viernes. 29.03.2024

¿Cabe imaginar ahora mismo que Isabel Díaz Ayuso pudiera sufrir un revolcón electoral contra todo pronóstico en una próxima contienda, ya fuera regional o nacional? Sería relativamente sencillo, aunque cueste creerlo. Supongan que Miguel Ángel Rodríguez decidiera desafiarse a sí mismo y demostrarse su probada valía en esas lides.

Tras conseguir que Aznar ocupara La Moncloa y Ayuso haya conseguido un triunfo exultante, gracias a la convergencias de múltiples factores hábilmente rentabilizados, podría revalidar su magistral dominio del medio mostrando quién lleva realmente la batuta. Su recompensa podría sr, no ya la socorrida jefatura de gabinete, sino una vicepresidencia a lo House of Cards.

¿No sería deseable que quienes redactan los guiones de las campañas electorales fueran sus protagonistas directos, en lugar de parapetarse tras figuras interpuestas. Así no haría falta recurrir a chivos expiatorios o encumbrar a quienes únicamente declaman lo que se les musita desde las bambalinas.

Ángel Gabilondo simboliza bien lo que ha sido la campaña madrileña. Una persona con criterio y una sólida trayectoria profesional, se ha visto inducido a entrar en una dialéctica que no era propia de su idiosincrasia y violentaba su forma de ser. Es obvio que le fueron dictando los lemas y le hicieron zigzaguear erráticamente. Ahora se ha convertido en un chivo expiatorio de una derrota electoral sin paliativos e incluso se ha resentido su salud.

Malos tiempos corren para la política, cuando se impone impostar ciertas máscaras a quien tiene recursos para desplegar su propio discurso. Emular las estrategias erróneas no suele neutralizarlas. No se puede combatir la nadería y la provocación utilizando esas misma tácticas, cuando cabe demostrar que las cosas pueden hacerse de muy otro modo.

Hay quien ha sabido hacerlo, encontrando el eco que merecía quedarse al margen de los hueros eslóganes que atizaban un bronco y estéril enfrentamiento. La democracia debería ser sinónimo de diálogo e intercambio de impresiones entre perspectivas tan diferentes como complementarias, porque se trata de gestionar la esfera pública y solucionar los problemas de la ciudadanía, sin desplazar los focos hacia quienes aspiran a representarla en las instituciones.

Pablo Iglesias podría haberse dado cuenta hace mucho tiempo de que se había convertido en un problema y que, además de suscitar un rechazo visceral para buena parte de sus antiguos correligionarios, lograba movilizar al espectro inverso del electorado con un discurso iracundo, cuyo tono se identificaba con el de aquel al que pretendía hacer frente.

Ojalá no vuelvan a darse campañas electorales donde brillen por su ausencias las propuestas y los argumentos, desplazados por unos eslóganes que se correan como cuando se asiste a un espectáculo. Las reglas del juego democráticos no deberían verse devaluadas, porque las consecuencias pudieran ser funestas a corto plazo, como la historia ha testimoniado en más de un lugar a lo largo del devenir histórico.

Si se mantuviera el simulacro, lo mejor sería representarlo como un torneo medieval, donde intervinieran como campeones de cada formación política no quienes encabezan las listas electorales que deben votarse, sino los estrategas de su comunicación Bien equipados con las armaduras de su probado cinismo, podrían lancearse directamente con las puyas de sus ocurrencias desde las cabalgaduras mediáticas, mientras el público asiste a una contienda digna de otros tiempos.

Los programas electorales presentados por los partidos, los candidatos que presentan sus listas, las ideas y alternativas que defienden, todo ello queda eclipsado por un cruce de navajas dialécticas que acapara por completo los informativos y las conversaciones de quienes deben ejercer su derecho al voto.

Con este proceder la democracia se ve defraudada con este truco del tocomocho. Se nos ofrecen soluciones que no se corresponden con la realidad y nunca se cobra el premio que se nos ha vendido a tan bajo precio.

Los partidos políticos cobijan demasiados profesionales de la política y seleccionan a sus candidatos electorales por su tirón mediático. Incluso cuando aciertan y escogen a personas competentes para cumplir con el compromiso político a ejercer, condicionan sus mensajes primando el impacto emocional.

Sin someterse a esa disciplina, muchos candidatos independientes, afines al ideario de una formación política en las que no limitan, podrían mostrarse como son, permitiendo identificar con claridad a quien se debe elegir para confiarle una u otra responsabilidad al frente de las instituciones.

Ahora las elecciones recuerdan a ese cuadro de Goya titulado Duelo a garrotazos, donde dos personas están enterradas hasta las rodillas y no cesan de golpearse hasta lograr abatir al otro. Lo malo es que con este modelo electoral perdemos todos y nade gana de verdad, aunque se celebre la vitoria de haber machacado a los que deberían cogobernar desde la oposición y contribuir a la gestión desde su representatividad más minoritaria.

Política ficción.  ¿Deben ser las campañas electorales torneos del cinismo?