viernes. 19.04.2024
tomas gimeno y josé breton
Tomás Gimeno y José Bretón. (Montaje de imágenes)

Ha transcurrido el tiempo suficiente para que la prensa y los informativos dejen de dar pábulo al morbo, y ya no sean portada las niñas Anna y Olivia, presuntamente asesinadas por su padre Tomás Gimeno y luego arrojadas al mar. Por mi parte, decidí esperar a que la noticia se enfriara antes de escribir este artículo en el que censuro que la sociedad, ante ciertos sucesos atroces, atribuya una enfermedad mental a quienes los protagonizan. No es infrecuente ante un acto de violencia, escuchar frases como «sólo un enfermo mental es capaz de hacer algo así». Sin embargo, nunca se difunde una noticia del tipo: “un diabético ha violado a una menor en el ascensor de su domicilio”. ¿Por qué asociar con tanta ligereza las enfermedades mentales con los actos violentos o cargados de maldad?

Es un error afirmar que quienes padecen una enfermedad mental son más violentos que el resto de la población. Son muchos los mitos que recaen como un estigma sobre los enfermos mentales (son personas con un carácter débil; nunca se recuperan del todo; son enfermedades muy aisladas que casi nadie padece; son incapaces de disfrutar; tienden a ser violentos…) lo que predispone a la incorporación de estereotipos en el subconsciente colectivo, como por ejemplo la creencia de que los enfermos mentales agreden y asesinan con más frecuencia, cuando la explicación es que los medios los destacan con intencionado amarillismo. Si alguien que sufre un trastorno de salud mental comete un crimen, se resalta su diagnóstico en grandes caracteres mientras que la población general ignora, por ejemplo, cuántos hipertensos han cometido crímenes violentos, y si lo supiera, jamás los atribuiría a una repercusión cerebral de su problema cardiovascular.

Desde la noche de los tiempos, las enfermedades mentales (también algunas neurológicas) han estado mal vistas, se han considerado vergonzantes para sus familiares y se aislaba de la sociedad a quienes las padecían. Fueron muchos los psicóticos o epilépticos que la Inquisición condenó a la hoguera. Hasta el cansancio y la anhedonia propios de una depresión, fueron considerados como un pecado capital (acedia o pereza) por las autoridades eclesiásticas del medievo.

Aunque las estadísticas varían según los países de su procedencia, podemos estimar que sólo entre un 9 y un 10% de pacientes con un diagnóstico de enfermedad mental grave (psicosis, toxicomanías, etcétera) presentan conductas violentas, prevalencia que disminuye al 3-4% en el caso de los delitos violentos muy graves. El estigma de la difusión de este mito, consigue que si alguien con cualquier patología mental comete un crimen, la globalidad de afectados por una enfermedad psiquiátrica sean considerados socialmente peligrosos. Esta generalización es un maltrato vejatorio que  penaliza a las enfermedades mentales y a quienes la padecen. Resulta discriminador e injusto que el subconsciente colectivo vincule la criminalidad con presuntos antecedentes psiquiátricos. La sociedad exige explicaciones rápidas que interpreten cualquier acto violento, y en esa búsqueda, los medios recalcan con demasiada frecuencia el estado mental de quien comete un crimen, sin considerar que la maldad es algo que existe per se e independientemente de cualquier diagnóstico clínico.

Los profesionales de la medicina llevamos décadas combatiendo el estigma que afecta a la enfermedad mental. Por ello quisiera aclarar que la psicopatía propiamente dicha (no así las psicosis) no es una enfermedad mental, sino una singularidad comportamental antisocial de individuos que distinguen el bien del mal y son conscientes de sus actos. Dicho de otro modo: la maldad pura existe y no es una enfermedad mental. ¿Por qué entonces atribuir a una patología de la mente lo que sólo es maldad? Los medios deberían dejar de psiquiatrizar muchos actos que no son mas que fruto de la maldad, conductas antisociales que no es competencia de la medicina —al menos no exclusiva— resolver.  

La maldad existe y hay que enfatizar en esa realidad a fin de desestigmatizar la patología mental. Está extendida la creencia de que «quien es capaz de matar tiene que estar loco», sin embargo la realidad y las estadísticas demuestran que la mayoría de los asesinos están cuerdos. Para que nadie lo olvide, lo repetiré una vez más y todas las que haga falta: la maldad existe sin necesidad de que haya ninguna enfermedad.


Alberto Soler Montagud | Médico y escritor

La maldad (igual que la bondad) existe, pero no es una enfermedad mental