por razones del destino que les ha tocado, de cuya elección depende la voluntad de alguien superior; para los no creyentes, los más desfavorecidos lo son por sus circunstancias personales, porque no se han esforzado lo suficiente, o simplemente por su mala suerte en la vida. Asimismo, quienes se sienten de derecha rechazan la acogida de inmigrantes por temor a que éstos impongan su cultura, religión o costumbres y acaben con las más sagradas tradiciones, y, obviamente, con el status; rechazo que se suma al riesgo de ocupar puestos de trabajo en perjuicio de los nacionales, a beneficiarse de los servicios públicos o recibir ayudas que los oriundos del país deberían recibir en su lugar, al miedo a que los inmigrantes cometan delitos, debido a la mala fama extendida en torno a ellos, etc.

Dos son los conceptos que diferencian a una y otra ideología: empatía y responsabilidad individual. Podemos decir que a mayor empatía, menor responsabilidad individual, y viceversa, siendo aquélla más patrimonio de la izquierda y ésta de su contraria. La empatía conlleva indignación por el sufrimiento de los más humildes, de ahí que el fin último de la izquierda sea cambiar el mundo para garantizar un reparto más equitativo de la riqueza que elimine las desigualdades. Por ello, esta ideología pretende “la proyección política de los principios más elevados de la acción moral”, afirma S.-Cuenca. En este sentido, se puede afirmar que la izquierda hereda el conocido imperativo categórico de Kant en su afán de convertirlo en ley universal, por cuanto pretende hacer de la dignidad humana no un medio sino un fin en sí mismo: “obra de tal modo –aconseja Kant- que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca como un medio”[3]. De este modo, la izquierda hace suyo el principio kantiano según el cual la teoría de la justicia se nutre de los principios morales basados en la universalidad. No es otra que la inspiración kantiana la que movió a Marx a proponer como fin último del comunismo la sociedad libre de explotación y opresión bajo la consigna descrita en su “Crítica del programa de Gotha”: ‘De cada cual, según su capacidad, a cada cual, según sus necesidades’[4]. Podemos decir, en este sentido, que el comunismo podría entenderse como ‘el reino político de los fines’[5].

Pero esa superioridad moral tiene su precio. Cuando la izquierda ha alcanzado un poder suficiente para gestionar una administración, sea nacional o local, el resultado apenas ha cubierto las expectativas puestas en ella por sus partidarios (la derecha tampoco respecto de los suyos), no por casos de corrupción –salvo excepciones-, sino por desconocimiento de la administración y no pocas veces por ineficacia (la derecha no lo es menos; como muestra, la desastrosa gestión de la pandemia en Madrid por Díaz Ayuso y su Gobierno, entre otros muchos ejemplos).

Desconocimiento y mala gestión son aspectos que afectan a ambas corrientes en no pocos casos, pero la derecha tiene más resortes para permanecer en el poder, bien mediante medios de comunicación afines, que a la postre le proporcionan un número nada insignificante de votos, bien mediante fondos económicos de empresas o fortunas afines o de la propia banca que financian sus campañas a cambio de favores una vez ganadas las elecciones, etc. Cuando no jueces parciales que actúan en defensa de políticos de la derecha en casos de corrupción.

Un claro ejemplo de desconocimiento de la administración por parte de la izquierda lo acabamos de ver con la puesta en práctica de políticas económicas del actual gobierno de coalición progresista para tratar de paliar los catastróficos efectos de la pandemia entre los más vulnerables: los ERTE y el Ingreso Mínimo Vital, ambas medidas absolutamente necesarias. Pero el mal funcionamiento de una administración lastrada durante años por una burocracia inoperante está impidiendo que esas ayudas vitales lleguen a tiempo a muchas personas. Algo similar pudiera suceder cuando lleguen –si llegan- los fondos europeos destinados a paliar los efectos económicos devastadores de la pandemia, entre otros ejemplos.

Consciente de su superioridad moral, la izquierda se ha entregado a una suerte de trascendencia colmada de verdades atemporales, preexistentes a la voluntad humana. Este idealismo moral lo ha pagado con creces en conflictos internos, escisiones, rupturas, etc., de suerte que su historia es la historia de sus divisiones y particiones quasi infinitas -cuando no de purgas y sectarismos: anarquistas, socialdemócratas, marxistas, socialistas, comunistas… todos ellos con sus múltiples variantes para todos los gustos: maoístas, estalinistas, trotskistas… cada una a su vez con sus corrientes y tendencias que conforman una inabarcable sopa de siglas. Sánchez-Cuenca la denomina izquierda fisípara, término tomado de la biología, para explicar su “reproducción mediante la división o fisión”[6].

[1] Sánchez-Cuenca, I.: La superioridad moral de la izquierda. Lengua de Trapo, col. Contextos, 2018

[2]Haidt, J.: La mente de los justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. Deusto, 2019

[3]García Morente, M.: La filosofía de Kant. Anthropos, 1996

[4] Marx, K.: Crítica del programa de Gotha. Greenbooks, 2019. Ed. digital [www.greenbooks-editore.com]

[5]S.-Cuenca., p. 60

[6] Id., p. 69

Cuando la izquierda cae en la ficción dogmática