sábado. 20.04.2024
descontento

La idea freudiana de pulsión de muerte está relacionada con el esfuerzo titánico de hombres y de mujeres para cambiar y transformar la naturaleza, incluida la suya propia, para combatir aquello que recuerda el estado inicial de las cosas cuando nada existía, el rechazo de la muerte como referencia a lo que no cambia. La pulsión de muerte nos lleva a tomar decisiones nacidas del horror al vacío en el recuerdo de lo que (no)éramos, y por la convicción de que habríamos de hacer algo para burlar la muerte, no queriendo reconocer que ésta es inevitable y a veces acelerando su llegada más de lo necesario.

La pulsión de muerte, la huida imposible de una realidad implacable podría explicar la mitad de nuestros actos, el resto lo hace la pulsión erótica, la que nos guía hacia el intercambio con fines hedónicos y de conservación. Si la pulsión de vida o erótica propende a la realización de actos generosos y admirables que atraen y nos acercan a otros, la pulsión de muerte nos embarra, nos pone histéricos, como locos, hasta el punto de desatar furias e inconveniencias que acaban en actos de sadismo y autodestrucción. Al menos eso dicen los cánones de la psicología derivada del malestar en la cultura de Freud.  

Digo todo esto no solo porque tan acertadamente ha tratado el caso del capitalismo y la pulsión de muerte el filósofo coreano alemán Byun Chul Han, sino porque me parece encontrar en ello una respuesta a la pregunta que se hacía Juan Torres en un artículo analizando las razones por las que, siendo muy apreciadas las medidas sociales del gobierno en forma de subidas salariales, apoyos al transporte, becas, etc. su efecto no se traslada a la demoscopia de las encuestas sobre intencionalidad del voto. ¿Es que hay algo de sadismo y autodestrucción en esa postura que por un lado aprecia pero por otro niega? Quien sabe, no sé lo suficiente sobre psicología de masas para poder emitir una opinión fundada. Las pulsiones de vida y muerte son muy sofisticadas para que me permitan entender qué puede estar pasando entre la racionalización de los que nos ocurre (valorando positivamente la acción de gobierno) y la manifestación emocional de respuesta a una situación jodida (negando el voto a quien se hace responsable del malhumor)

Ya digo que ahí no llego, me declaro incompetente para juzgar qué es lo que pasa desde la óptica freudiana. Pero sí que me atrevo a juzgar y avanzar hipótesis desde la psicología parda o de lo básico. En este campo de interpretación sobresale lo que uno percibe como respuesta a emociones elementales. Una de ellas, muy destacada, es la respuesta a la frustración provocada por una expectativa incumplida. Según el manual de psicología burda con el que me muevo, lo que llaman resiliencia nos permite adaptarnos a situaciones incómodas, duras y negativas. Una especie de instinto de supervivencia nos mantiene en actitud vital frente a las fuentes del displacer que nos pone la pierna encima. Y así, bajo el yugo de la mala suerte podemos pasar días, meses y años, pero tan pronto se atisba una luz todo se revoluciona, y ay de aquél que ciegue ese rayo de esperanza que ha aparecido, se cae con todo el equipo.

Y esto no es irracional, que ya lo dejó claro el mismo Freud, son los motores estabilizadores de la aventura vital. Si quieres explicarte la bipolaridad respecto del gobierno en términos contables, o sea de entender la cosa como un cuenta de resultado con activo y pasivo, así no vas a ninguna parte, las emociones presentes en la elección de preferencias no se conducen por la lógica del plan nacional contable.

Todo el mundo comparte la idea de que uno mismo es sujeto soberano dueño de toda clase de derechos, aunque nunca haya gozado de ellos en sentido extenso. Cuando el Estado se plantea paliar con medidas ajustadas a las carencias derivadas del tumulto de accidentes que nos sacuden, el sujeto no reacciona más que con un, ¡hombre, ya iba siendo hora! Que deja muy poco espacio al reconocimiento. Si a ello se suma una ejecución de las medidas no apta para cardiacos, con notables deficiencias y una multiplicación de las barreras administrativas, las voces reclamando justicia social se elevan muy por encima de las que reconocen el esfuerzo colectivo realizado.

Ayer conocimos los enésimos errores en la concesión de becas, algo que se hace extensible a la percepción de salario social, bono joven cultural, mantenimiento del poder de compra de las pensiones y otras formas de apoyo a los más necesitados. Se oye más el descontento que la manifestación de gratitud, puede que por una pulsión de muerte, ahora bien la Administración, responsable de la ejecución solidaria, necesita un repasito para compartir la urgencia de las medidas adoptadas, algo que entendió perfectamente Clinton y sus asesores cuando encargaron a Osborne y Gaebler una revisión completa de la gestión administrativa de lo político, que ya va tocando aquí.

O eso, o siguiendo la estela de la pulsión de muerte, regresaremos a un estadio anterior al de la naturaleza de la sociedad compasiva que buscamos.

Pulsión de muerte y Administración