viernes. 29.03.2024
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Algunas de las reflexiones más clarividentes sobre el fenómeno turístico que podemos leer no provienen de ningún sesudo análisis o profunda investigación, sino de “Las ciudades invisibles” que Italo Calvino hizo fabular a su Marco Polo en la corte imperial de Kublai Kan

Llega el verano y con él, para algunos afortunados, las vacaciones, los viajes y las lecturas pendientes. Como mero aficionado que ansiaría profesionalizarse en estos tres ámbitos, creo que es un buen momento para recomendar tres libros que pueden ayudar a pasar la canícula, especialmente a aquellos que a falta de vacaciones y viajes tengan que conformarse con sacar tiempo para lectura y encontrar razones para practicar el “Protocolo de Quieto” [1].

En un mismo paquete, para aquellos interesados en comprender el turismo como fenómeno socio-cultural y la más que probable reaparición de lo que los medios dieron en llamar turismofobia -que no es otra cosa que las diversas reacciones al turismo masificado-, incluiría la extraordinaria investigación sobre el crecimiento mundial del fenómeno y sus problemas asociados, “Exceso de equipaje” de Pedro Bravo, y la recopilación de varios ensayos críticos y extremadamente afilados que la editorial Antipersona ha reunido bajo el nombre de “Jodidos turistas”.

Publicados con unos meses de diferencia entre 2017 y 2018, estos dos libros son solo un pequeño ejemplo del interés que el turismo ha despertado en nuestra sociedad, particularmente entre los movimientos sociales y quienes se mueven en su órbita. También son de algún modo dos acercamientos diferentes a la crítica del turismo, la de Pedro Bravo podríamos denominarla de “reformista”, mientras que la de Antipersona supone una enmienda a la totalidad.

Este interés, así como la toma de conciencia más o menos general sobre las consecuencias del turismo, tiene tanto que ver con el crecimiento exponencial del número de desplazamientos turísticos, que por sí solos ya suponen una importante amenaza medioambiental y que año tras año consolidan a esta industria como pilar fundamental del capitalismo internacional, como con el hecho de que muchos de los nuevos desplazamientos se dirijan a los lugares en los que “pasan cosas”. El turismo ya no es algo que se practique exclusivamente en las “periferias del placer”, donde las prácticas imperialistas -explotación laboral, banalización cultural, saturación de espacios, apropiación de recursos escasos, etc.-, así como las reacciones a estas, ocurrían a suficiente distancia como para que la preocupación por el tema fuese cosa de unos investigadores poco numerosos y muy escasamente tenidos en cuenta. Ahora, los centros del Sistema-Mundo también se ven llenos de turistas y sus habitantes -turistas ellos mismos- sufren en sus propias carnes los efectos predatorios de esta industria.

Quizá mi ciudad invisible favorita, la que recomendaría en cualquier momento del año sea Octavia, la ciudad-telaraña suspendida en el vacío entre dos montañas abruptas

Sin embargo, algunas de las reflexiones más clarividentes sobre el fenómeno turístico que podemos leer no provienen de ningún sesudo análisis o profunda investigación, sino de “Las ciudades invisibles” que Italo Calvino hizo fabular a su Marco Polo en la corte imperial de Kublai Kan. Este libro de 1972 es un viaje extraordinario por ciudades que ninguna agencia podrá nunca ofrecer, una sucesión de vidas y arquitecturas capaces de traer, desde lo fantástico, certeros análisis socio-antropológicos tan válidos hoy como literariamente magistrales.

El Marco Polo de Calvino era capaz de intuir en Zora, ciudad que “quien la ha visto no puede olvidar jamás”, los riesgos de la petrificación cultural y la transformación de lugares en espacios turísticos. Zora “[…] obligada a permanecer inmóvil e igual a sí misma para ser recordada mejor […] languideció, se deshizo y desapareció. La Tierra la ha olvidado”.

Zenobia, ciudad de casas de bambú y zinc construidas sobre pilotes “con galerías y balcones, situadas a distintas alturas, sobre zancos que se superponen unos a otros, unidas por escaleras de mano y aceras colgantes […]” enseña al lector convertido en Gran Kan del imperio mongol que es inútil tratar de clasificar las ciudades en las categorías de felices e infelices, “sino en otras dos: las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos, y aquellas en las que los deseos, o logran borrar la ciudad, o son borrados por ella”. Extraordinaria metáfora urbanística que condensa en un puñado de palabras los diferentes derroteros por los que, con turismo o sin él, puede discurrir la vida de una ciudad.

Quizá mi ciudad invisible favorita, la que recomendaría en cualquier momento del año sea Octavia, la ciudad-telaraña suspendida en el vacío entre dos montañas abruptas. Contra lo que pudiera parecer, los habitantes –y suponemos que los visitantes de Octavia- juegan con una importante ventaja. “Suspendidos en el abismo, la vida de los habitantes de Octavia es menos incierta que en otras ciudades”. Ellos saben lo que la mayoría de nosotros nos negamos a aceptar: “que la resistencia de la red tiene un límite”.


[1] En su artículo “Turismo: la mirada caníbal”, Santiago Alba Rico habla de la “amarga” broma de un amigo que recomendaba la firma de un protocolo “en virtud del cual se concedería a todos los hombres por igual un cupo de movilidad con un máximo de kilómetros a recorrer en el curso de una vida. Los viajes turísticos descontarían el doble de kilómetros mientras que no se registrarían las visitas a amigos, los desplazamientos solidarios, las estancias de trabajo o las becas de estudios”.


Por Raúl Travé Molero | Doctor en Antropología Social y Cultural y Profesor de Ostelea School of Tourism and Hospitality

El turismo y las ciudades invisibles