viernes. 19.04.2024

Comprendo que habrá quien se extrañe de ver estas letras publicadas ahora, cuando ya han transcurrido quince días desde que se produjo el triste hecho del que en ellas se da cuenta pero no ha sido hasta este momento que he sido capaz de juntar fuerzas y entereza para afrontar el papel en blanco y decir lo que a estas alturas ya sabe y lamenta mucha buena gente: José Cabo Bravo, nuestro Pepe Cabo, ha muerto.

Sucedió el pasado día 26 de marzo, como resultado de inesperadas complicaciones producidas tras una intervención quirúrgica en su todavía joven y siempre generoso corazón. Ha muerto, sí, pero no ha desaparecido porque vive en cada uno de los que tuvimos el honor de conocerle, de gozar de su vida y su camaradería, de su honestidad, su decencia y su inquebrantable coherencia política y vital.

Mientras uno sólo de los que aprendimos algo de su vida le sigamos recordando y continuando su camino y su tarea, seguirá tan vivo y tan revolucionario como lo ha sido a lo largo de toda su vida generosa y ejemplar

Hacía sólo diez días que había cumplido setenta luminosos años de internacionalista, español, sí, pero nacido en Buenos Aires, en el forzado exilio de sus padres, el inolvidable Luis Cabo Giorla, el hombre de confianza de José Díaz y miembro de aquel Buró político del P.C.E. en el que hubo de afrontar la Guerra Civil hasta la marcha obligada a lejanas tierras primero mejicanas y chilenas y luego argentinas donde Araceli Bravo, su compañera, dio a luz a Pepe y a su gemelo, Luis que, junto a su hermana mayor, Cuqui, nacida tres años antes en Chile, vinieron a completar aquella entrañable y ejemplar familia que ha sido siempre continuo ejemplo de comunistas a lo largo ya de varias generaciones.

Trasladada la familia a París, ya a finales de los años 50 era miembro de la J.S.U. y poco después, cuando el  P.C.E. decidió reorganizar la organización juvenil comunista, ingresó en la U.J.C.E. desempeñando diversas responsabilidades políticas tanto en esta organización juvenil como, en sus últimos años de exilio, en la potente organización del Partido Comunista de España en Francia, donde permaneció hasta principios de los años setenta.

De profesión aparejador, título que obtuvo en la universidad de Leipzig entre 1960 y 1964, su vida profesional en el exilio parisino se desarrolló en el estudio de arquitectos “Berim”, estudio que desarrolló, bajo la dirección de Oscar Niemeyer, la construcción de la que sería nueva sede del P.C.F., en la popular Place du Colonel Fabien.

En el año 1972 fue ya elegido delegado al VIII Congreso del P.C.E., el último celebrado en condiciones de clandestinidad,  en agosto de aquel año.

Poco después abandonó definitivamente el exilio francés, con su esposa y también militante Amparo González, y su hijo José, nacido aún en París, instalándose en Madrid donde nació su hija Raquel.

La primera responsabilidad militante que le asignó el P.C.E. en Madrid fue el apoyo a la tarea de organización del Partido en las grandes fábricas del metal. Pero en 1975 fue detenido, junto a los camaradas Simón Sánchez Montero, Armando López Salinas, Víctor Díaz Cardiel y José Soler. En esas condiciones de privación de libertad, a principios de diciembre de ese mismo año de 1975, se produjo el fallecimiento de su padre a cuyo entierro le fue miserable e imperdonablemente denegado el permiso para asistir por decisión policial siendo Ministro de Gobernación Fraga Iribarne, a la sazón Vicepresidente del Gobierno presidido por otro franquista ejemplar: Carlos Arias Navarro.

Tras esta detención, en el momento de la legalización del PCE (semana santa de 1977) era el responsable político de la Agrupación del P.C.E. en el Distrito Centro de Madrid.

Pepe Cabo, desde su llegada a Madrid trabajó en diversas empresas constructoras y, como tantos trabajadores comprometidos con la lucha por la democracia fue sancionado y  despedido, en 1978, por sus actividades político-sindicales.

En 1985, el P.C.E. le requirió dedicación exclusiva para el trabajo de Relaciones y Política Internacional, tarea que ha desarrollado desde entonces hasta su fallecimiento, tanto en el P.C.E. como en IU. Experto en la problemática política europea, árabe y africana, acabó convirtiéndose  en un referente para los partidos comunistas y obreros de esos ámbitos geográficos.

Desde el XIII Congreso del P.C.E., en 1991, fue miembro del Comité Federal del Partido, siéndolo también de su Comité Ejecutivo hasta el 2009.

Durante todos estos últimos años dedicó el grueso de sus infatigables energías a la dirección política de la organización del P.C.E. en el Distrito Centro de Madrid, así como a la Asamblea de  IU-Centro.

Pepe fue siempre un hombre estudioso y aprendiz de la realidad, aunque de extraordinaria firmeza de ideas: ya en 1978, en el IX Congreso del P.C.E. apoyó la defensa del leninismo en el IX Congreso del P.C.E.  y combatió el eurocomunismo al que definió entonces como “teoría y práctica de la liquidación del ideario comunista“ frente a lo cual opuso y defendió, de forma constante y con plena coherencia personal, la existencia de una amplia estrategia de unidad de la izquierda a partir de la existencia de un P.C.E. fuerte, influyente, soberano, activo y socialmente visible.

Pero, más allá de todos los datos de su vida militante, los que fuimos honrados con su amistad; quienes tuvimos la oportunidad irrepetible de gozar de su conversación, su risa y sus ganas de vivir; del espectáculo, siempre sorprendente, de su constante amor por su familia y su lealtad para con sus amigos, o de su enfado e indignación frente a la injusticia o la indecencia y la corrupción de este sistema que él siempre combatió, sin tregua ni descanso, sabemos que con su retirada nos falta mucho más que un camarada.

Aunque también sabemos que, mientras uno sólo de los que aprendimos algo de su vida le sigamos recordando y continuando su camino y su tarea, seguirá tan vivo y tan revolucionario como lo ha sido a lo largo de toda su vida generosa y ejemplar.

Que nadie descanse en paz, mientras su ejemplo siga vivo. Que siga la lucha.

Pepe Cabo vive en nosotros