sábado. 20.04.2024
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Hay una relación inversamente proporcional entre nuestras miras y su acomodación a los hechos. A grandes expectativas corresponden enormes decepciones y viceversa. No podemos llevarnos un chasco cuando nada esperábamos, pero es lógico que nos decepciónenos al ver cómo se malogra un plan muy anhelado.

La imaginación puede jugarnos malas pasadas, aunque también es capaz de procurarnos experiencias muy satisfactorias. Aunque nos resistamos a creerlo, su rédito depende sobremanera de nosotros mismos. Podemos adornar un recuerdo y atesorarlo como un hito que jalona nuestra biografía o maldecirlo con tintes harto tenebrosos que más nos vale arrancar de nuestra memoria.

Los males imaginados con anticipación difícilmente pueden ser tan sosos como aquellos que acaban aconteciendo. Después de todo no era tan funesto ni problemático lo que teníamos, porque la imaginación carece de límites y puede trazar los cuadros que se nos antojen. Conviene aprender a no exagerar los nubarrones del horizonte y padecer gratuitamente una tormenta que igual pasa de largo.

Recrearse con un plan a desarrollar en el futuro presenta los mismos inconvenientes. Exagerar sus colores puede arruinarnos la vivencia cuando está tenga lugar. Más vale dejarse sorprender por lo inesperado y disfrutar del sendero no transitado aunque ignoremos el rodeo que nos hace dar. Después de todo el camino es lo que importa y toda meta sólo sirve para volver a comenzar otro itinerario.

En el duermevela logramos atisbar los juegos de nuestro inconsciente. Libres de cualquier atadura, nuestros deseos afloran sin tapujos y nos permiten a veces conocernos mejor. Las pesadillas nos atormentan con funestas maquinaciones diseñadas por nuestros temores más notables. A veces podemos tomar nota y encarar de otra forma lo temido, además de abrir paso a los anhelos inadvertidos.

Cuando regresamos a un lugar de la infancia, todo nos parece mucho más pequeño, porque la medida de nuestra percepción era muy distinta. Eso mismo nos ocurre al volver a visionar una película o releer un libro. Difícilmente nos dejará el mismo sabor de boca. Podemos quedar algo decepcionados, porque nuestros ojos no saben ver lo que vieron entonces. Pero también es posible desentrañar cosas que no habíamos advertido y descubrir nuevos detalles que nos fascinen.

Las películas o series que nos recomiendan sobremanera siempre parten con desventaja, si las comparamos con aquellas descubiertas por casualidad y sobre las que no teníamos ninguna referencia. Esto es algo que también sucede al catar un vino y degustar un plato. Que sea o no un manjar dependerá de múltiples factores, entre los que se cuenta tener una u otra expectativa.

Modular las expectativas para no caer en la frustración es todo un arte. De nada serviría extirparlas radicalmente y anular con ello su mera posibilidad. Aunque no lleguen a suceder jamás también las posibilidades forman parte de nuestras biografías emocionales y merecen un trato acorde a la satisfacción que pueden reportarnos.

En definitiva no sólo hay que ver el vaso medio lleno. También tenemos que imaginar uno u otro contenido en función de cada circunstancia. Los problemas no suelen ser tan fieros como solemos anticiparlos y hay cosas muy bonitas cuya simple posibilidad puede reconfortarnos. Es cuestión de saber coger la medida en cada momento, para evitar la frustración de grandes expectativas y no renunciar al placer de abrigarlas.

¿Por qué se frustran las expectativas?