viernes. 19.04.2024
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Tras décadas asociándolo a la prensa rosa, entrevistas callejeras y tertulias, el periodismo clásico ha sufrido un declive estrepitoso. Los lectores de periódicos caen en picado, la televisión se ve cada día menos, las revistas no se venden... ¿Qué les ocurre a los medios convencionales?

Internet democratizó la información: ya no hacen falta corresponsales, cualquiera puede grabar con su móvil un atentado en la otra punta del mundo y extenderlo globalmente sin mayor complicación. Incluso las noticias nacionales (robos, huelgas, violaciones…) pueden ser contadas por los afectados a través de YouTube o Twitter. Los grandes periódicos y cadenas televisivas se han quedado atrás respecto a medios online más frescos e independientes, lo cual deriva en precariedad: si los peces gordos pierden liquidez, sus trabajadores también.

Por otro lado, tenemos el intrusismo y la politización. Algunos medios contratan economistas o politólogos en vez de periodistas especializados, otros tergiversan la información en favor de un bando político, y algunos, incluso, manipulan resultados numéricos de encuestas. Entonces, si para ejercer el periodismo no hay que ser periodista, ni imparcial, ni riguroso, ¿qué lo diferencia de una conversación de bar? ¿cuál es el papel del reportero si su propio campo no le requiere?

Cuanto más acrítico es el espectador, más Telebasura pide, y cuanta más Telebasura le dan, más acrítico se vuelve. Es un bucle de mediocridad moderna: el ciudadano se hace tonto a sí mismo, las compañías se lucran y el periodismo muere

Esta situación no solo se da en prensa. Allá por los primerizos 2000, abundaban en televisión programas de divulgación, debates moderados y análisis deportivo riguroso. El medio audiovisual se convirtió en una autoridad gracias a su nivel informativo y a la preparación intelectual de quiénes participaban en él. Sin embargo, desde 2010 hasta hoy, las cadenas se han convertido en hervideros de tertulianos carentes de formación en los temas que tocan. Estos showmen son especialistas en violencia de género, analistas políticos, expertos en el IBEX-35, feministas comprometidos y previsores de crisis. Todo ello en la misma semana o, si acaso, el mismo programa.

Ya no hay cultura del debate, sino de la burda discusión y el titular pintoresco. El espectador encuentra más atractiva una pelea a voces que un coloquio, y las cadenas lo aprovechan, pues el periodismo vive del mecenazgo popular: sin público no hay anunciantes, y sin anunciantes no hay dinero. La dinámica habitual en cualquier medio es un “todo por la audiencia”, sacrificando calidad y rigor con tal de agradar al nicho que lo sostiene.

En resumidas cuentas, estamos viviendo el crepúsculo del oficio, donde la razón termina y el show empieza. No hay cabida para periodistas rigurosos en la cultura del dinero, sino para voceros esclavos del criterio de su público. Cuanto más acrítico es el espectador, más Telebasura pide, y cuanta más Telebasura le dan, más acrítico se vuelve. Es un bucle de mediocridad moderna: el ciudadano se hace tonto a sí mismo, las compañías se lucran y el periodismo muere.

Periodismo y otras ruinas