jueves. 25.04.2024

Una definición operativa, de comportamientos prosociales, aceptada por la comunidad científica es: “aquellas acciones que tienden a beneficiar a otras personas, sin que exista la previsión de una recompensa exterior”. Una definición más amplia, defendida por Robert Roche, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, es que, por un lado, comprenda no sólo la simplicidad del enfoque unidireccional, presente en las primeras investigaciones, sino también la complejidad de las acciones humanas en su vertiente relacional y sistémica y, por otro lado, recoja dimensiones más culturales y susceptibles de una aplicación en el campo social y político es la siguiente: Aquellos comportamientos que, sin la búsqueda de recompensas externas, favorecen a otras personas, grupos o metas sociales y aumentan la probabilidad de generar una reciprocidad positiva de calidad y solidaria en las relaciones interpersonales o sociales consecuentes, salvaguardando la identidad, creatividad e iniciativa de los individuos o grupos implicados. Los comportamientos prosociales enriquecen las nociones esenciales del altruismo tradicional, a condición de que, susceptible de un análisis científico, se les añada: una dimensión más plenamente social y colectiva, una motivación realista que, aceptando recompensas interiores o morales, esté centrada en el "otro" y se prescinda de una apropiación exclusiva ideológica o religiosa, todo lo cual permita precisamente el diálogo y la reciprocidad entre todos los sistemas humanos y sociales.

El término prosocial, recogiendo todavía nociones afines al altruismo, se considera actualmente, que caracteriza mejor y facilita el trabajo científico en este campo. Es un término que permite acercarse y definir, desde su origen, los elementos constituyentes, sin incluir otros con connotaciones inadecuadas y, sobre todo, representa mejor el contenido social de su objetivo sin perder su caracterización personal e interpersonal.

Los comportamientos prosociales son aquellos que, sin la búsqueda de recompensas externas, favorecen a otras personas, grupos o metas sociales

El término "prosocial", en la significación actual del trabajo científico de la disciplina psicológica, fue acuñado por Wispéen 1972 como un antónimo del de comportamiento "antisocial", término que ha ido consolidándose en trabajos posteriores.

Las acciones prosociales suponen en ocasiones creatividad, iniciativa, incluso asertividad, las cuales ejercitadas frecuentemente inciden aumentando la autoestima, mediante la percepción de logro, de eficacia. Esta mejora de la autoestima genera seguridad en la persona, la cual es inhibidora de la ansiedad. El hecho de fomentar las relaciones interpersonales también permite que la persona no tenga tantas oportunidades de iniciar el círculo vicioso de pensamientos preocupantes, a partir, por un lado, de una conducta antagonista como es la distracción y, por otro, por un cierto grado de relativización del problema, en el caso que se tenga oportunidad de observar situaciones similares en las relaciones interpersonales. Los comportamientos prosociales finalizados en una satisfacción y aprobación en el receptor generarán un feedback positivo para el autor, de eficacia, de utilidad, lo cual, si se produce frecuentemente, debería mejorar la autoestima y aumentar la cantidad de los estados de ánimo positivos. Esta interrelación positiva entre receptor y autor generaría un sentimiento de reciprocidad, de amistad (quizá también debido a la expresión de proximidad psicológica). Todo lo cual contribuiría a crear un clima de bienestar, paz y unidad en la relación que fomentaría los estados de ánimo positivos y a la larga el optimismo.

Los comportamientos prosociales finalizados en una satisfacción y aprobación en el receptor generarán un feedback positivo para el autor

En general, podemos hablar de que la empatía favorece o facilita la ocurrencia de los actos prosociales, aunque también podríamos señalar que las personas que actúan prosocialmente irán aprendiendo a optimizar su empatía. Esta capacidad afecta a muchas actividades como la compasión, las relaciones amorosas, o la educación de los hijos, entre otras. Los actos delictivos se basan, en muchas ocasiones, en la incapacidad por parte del agresor de experimentar empatía hacia sus víctimas. En este sentido, se han hecho tratamientos de rehabilitación basados en el entrenamiento de la empatía, donde el delincuente ha de ponerse en el lugar de la víctima e intentar experimentar sus emociones. La empatía es una actitud básica en el comportamiento prosocial. La comprensión cognitiva de los pensamientos del otro o la experimentación de sentimientos similares pueden promover la actitud de ayuda en el autor, según refiere Roberto Roche.

La pregunta que se plantea ahora es: ¿facilita el compromiso con el propio Dios un comportamiento altruista que beneficia sólo a los miembros del mismo grupo religioso? ¿O se extiende a ayudar a los miembros de una religión diferente?

Michael Pasek, psicólogo de la Universidad de Illinois en Chicago (UIC), y sus colegas examinaron esta pregunta a través de experimentos de campo y en línea que involucraron a más de 4.700 personas de diversas poblaciones etnorreligiosas: cristianos, musulmanes, hindúes y judíos de Medio Oriente, junto con Fiji de Estados Unidos.

El estudio reciente, que aparece en la revista Psychological Science de abril de este año, encontró que los participantes mostraban más generosidad hacia los extraños cuando se les pedía que pensaran en Dios. Además, las donaciones de los participantes aumentaron por igual sin importar si los destinatarios eran miembros del mismo grupo religioso o de un grupo diferente. “A menudo se piensa que la religión promueve el conflicto entre grupos y alimenta la hostilidad entre personas que tienen creencias diferentes. Todo lo contrario: nuestros hallazgos sugieren que la creencia en Dios, que es un aspecto importante de la mayoría de las religiones del mundo, a veces puede promover relaciones intergrupales más positivas”, refiere Pasek, profesor asistente de psicología de la UIC, autor principal del estudio.

La comprensión cognitiva de los pensamientos del otro o la experimentación de sentimientos similares pueden promover la actitud de ayuda

La metodología fue que los investigadores hicieron que los participantes jugaran varias rondas de un juego económico real en el que dividían una suma de dinero entre ellos y diferentes destinatarios individuales. Se pidió a los participantes que pensaran cuidadosamente antes de hacer su elección durante las rondas iniciales. En las últimas rondas, los investigadores pidieron a los participantes que pensaran en Dios antes de tomar su decisión. Pensar en Dios condujo a un aumento general del 11 % en las donaciones (en relación con lo que dieron al principio) en todos los experimentos y sitios, independientemente de los niveles de conflicto o la amenaza percibida. Se les pedía que pensaran en su Dios antes de hacer su elección. Por tanto, pensar en su Dios aumentó las donaciones en un 11 % (4,17 % de la participación total), que se extendió por igual a los miembros del grupo interno y externo.

Según Jeremy Ginges, profesor de psicología en The New School of Social Research y uno de los autores principales del estudio, los resultados sugieren que pensar en el propio Dios puede promover entre las diferentes ramas religiosas, en lugar de asumir la antipatía, pero es poco probable que tales creencias promuevan siempre la armonía. “Creer en los dioses puede alentar normas cooperativas que nos ayuden a intercambiar bienes e ideas a través de las fronteras de los grupos, lo cual es importante para el desarrollo humano, según el profesor Giges. 

Por último, compartir esta reflexión del famosos escritor irlandés Jonathan Swift: “Tenemos bastante religión para odiarnos unos a otros, pero no la bastante para amarnos”.

Estudio del comportamiento prosocial dentro y entre grupos religiosos